"Sólo como hipótesis", Salvador Cardús

¿Cuántas veces se ha dado por acabada la vía catalana a la independencia? Tantas como se la ha ridiculizado con el fin de justificar que se reavivaba. La última, la semana pasada justo cuando ya se daba por liquidado el tema vista la enésima desavenencia entre partidos soberanistas, por un par de sondeos que los hacían perdedores y por la suposición de que Mas no se atrevería a convocar el 27-S. Pero el inesperado acuerdo del lunes 13 hundió tales cálculos. El primero en reaccionar fue Rajoy, asegurando que no habría independencia de Catalunya y que el Estado actuaría en consecuencia. Al día siguiente Pedro Sánchez declaraba que "bajo ningún concepto" aceptaría la independencia de Catalunya. Todavía un día más y la cara de pocos ­amigos del Rey hacia Mas permitía todo tipo de satisfacciones autoritarias. Y, para redondearlo, la vicepresidenta Sáenz de Santamaría completaba el cuadro ridiculizando la lista de "políticos, no políticos y mediopensionistas".

Que la vicepresidenta española se ría de Muriel Casals, aparte de la ­actitud irrespetuosa, pone en evidencia el desconocimiento profundo que tiene de Catalunya. Casals es la presidenta de Òmnium Cultural, una asociación en defensa de la lengua y la cultura catalanas con la ­misión de suplir la incuria, si no animadversión, que el Estado español demuestra por todo aquello que cuestiona su visión unitarista y ­uniformizadora. Òmnium, desde que Casals es presidenta -y desde la sentencia del Constitucional contra el Estatut- ha más que doblado sus socios y ya supera los 49.000. A fin de que la señora vicepresidenta se haga una idea clara de su metedura de pata, haría falta que encontrara en España a la presidenta de una organización civil en defensa de la lengua y la cultura castellana con 305.000 socios al día del pago de sus cuotas. ¿La trataría, también, de mediopensionista? La vicepresidenta no debe imaginar el empujón que da al secesionismo cada vez que recurre a sus ignorantes sarcasmos.

El problema de España es que aún no ha sabido responder a las razones del sí a la independencia que no sea con un no como principal y única razón. Pero hay que decir que en el "no la habrá" o "no se aceptará bajo ningún concepto" ya hay un pequeño progreso: se verbaliza la palabra "independencia", que no es poco. Y en la bendición del Gobierno español a la propuesta de la lideresa catalana del PP para hacer un frente amplio constitucionalista para el 27-S (PP más PSC, C's y Unió) está el reconocimiento implícito del carácter plebiscitario de la convocatoria.

Es cierto que el soberanismo ha tenido un comportamiento equívoco y en algún momento errático, y que eso ha alimentado los exabruptos con que las instituciones del Estado -incluidos los afinados analistas que siguen sin entender nada- han reaccionado a los avances de este proceso. La dimensión del desafío, la imposibilidad de seguir precedentes similares como los del Quebec o Escocia -que habría sido lo esperable- y el tener que avanzar con unas ya destartaladas estructuras políticas autonómicas, explican de sobra tanto los gestos dubitativos de unos como la tozudez de los demás. Pero todos los que ahora se carcajean de las dificultades catalanas para seguir su camino, a la víspera de la proclamación de la independencia de Catalunya quedarán mudos cuando se vean el desconcierto, los golpes de timón, los autoritarismos ridículos y las penosas ofertas condescendientes de última hora. Entonces sí que veremos quién es quien debe enfrentarse a una profunda división política interna, llena de reproches y acusaciones. Las desconfianzas entre ERC y CDC serán cosa de criaturas al lado de cómo se apuñalarán PSOE y PP, y cómo sacarán tajada C's y Podemos.

Desde mi punto de vista ingenuo pero coherente con mis convicciones -man­tener las convicciones, en política, siempre te hace ingenuo-, sugeriría que España empiece a considerar de una vez por todas la hipótesis de la independencia de Catalunya. Nunca he vivido mi ambición de independencia como resultado de un antiespañolismo emocional. Todo lo contrario: tal como he defendido aquí mismo en muchas ocasiones y desde hace años, me imagino la secesión como el primer paso de una reconciliación histórica entre las dos naciones que les debería permitir realizar grandes proyectos en común, ahora en una colaboración entre estados iguales. Aquello que no ha sido posible dentro de un mismo Estado, que lo sea como buenos vecinos.

Puedo entender que, públicamente, y a estas alturas del conflicto, se insista en el no como única razón. Creo que España habría podido encontrar razones para el no a la independencia más inteligentes que la amenaza, el miedo y el exabrupto. Pero sería recomendable que analizara la hipótesis de la independencia de Catalunya. De acuerdo: sólo como hipótesis, incluso improbable. Podría estudiar los costes para saber si le convendría más una separación pactada que unilateral. Debería estudiar cómo se haría la transición. O cómo quedaría reposicionada en Europa. Podría aprovechar la oportunidad para una reorganización territorial más eficiente. Incluso podría estudiar las futuras formas de cooperación con Catalunya. Y podría encargar a sus intelectuales que pensaran algún tipo de relato que minimizara el sentimiento de pérdida o de fracaso, para evitar lo ocurrido en 1892. La propia comisión de expertos creada por el PSOE para pensar una reforma constitucional podría dedicar alguna sesión -secreta, claro- a estudiar esta posibilidad. Lo repito: como hipótesis improbable. Sin embargo, como dijo no sé quién, los referéndums -y las elecciones con carácter plebiscitario- los carga el diablo. Por si acaso.

22-VII-15, Salvador Cardús, lavanguardia