"El partido político como obstáculo", Montserrat Nebrera

La noción de "casta política" es tan antigua que cuando Moisei Ostrogorski, en 1912, escribió La democracia y los partidos políticos, ya la situación apuntaba una perversa dinámica: en lugar de agruparse en razón de sus diversos intereses para así controlar y condicionar a sus representantes, las personas acaban adaptándose, por inercia o por desidia, a unas "agrupaciones fijas", los partidos, en los que se cultiva tal sentimiento de pertenencia que se impone a su originaria vocación de mejora de la colectividad. Nada ha cambiado desde entonces, excepto que los partidos ya sólo ostentan la formalidad del poder adquirido; de su esencia se han apropiado las grandes corporaciones que sí o sí condicionan sus decisiones, las tome Tsipras o Rajoy. Quizá por ello los partidos se han ido convirtiendo en el refugio de seres que, criados a sus ubres, educados sólo en el sentido de pertenencia y por tanto en el odio al partido adversario, fuera de ellos no podrían seguir respirando.

La paradoja del presente, cuando se habla de regeneración democrática como si el término y la necesidad hubiesen nacido literalmente ayer, es que quienes la proponen no difieren de aquellos a quienes aspiran a sustituir; como un vino no es distinto porque haya dejado de rotularse marquesado o viña.

La sustitución de unos por otros no es en sí misma garantía alguna de regeneración política, incluso si el partido es internamente democrático, pues ¿en qué afecta eso al 99% de la población que no milita en ellos, es decir, a esa mayoría que sigue permaneciendo ajena al control del poder político, base fundamental de una democracia en sentido pleno? El partido político, más o menos democrático, más o menos viejo, es por definición parte del problema.

Sólo los sistemas políticos en los que el partido es instrumental al momento electoral y las campañas son de personas y no de listas pueden recuperar para los individuos la responsabilidad y por consiguiente el esfuerzo de mantener la participación a lo largo del tiempo y no de forma puntual en torno a una urna. La regeneración política no será posible desde los partidos, y no existirá mientras las aspiraciones aparentes y las profundas guarden en el ser humano tan abismal distancia.

31-III-15, Montserrat Nebrera, lavanguardia

...La forja del Estado del 78 se sincronizó con un cambio en la articulación de la democracia en Occidente. Como reacción a una deriva radicalizada y anticapitalista de los sesenta, se impuso una contrarreforma que pretendió alejar la ciudadanía del centro de decisión y situar en su lugar a los partidos. Esta democracia de control, en un país con una tradición parlamentaria tan precaria como lo era el nuestro, dio unos frutos positivos indiscutibles.

Pero en un momento de crisis severa y retroceso del Estado del bienestar, los ciudadanos descubrieron que los partidos habían traicionado el pacto de servicio a la sociedad porque, por encima de los intereses de los electores, situaron los intereses de la organización. Estamos en este punto. Y en el horizonte, más allá de los discursos, se atisba el espesor de la incertidumbre.

31-III-15, Jordi Amat, lavanguardia

NB: partitocràcia, partitocracia