"Partitocracia", Josep M. Colomer

Desde hace un tiempo, "la clase política y los partidos" aparecen como uno de los principales problemas de los encuestados en España. Como se suele decir, los partidos son un mal necesario. Por un lado, son necesarios para presentar políticas públicas, proponer candidatos a cargos representativos y formar una mayoría de gobierno. Pero son también un mal porque, si escasean los mecanismos de control, tienden a convertirse en organizaciones que defienden intereses propios más que de los ciudadanos.

En España el problema es más agudo, debido en parte a la sobreprotección financiera, electoral y legal de que fueron objeto los partidos cuando apenas existían y se estableció la democracia.

Al cabo del tiempo, esa sobreprotección ha consolidado el monopolio de la acción política por unas pocas decenas de personas. Los generosos subsidios estatales y la ausencia de control efectivo de las donaciones privadas, así como la garantía de acceso a los medios públicos de comunicación, han convertido a los tradicionales afiliados voluntarios en innecesarios e incluso en un estorbo para los políticos profesionales. Las listas electorales cerradas descartan la competición entre potenciales candidatos, la representación personalizada y los intercambios con los ciudadanos.

El funcionamiento interno de los partidos tiende a ser autoritario y ha confirmado con creces la vieja predicción de que "quien dice partido, dice oligarquía". Pese a todo ello, las cúpulas de los partidos muestran una incontenible propensión a expandir sus áreas de influencia. Monopolizan los parlamentos y los gobiernos, pero también pretenden controlar la administración pública, la justicia y las empresas privatizadas; los medios de comunicación, la cultura y los movimientos sociales son, asimismo, objeto de reiterados intentos de partidización.

El término partitocracia genera suspicacia porque suena como una alternativa a la democracia. Sin embargo, ya el primer presidente del Tribunal Constitucional español definió el régimen actual como "una democracia de partidos". Hace unos meses, tras nuevos escándalos de corrupción, el presidente del Parlament de Catalunya advirtió a sus colegas de la clase política: "Si no reaccionamos ante el descrédito, la sociedad se nos llevará por delante". Pero los mecanismos de endogamia son muy difíciles de romper. El bloqueo del sistema de representación genera, sobre todo, cinismo, tanto entre los políticos que se sienten casi invulnerables, como entre los ciudadanos que experimentan impotencia y desafección.

 
30-V-10, Josep M. Colomer, profesor de Investigación, CSIC y UPF. Autor de ´Ciencia de la política´ (Ariel, 2009), lavanguardia