"Estado paternalista", Eulàlia Solé

Papá Estado, a través de los órganos administrativos, nos protege, cuida, avisa y riñe, aunque poco en cuanto a eso último. Una muestra la encontramos en el método iniciado por un hospital de Girona consistente en recordar a los pacientes el día y hora en que tienen visita concertada. Tres días antes se les envía un SMS al móvil y se les recomienda que si no pueden acudir lo comuniquen para que la cita pueda ser aprovechada por otra persona. Se calcula que un 20% de usuarios no acude a la visita, y no deja de resultar conmovedor confiar en que los considerados informales se tomarán la molestia, en este caso sí, de notificarlo. Porque si con anterioridad no han aprendido sus obligaciones, como sujetos adultos pensantes, difícilmente responderán a la llamada. En el otro extremo de la infantilización se halla el sistema sanitario marroquí - por otra parte nada ejemplar en cuanto a prestaciones universales-,en el cual el enfermo, como único responsable, lleva consigo un cuaderno que contiene su historial clínico, ya que ni el médico ni el hospital lo guardan.

Mientras que se ensalza la resiliencia como capacidad para enfrentarse a las adversidades, los servicios públicos nos envuelven en una capa protectora que acaba por impedir que pensemos y decidamos por nosotros mismos. En la playa necesitamos ver la bandera verde, amarilla o roja para saber si podemos bañarnos o no, como si el oleaje no resultara visible por sí mismo. Y en cualquier caso, los imprudentes de cualquier edad contarán con el socorrista, cuerpo visible del Estado protector, que expondrá su propia vida para salvarlos. Eso ocurre en verano, mientras por radio y televisión se difunden consejos de que hay que beber agua y buscar los lugares sombreados. Al parecer, los padres no lo enseñan a sus hijos, debiéndose entender que ellos tampoco lo saben.

Somos tan ignorantes, que la Administración ha de emitir anuncios advirtiendo de que es bueno caminar, subir unas cuantas escaleras, comer verduras y frutas, lavarnos las manos con frecuencia... Seremos felices y comeremos perdices siempre y cuando la burbuja paternalista no estalle y la realidad se transforme en hostil. No es sólo que los niños estén hiperprotegidos, es que se está convirtiendo a los adultos en criaturas a las que hay que triturarles la comida.

19-II-10, Eulàlia Solé, socióloga y escritora, lavanguardia