libertades, y responsabilidades, ante la vacunación infantil obligatoria

Una enfermedad como el sarampión, término casi extinguido en el mundo desarrollado, está creando una tormenta sanitaria, social y política en EE.UU.

De costa a costa, asociaciones familiares y colectivos diversos reclaman que haya una separación en escuelas, zonas de juego, clases de música o en las mismas salas de espera de los médicos. Que se separe a los niños vacunados contra esa patología fácilmente contagiable de los que se niegan a recibir el antídoto. En realidad no son los niños los que se niegan, sino sus padres, amparándose en reticencias presuntamente científicas -causan supuestos efectos secundarios más graves que los que se combaten- o en creencias religiosas.

El sarampión se dio por "desaparecido" en este país en el 2000. Los datos del centro de control de enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) constatan, sin embargo, que en el 2014 hubo un rebrote, con 644 casos, más que si se suman todos los registrados en más de una década.

La alerta se ha disparado todavía más, con 102 dictámenes en 14 estados en este 2015. El foco se ha situado en el parque de Disney en California. El origen se atribuye a que este estado es uno en los que el movimiento antivacunas goza de más fuerza.

Al margen de los grupos religiosos, existen otros padres que apuestan por la vida orgánica y que defienden el derecho individual a decidir qué es lo mejor para sus hijos. Unos se niegan porque consideran que las vacunas incluyen sustancias químicas que pueden actuar como un veneno en el organismo. Otros, en lo que parece el meollo del asunto, vinculan el suero al autismo.

Este nexo entre vacuna y autismo se atribuye al estudio del investigador Andrew Wakefield publicado en la revista de The Lancet en 1998. Wakefield proclamó ese nexo. Su impacto sigue vigente, pese a que la comunidad científica demostró que la tesis de ese investigador era "un fraude", elaborado a partir de datos falsos. The Lancet rectificó, Wakefield perdió su licencia y la medicina considera probado que esa vinculación carece de toda base.

Así será, pero persiste el eco. El presidente Barack Obama concedió el domingo una entrevista a la cadena NBC en la que urgió a los padres a que vacunen a sus hijos. "Revisamos este asunto una vez y otra -subrayó- y existen todas las razones para vacunarse y ninguna para no hacerlo".

Al día siguiente, la comunidad científica se echó las manos a la cabeza. Les alarmó la réplica que dieron a Obama algunos de los nombres republicanos que suenan en las quinielas para las elecciones del 2016 y que buscan congraciarse con los sectores de ultraderecha, opuestos a cualquier intervención gubernamental.

Chris Christie, gobernador de Nueva Jersey y uno de los defensores de estrictas medidas para los viajeros que vinieran de África por la epidemia del ébola, apoyó "algún tipo de elección" para las familias. Luego se desdijo.

Más duro resultó Rand Paul, médico y libertario. Paul insistió en que se han producido casos trágicos de "desórdenes mentales" tras las vacunas. "Los niños no son propiedad del estado -remarcó-, lo son de los padres. Se trata de un asunto de libertad".

La demócrata Hillary Clinton les replicó con un tuit: "La tierra es redonda, el cielo es azul y las vacunas funcionan. Protejamos a nuestros niños".

Los rivales les recordaron, a ella y a Obama, que en la campaña del 2008 dudaron de las vacunas contra el sarampión.

4-II-15,  F. Peirón, lavanguardia