en plena guerra, los kurdos de Siria ensayan una utopía transfronteriza

Map of Rojava - Feb 2014El pasado 8 de marzo, día mundial de la Mujer, Sara Kaya, alcaldesa de Nusaybin, se acercó a la alambrada que separa su ciudad de Qamishli. Es una frontera de guerra, cerrada desde hace tres años, protegida por alambradas y soldados apostados en torres de vigilancia sobre la planicie acre de la alta Mesopotamia. "Fue un momento tan especial y emotivo... Empezamos cantando, nosotras y ellas, y acabamos todas llorando, tocándonos las manos y los brazos a través de los espinos". Fue un gesto simbólico, sobre los ejes de la solidaridad y la libertad, del no rendirse a que las cosas sean como son.

La frontera entre Siria y Turquía, inevitable y arbitraria como tantas otras trazadas por el colonialismo europeo, divide pero no separa. Al menos aquí, en el sudeste de Anatolia, un pueblo, una identidad, se desborda a ambos lados. La barrera es dura y feroz, propia de una situación de guerra, pero aún así, a pesar de bloquear el contacto, no es una torre de Babel que ahogue el diálogo. Es imposible cruzarla pero los móviles la superan sin necesidad de roaming internacional.

Resultat d'imatges de kurdish women rojavaY es a partir de este fino hilo digital que Sara Kaya teje un nuevo orden, "un orden inferior, donde el Estado desaparece y su lugar lo ocupa el individuo solidario, el ciudadano que se compromete y colabora para defender lo esencial, los derechos humanos por encima de todo, y construir lo imprescindible: casas, escuelas y hospitales, calles limpias y seguras, parques y servicios sociales".

El Estado sirio se ha disuelto en Qamishli, una ciudad de un millón de habitantes, y los kurdos levantan en su lugar una utopía transfronteriza, una administración local que diluye las jerarquías, equipara los derechos de hombres y mujeres, defiende a las minorías étnicas y religiosas, la igualdad de todos, sean quienes sean, ante la ley y las oportunidades.

Qamishli tiene un millón de habitantes y es uno de los tres enclaves de esta república idealizada en el norte de Siria que los kurdos llaman Rojava. Aislada del mundo, se alimenta gracias a los camiones que Kaya envía desde Nusaybin con ayuda recogida en Iraq y Turquía. Pero tan importante como la comida y las medicinas son los consejos administrativos que los kurdos turcos dan por teléfono para defender y gestionar la ciudad, desde la milicia local a la recogida de basuras, y hacerlo a partir del voluntariado y la rotación, según el principio de que todo el mundo, hombres y mujeres, tienen la misma misión y nadie es prescindible.

El abogado Sinan Tanrikulu lo explica con el símil de una comunidad de propietarios. "La presidencia es rotatoria, las decisiones ­se consensúan, los problemas se resuelven con diálogo entre personas que están obligadas a compartir servicios y espacios comunes".

Tanrikulu tiene 48 años pero aparenta muchos más. La cárcel y las torturas le han acortado la vida. Defender a Abdullah Öcalan, líder del PKK, el grupo armado kurdo que desde 1984 combate al Estado turco, tiene su precio, como también lo tiene haber defendido los derechos humanos durante los años más negros de la opresión militar, la década de los noventa, cuando el ejército turco quemaba las aldeas kurdas, detenía, juzgaba y encarcelaba con la impunidad del que está por encima del bien y del mal.

"El Estado no es la solución -explica en su despacho, situado en un inmueble del centro de Diyarbakir, la ciudad más importante del Kurdistán kurdo-. El Estado no sirve de nada sin la colaboración de la gente. Y si es así, ¿por qué, entonces, no nos limitamos a coordinar a la gente, a convencerla de que tiene el deber natural de colaborar?".

Diyarbakir está a 150 kilómetros de Nusaybin pero es aquí donde se da forma a la filosofía política de Rojava. Aquí están los dirigentes regionales del HDP, el brazo político del PKK, un partido de raíces marxistas que ya no lucha por la independencia del Kurdistán sino por la construcción del nuevo orden inferior. "La idea original era conseguir un Estado socialista independiente -recuerda Tanrikulu-, pero nos dimos cuenta de que no era una buena solución porque el Estado-nación no responde a los retos del presente y no garantiza la felicidad de la población. Nuestro gran problema es el nacionalismo turco. No queremos repetir el error del ultranacionalismo alzando nuevas fronteras. La felicidad está en derribarlas, como hace Europa, y construir un Estado multinacional. Rojava, donde conviven cristianos y musulmanes, árabes, kurdos, asirios y yazidíes, es un ejemplo de lo que queremos".

Durante más de 30 años el PKK ha luchado por la independencia. Turquía aún considera que es una "organización terrorista separatista". Los muertos superan los 40.000. Öcalan fue detenido en Kenia en 1999 y, desde entonces, encarcelado en una isla del mar de Mármara -donde es un preso solitario- negocia una salida federalista para los 15 millones de kurdos, el 20% de la población. Ha renunciado a la violencia y promete entregar las armas tan pronto como el Parlamento turco apruebe la inmunidad para los guerrilleros que siguen escondidos.

El presidente Erdogan, que ya se entiende con los kurdos iraquíes, abre la mano para que los kurdos turcos tengan más libertad. Desde el año pasado, el HDP controla un centenar de ayuntamientos donde hombres y mujeres comparten todos los cargos. Las competencias son modestas pero reales, un pequeño paso hacia el autogobierno.

El cielo, al menos en esta parte del mundo, donde la historia es un conflicto milenario, ya no se gana al asalto. "Los kurdos de Siria luchan por su vida y nosotros también tuvimos que hacerlo -reconoce Nesim Gultekim, exguerrillero reconvertido en cuadro del HDP-. La violencia fue un recurso para demostrar que existíamos, pero hoy, cuando nadie niega lo que somos, necesitamos un territorio autónomo, vinculado al Kurdistán sirio, y las armas no ayudan".

Gultekim, que habla con la voz y la mirada hundidas, también aparenta muchos más de los 50 años que dice tener. La muerte le roe los tobillos desde que pasó largas temporadas en las montañas y una década larga en las cárceles turcas. Con este pasado de peshmerga del PKK no puede fiarse de Erdogan, "un presidente centralizador que añora el imperio otomano". "Por eso necesitamos una fuerza política -añade-, alcanzar el 10% de los votos en las legislativas del 7 de junio. Un resultado así robaría al conservador y religioso Erdogan la mayoría absoluta y las negociaciones serían más equilibradas".

Erdogan fomenta el islamismo en el sudeste de Anatolia -donde alimenta el partido Hüda Par- y se entrega a la beneficencia para restar fuerza al laicismo progresista del HDP. Un 40% de los kurdos vota por él.

24-V-15, X. Mas de Xaxàs, lavanguardia