"La semilla del odio", Enric Sierra

Antonio Sanz sigue hoy representando al Gobierno de España en Andalucía, cinco días después de alentar el odio contra los catalanes públicamente cuando dijo: "A mí no me gusta que Andalucía se mande desde Catalunya, no quiero que en Andalucía mande un partido que se llama Ciutadans, que tiene un presidente que se llama Albert". Tras el revuelo que generaron sus palabras, Sanz sólo se limitó a decir que respeta "muchísimo" a los catalanes. Nada más. Ni la dirección de su partido (PP) ni el Gobierno de España han hecho nada ante una nueva demostración de una grave irresponsabilidad política que vulnera el artículo 510 del Código Penal ("Los que provocaren al odio contra grupos por su origen nacional serán castigados con la pena de prisión de uno a tres años").

Es preocupante que en España se haya asumido como un asunto menor e incluso gracioso el hecho de convertir a los catalanes en el sparring favorito de la brega política. Pero todavía es más grave que nadie actúe para frenar esta actitud reprobable. Ni una sola amonestación. Ni una dimisión. Ni un comunicado de rechazo. Nada. Parece normal que los catalanes hayamos pasado a formar parte del grupo de apestados sociales como lo fueron en su día los judíos en la Alemania nazi, los musulmanes en la Europa del boom migratorio o los negros en Norteamérica y la Sudáfrica del apartheid.

No es ninguna exageración. Cuando día sí y día también se permite sin reproche alguno que desde las tribunas políticas se use el desprecio a una parte de ciudadanos del país, se ayuda a germinar una semilla de odio en una sociedad que ya ni se inmuta ante estas barbaridades. No olvidemos que tienen la misma responsabilidad los que profieren esos comentarios impresentables como quienes mantienen en el cargo a sus autores. ¿Cómo puede seguir siendo el delegado del Gobierno en Andalucía una persona que hace bandera de la antipatía hacia los catalanes? A lo peor ha llevado al extremo la orden de su partido de referirse a la formación de Rivera con el nombre catalán para aprovecharse del rechazo a todo lo que tenga que ver con Catalunya que ellos mismos han ido alimentando. Y ¿cómo creen que se sienten los catalanes que le pagan al señor Sanz parte de su sueldo, cuando oyen sus insultos?

No estamos ante un hecho aislado. Todo este asunto viene de muy lejos. Uno de los que advirtieron de las consecuencias de este proceder político fue -tome nota, señor Sanz- un andaluz que sí presidió Catalunya. El cordobés José Montilla avisó hace ya ocho años de la "grave desafección emocional de Catalunya hacia España" y pidió que "la relación entre Catalunya y España no debiera empañarse por un cruce de sentimientos hostiles". Haría bien el sectario señor Sanz de pedir disculpas reales e irse a su casa, donde podrá contar todos los chistes malos de catalanes que quiera. Pero me temo que mañana seguirá en el cargo.

16-III-15, Enric Sierra, lavanguardia