"Comer animales", Jonathan Safran Foer

Safran Foer dedica un capítulo a cómo el actual modelo de las granjas –donde los animales defecan y mueren unos sobre otros– origina pandemias como la gripe del pollo y sus peligrosas mutaciones. La OMS no se pregunta si esa pandemia mutante va a suceder, sino cuándo sucederá. El autor insiste: no sólo hay razones morales para cambiar de dieta. También de supervivencia.

Ni el más conspicuo degustador de carnes poco hechas y casquería es inmune a la lectura de Comer animales (Seix Barral), de Jonathan Safran Foer. Tampoco quienes hayan nacido y vivido cerca de ganado y estén familiarizados con las tradicionales matanzas podrán olvidar una inmersión en las granjas industriales como la que propone el autor de Todo está iluminado (Lumen/Columna). Puede ser, claro, que sigan comiendo carne después (como pretende quien lo leyó para preguntar), pero jamás volverán a mirar al mural de cárnicos del supermercado sin que una molesta sensación de que algo va francamente mal les nuble el gesto. Comer animales es el relato de un holocausto animal, una hecatombe moral y de salud pública, que viene ocurriendo intramuros desde hace unas pocas décadas.

Todo el mundo sabe o sospecha que las granjas industriales son lugares inmundos donde ocurren cosas horribles. Son las dimensiones lo impactante de su libro: es un apocalipsis.

Yo también tenía esa sensación de que algo no estaba bien, pero desde luego, hasta que inicié la investigación, no sabía en qué medida. Ni cualitativa ni cuantitativamente imaginaba que el problema tuviera esas dimensiones. Del mismo modo, también pensaba que no era bueno para el medio ambiente, pero cuando descubres, en lo relativo a emisiones, que las granjas industriales son más contaminantes que todos los medios de locomoción del planeta juntos, empiezas a darte cuenta de lo absurda que es esa corriente de pensamiento que hace que te preocupes por la bombilla que compras o el coche que escoges, cuando es irrelevante comparado con las granjas de pollos.

Estados Unidos es uno de los países más carnívoros, ¿cierto?

Sí, efectivamente.

Entonces el cambio de hábitos que propone se topará con terribles dificultades.

Es que es un hábito nuevo: en apenas un siglo hemos multiplicado por 180 el número de pollos que nos comemos por persona, una progresión geométrica. Pero mire, los humanos somos muy buenos cambiando de forma rápida de hábitos, mucho más de lo que parece. En el siglo pasado, si hubieras anunciado que no se fumaría en restaurantes ni lugares públicos, la gente te habría dicho: “No se puede hacer, el mundo se colapsará”. Y no.

El tamaño importa. No se empatiza igual con el sufrimiento de una vaca que con el de una gamba.

Plantéelo en términos de sufrimiento. Hacen falta 220 pollos para dar la carne de una vaca; quizá la elección lógica sea que sufra una vaca y no 220 pollos.

La moral es un lujo de la prosperidad. Aquí, tras la Guerra Civil, nuestros padres trabajaron desde niños para salir adelante. ¿El llamamiento moral que hace su libro está dirigido a los países prósperos o a todos?

Hay tantas maneras de enfrentarse a una pregunta así… Una podría ser: a corto plazo, China parece que se las está arreglando para alimentar gente de forma bastante barata, y por supuesto no podemos pedir a un país que no prospere. No es lícito decirle “no hagas lo que yo llevo haciendo un siglo”. Pero hay otra manera de verlo: es mucho más barato ser vegetariano, como individuo y como cultura, y además es más sano por lo que revierte en el gasto de sanidad. De hecho, no es como si robaras un banco y dijeras al otro: “Yo lo he hecho, pero tú no robes porque he descubierto que está mal”. Nos estamos robando a nosotros mismos.

A raíz de la prohibición de los toros, asunto mucho menos grave que las granjas industriales, los defensores de la fiesta sostenían que el toro de lidia se extinguiría. Esto puede aplicarse a los animales que comemos.

Bueno, seguramente nadie va a las corridas de toros por asegurarse de que se perpetúa la especie, del mismo modo que no creo que la gente coma hamburguesas para que sobrevivan las vacas. Yo al menos tengo la sensación de que podemos vivir sin esas criaturas Frankenstein, animales que hemos creado para alimentarnos, que son incapaces de andar, de reproducirse, y que en buena medida están enfermos.

El mundo es hoy más transparente. ¿Cree que esas granjas sin ventanas podrán mantener su secreto mucho tiempo?

La pregunta es si la gente quiere saberlo. La gente quiere saber lo que ocurre en Guantánamo o leer los cables de Wikileaks, pero no quiere saber de dónde viene lo que come: yo he visto a la gente coger mi libro, ver de qué trata y ponerlo de vuelta en la mesa…

Pues ha sido un best seller…

Sí. Hay esperanza.

Siempre que se abordan estos debates de ética de civilización y sostenibilidad, nos detenemos a las puertas del tabú: somos 7.000 millones. Aun siendo perfectos y responsables medioambientalmente, es dudoso que el planeta lo soporte.

Tiene toda la razón. Sí, desde luego, somos mucha gente, nadie le va a quitar la razón en eso, y ese es el gran problema. Cualquier otro problema que te plantees queda muy por debajo de este. Pero resulta muy difícil decir algo sobre este asunto. Si se fija, hay muchos temas de los que todo el mundo habla o quiere opinar, hay temas con los que la gente empieza a sentirse incómoda, como es el aborto, y hay temas de los que es casi imposible hablar, entre los que se encuentran la carne y el volumen de población.

Y van unidos.

Cierto.

En Occidente hubo y hay mucha oposición al control de población, como el de China. ¿Se atrevería hacer un libro sobre esta cuestión?

Alguien debería hacer ese libro, ciertamente, pero no sé si soy yo. El problema de la población va ligado al de la opulencia, a la idea de que más es mejor, de que siempre queremos más, y eso es muy complicado de modificar.

Su libro está escrito como una ametralladora, no da tregua al lector, con toda clase de datos aterradores. ¿Trabajó mucho el estilo?

Intenté que el libro fuera útil en todo momento y, a la vez, que fuera honesto, lo que implicaba el riesgo de que los lectores te abandonen a la mitad. La violencia y la crueldad están presentes de una manera implacable y perpetua en lo que cuento de las granjas, pero le aseguro que he mantenido una distancia prudencial.

5-VI-11, P. Vallín, lavanguardia