"Respuestas sin preguntas", Xavier Antich

Ya está. Ya pasó. Han bastado 72 horas y la noticia ha desaparecido de los medios para convertirse en material de archivo. Y, sin embargo, la conmoción que produjo el asesinato del profesor Abel Martínez, en el IES Joan Fuster, no tiene precedentes eneste país: nunca antes un alumno había matado a un profesor en el interior de un centro educativo. Ya conocen los hechos y huelga recordarlos. Tres días después, el episodio, desde el punto de vista social, informativo y mediático, parece cerrado. Lo siento, pero no lo entiendo.

No es sólo el crimen lo que puede explicar la comprensible conmoción. Lo singular es que sucedió en un centro educativo. No soy el único que se quedó con temblor de piernas al conocer la noticia. Ni el único que sólo tuvo pensamientos para la comunidad del Joan Fuster y para todos los profesionales que se dejan la piel cada día de su vida, vacaciones incluidas, por la educación de este país, desde los críos hasta los universitarios. Ni el único que se abochornó por el espectáculo mise­rable que dieron algunos medios acosando a los estudiantes del centro, que acordonaron la entrada para que les dejaran en paz, por la reproducción de imágenes de su dolor que nada aportaban desde el punto de vista informa­tivo y por algunas barbaridades que se han escuchado estos días, como las del incontinente ministro del Interior entre otras. Durante las primeras horas, muchos se llenaron la boca hipócritamente con la palabra educación aunque ya entonces podía adivinarse que la escupirían antes de que el gallo cantara tres veces.

En realidad, enseguida se produjo un blindaje del debate que un acontecimiento como este debiera haber suscitado en un país que se pretenda serio. Por una parte, la explicación médica de que el estudiante estaba bajo los efectos de un "brote psicótico", y, por otra, la explicación jurídica, según la cual, por ser menor de edad, el crimen no tendría evidentemente recorrido penal, a pesar de que algunas voces carroñeras minoritarias pretendieran abrir oportunistamente un debate estéril, han cortado, de raíz, la posibilidad de más preguntas. El hecho, así, quedaba bloqueado, ante la posibilidad de cualquier debate, por su naturaleza de "excepcional", asumida acríticamente de manera unánime.

Y, sin embargo, un brote psicótico no es una reacción momentánea de unos instantes de ofuscación alienada, ya que, como han señalado los especialistas en psiquiatría, puede durar semanas, ni es tampoco un hecho irreversible como una catástrofe natural, pues existen protocolos de diagnóstico, tratamiento y medicación. Las respuestas médicas y jurídicas, a mi juicio indiscutibles en este caso, no pueden impedir formular algunas preguntas. Y a falta de respuestas claras ante preguntas no formuladas, no parece inoportuno aportar algunas consideraciones.

Puede ser incómodo, aunque es inexcusable, recordar ahora el deterioro indiscutible, datos en mano, del panorama educativo en nuestro país, especialmente en secundaria, así como la negligencia de los responsables políticos, en todos los niveles de la Admi­nistración, a la hora de abordarlo y de tomar medidas eficaces para resolverlo. Basta recordar que el abandono escolar en secundaria no sólo nos sitúa vergonzosamente como líderes en el ámbito europeo, sino que los índices doblan la media de los países de nuestro entorno.

Este deterioro afecta, de manera directa, como saben los profesionales de la educación, a la atención singularizada de los casos problemáticos. Las clases en los primeros años de secundaria desbordan, en muchísimos casos, el límite de los treinta alumnos, impidiendo la imprescindible atención a la diversidad y complejidad estudiantil. La necesaria dedicación individualizada a los escolares, a través de tutorías fuera de las horas estrictamente lectivas, se ha visto mermada de manera alarmante durante los últimos años a causa de la cicatería presupuestaria de la Administración, que ha condenado la atención tutorial a la marginalidad y el voluntarismo. El apoyo profesional de psicopedagogos en los centros es casi testimonial. La ratio de psicólogos en la atención primaria (4,5 psicólogos por cada cien mil habitantes) es escandalosamente inferior a la media europea (18), como han denunciado reiteradamente los médicos de familia. La deriva de los casos problemáticos diagnosticados en los centros a instituciones profesionales adecuadas está irresponsablemente descuidada. En este contexto, nada especulativo, sino cuantitativo y real, es difícil abordar las raíces del problema. No soy un teórico de la educación: hace treinta años que doy clases y me he dedicado a ello profesionalmente de manera ininterrumpida. Estos datos son conocidos por la comunidad edu­cativa, que ve, con alarma creciente, cómo la Administración y la sociedad viven esta situación con una extraña mezcla de irresponsabilidad y despreocupación.

Lo siento. En este país el debate sobre la educación todavía está pendiente. ¿A quién le interesa que no se formulen ciertas pre­guntas?

27-IV-15, Xavier Antich, lavanguardia