"Las inútiles sanciones a Rusia", Andrei Kolésnikov

La actitud occidental para con Rusia se basa en la suposición de que una presión continua sobre ese país obligará al régimen del presidente Vladímir Putin a hacer concesiones o incluso provocará su desplome. Nada podría estar más lejos de la verdad.

La suposición subyacente a la eficacia de las sanciones occidentales es la de que el profundo deterioro económico resultante de ellas volverá al ciudadano ruso, en particular la minoría selecta política y financiera, contra el Kremlin. Putin no podrá soportar la disensión en aumento de las zonas urbanas acomodadas y la incipiente clase media.

Entre tanto, según esa concepción, la presión militar -en forma de un posible ayuda letal a Ucrania- inmovilizará igualmente a los rusos de a pie contra Putin. Reacios a ver morir a sus hijos en Donbass, formarán un movimiento antibélico que lo obligará a contener sus ambiciones territoriales. Presionado desde arriba y desde abajo a un tiempo, el Kremlin tendrá que cambiar de políticas y tal vez comenzar incluso a democratizarse.

Lo que las autoridades occidentales no entienden es que lo más probable es que semejante actitud, en lugar de socavar el régimen, hará que los rusos cierren filas tras él. Las encuestas de opinión muestran que los rusos consideran que las presiones y sanciones occidentales no van dirigidas contra Putin y sus amiguetes, sino contra Rusia y sus ciudadanos. En el pasado mes de enero, el 69% de los rusos apoyaban la política del Kremlin en Ucrania, según una encuesta de opinión del independiente Centro Levada.

Desde luego, el apoyo a Putin no es sólido como una roca; de hecho, existe una sospecha generalizada sobre la corrupción de su Gobierno, pero los rusos tienen una larga tradición de defensa de sus compatriotas contra los extraños y en este caso los compatriotas atacados son Putin y su Gobierno.

La propaganda rusa recurre a un profundo pozo de nacionalismo, aprovechando astutamente los sentimientos y la imaginería de la Segunda Guerra Mundial. El empeño de defensa del país contra la invasión alemana, conocido allí como la Gran Guerra Patriótica, sigue siendo sagrado para muchos rusos. Esa es la razón por la que el Kremlin ha recuperado términos históricos peyorativos como "nazis" para referirse a las actuales minorías políticas selectas de Ucrania.

La sociedad rusa lleva decenios, si no siglos, militarizada. La preparación militar era uno de los más importantes valores compartidos de la Unión Soviética, sentimiento reflejado en el lema estampado en las insignias concedidas a los niños que sobresalen en el atletismo: "Preparado para el trabajo y la defensa".

En ese marco es en el que Putin ha podido utilizar las presiones occidentales como un instrumento para recuperar el apoyo de muchos rusos, que hace tan sólo unos años se habrían sentido alejados de su Gobierno, si no marginados por él. Ante una amenaza real o imaginaria a su patria, el ruso medio apoya a los dirigentes del país.

Tampoco es probable que la clase media, que constituye entre el 20% y el 30% de la población, represente una gran amenaza para el presidente Putin. Como muchos de sus miembros deben su riqueza reciente a unos precios altos del petróleo y a la recuperación económica del decenio del 2000, la lealtad al régimen de Putin es una de las características duraderas de la clase media rusa.

Las encuestas de opinión y las investigaciones sociológicas rusas suelen mostrar que cuanto más elevada es la posición de una persona en la sociedad, más probable es que vote a quienes ocupan el poder. Los motivos en que se basa esa tendencia del voto pueden variar: algunos votantes hicieron una fortuna durante la recuperación económica, mientras que otros están simplemente satisfechos con el statu quo, pero el caso es que semejantes votantes demuestran una lealtad fundamental al Estado y al régimen.

De hecho, sólo una pequeña porción de la clase media participó en las protestas que cobraron fuerza a finales del 2011 y a principios del 2012, la mayoría de ellas concentradas en Moscú. Y, en cualquier caso, la represión de la disidencia por parte de Putin fue, como era de prever, implacable. Endureció la legislación encaminada a estrangular a la sociedad civil, persiguió mediante la justicia a los manifestantes y bloqueó la actividad de Alexéi Navalni, prometedor político de la oposición. Esas medidas han tenido efectos duraderos en los grupos que constituían el centro del movimiento de protesta.

Los rusos de toda condición han mostrado que prefieren la adaptación pasiva a la protesta. Ante unas presiones económicas en aumento, la clase media de Rusia se está manteniendo apartada de la participación política. La clase trabajadora no es diferente. Cuanto más presione Occidente, menos probable será un cambio al respecto.

11-IV-15, Andrei Kolésnikov, lavanguardia