"Usted paga: ¡exija!", Carles Casajuana

Quién fue el que dijo aquello de que en esta vida sólo hay dos cosas seguras, la muerte y los impuestos? "Los impuestos son el precio que pagamos por la civilización", escribió Oliver Wendell Holmes, juez del Tribunal Supremo de Estados Unidos. Cuanto más civilizado es un país, más conciencia fiscal tienen sus ciudadanos y mayor es su voluntad de contribuir al bienestar colectivo mediante el pago de impuestos. ¿Dónde estamos nosotros en esta escala?

No hay duda: más abajo de lo que nos gustaría. Nuestra conciencia fiscal deja mucho que desear. Lo analiza con todo lujo de detalles Francisco de la Torre Díaz en ¿Hacienda somos todos? Impuestos y fraude en España, un libro muy recomendable, ahora que comienza el periodo de declaración de la renta, para todo el que desee adentrarse en los entresijos de nuestro complejo, no muy justo y poco eficaz sistema fiscal. Es sabido: aquí, quien puede evita pagar impuestos, y el que paga es porque no tiene otro remedio. Los continuos escándalos con dinero público, las amnistías a los defraudadores, la convicción de que las grandes fortunas se escaquean y los impuestos relativamente bajos que pagan las grandes empresas son algunos de los factores que erosionan la conciencia fiscal de los ciudadanos. Se ha escrito mucho sobre todos ellos y sobre el efecto nefasto que tienen sobre los asalariados que ven como cada mes una parte importante de su sueldo vuela hacia las arcas públicas sin que nadie les pida permiso ni les dé las gracias por ello. Si uno puede evitarlo, ¿para qué pagar, si los primeros que tendrían que contribuir a la buena salud de las arcas públicas, que son los más pudientes, encuentran mil vías para zafarse?

Hacienda emprende cada dos por tres campañas contra el fraude, y hace muy bien. No pasaría nada si fueran más enérgicas. Tampoco pasaría nada si se taponaran los resquicios legales que permiten a las grandes empresas y a los muy ricos pagar mucho menos de lo que en teoría les toca. Es bueno que los ciudadanos vean que el que no paga es descubierto, sin duda. Pero a la larga la medida antifraude más efectiva es convencernos a todos de que el sistema es equitativo y de que, si queremos vivir mejor, nos conviene pagar. La persuasión puede ser tan efectiva como la coacción.

¿Cómo conseguirlo? El eslogan "Hacienda somos todos", que en su día consiguió elevar la conciencia fiscal de una amplia mayoría de ciudadanos, ya no sirve, claro. Tal vez habría que probar un nuevo enfoque, más acorde con la sensibilidad actual. Hay una manifestación de nuestra falta de conciencia fiscal sobre la que se ha trabajado muy poco: la falta de exigencia con el buen uso de los caudales públicos. En los países en los que los ciudadanos cumplen sus obligaciones fiscales a rajatabla, los ciudadanos saben el destino que se da a los fondos recaudados, o el que se le debe dar, y no perdonan una. La exigencia de servicios públicos eficientes y de ejemplaridad de los cargos políticos y de los funcionarios es muy alta. En cambio, en los países en los que sólo se cumple a regañadientes, como el nuestro, se exige menos, porque hay mucha gente que no se siente legitimada para pedir a cambio de lo que no da, o sólo da a punta de inspección.

Tal vez sería bueno atacar por ese flanco. Si exigiéramos más, nos sentiríamos más obligados a contribuir, o al menos nos resultaría más llevadero. Por ello, se me ocurre que Hacienda podría llevar a cabo una campaña de promoción del pago de impuestos contándonos lo que se hace con los fondos públicos de una forma que todo el mundo lo entienda y animándonos a ser más exigentes con su buen uso. Esta campaña se podría hacer con el eslogan: "Usted paga: ¡exija!". En las vallas publicitarias, se podría superponer este eslogan a una fotografía de la sala de espera de urgencias de un hospital atiborrada de gente, o de un montón de legajos polvorientos de sumarios pendientes en los tribunales, o de la estación de metro en el descampado madrileño de Pitis, o del fantasmagórico vestíbulo del aeropuerto de Castellón, o de alguna autopista desierta -las radiales, pongamos por caso- o de cualquiera de esos monumentos al despilfarro que hemos erigido en la última década.

Tal vez el efecto no sería inmediato. Tal vez habría que esperar unos años para ver si los ciudadanos, al adquirir mayor conciencia de los derechos que confiere el pago de impuestos, cumplían con más gusto el deber de contribuir al sostenimiento de las arcas públicas. Pero seguro que, a la larga, una campaña de este tenor haría más por el aumento de los ingresos fiscales que las campañas habituales contra la evasión y el fraude. Además, contribuiría a la moralización de nuestra vida pública, que buena falta hace. Un único problema: a lo mejor los ciudadanos nos lo creíamos y exigíamos de verdad.

11-IV-15, Carles Casajuana, lavanguardia