"Una especie en extinción", Josep Maria Ruiz Simon

Supongo que aún se enseña en las escuelas que los bueyes, las ovejas y las cabras tienen un estómago complejo que se compone de departamentos diversos. Estos departamentos, la panza, la redecilla, el libro y el cuajar, son los protagonistas del proceso de rumiar, que, en la edad media, constituía la principal metáfora del acto de leer. Hace unos años, Mary Carruthers dedicó algunas páginas de su libro The book of memory. A study of memory in medieval culture a recordar el uso que entonces se hacía de esta metáfora. Los medievales hablaban a menudo del vientre de la memoria. Invitaban a ver los libros como prados de pasto. Pensaban este vientre como un lugar donde se almacenaban los textos leídos. Y entendían estos textos almacenados como el bol alimentario que, siguiendo el ejemplo de las vacas, hacía falta regurgitar al paladar para acabar de sacarle provecho. De acuerdo con esta manera de entender las cosas, los textos guardados en lecturas anteriores volvían del estómago de la memoria a la boca del entendimiento, donde eran masticados de nuevo, es decir, meditados, con vistas a su incorporación. Así, y como dice Petrarca en una carta a Boccaccio, se almorzaba por la mañana el mismo texto que se había cenado al atardecer. Pero algo más fermentado. Como en el caso de la nutrición, se trataba de convertir lo ingerido en sustancia propia. Gregorio el Grande sintetiza a la perfección esta manera de entender la lectura: "Tenemos que transformar lo que leemos en nosotros mismos". Como también señala Carruthers, esta metáfora también se usaba para hablar de la composición de textos a partir de las lecturas acumuladas. En la edad media, cuando aún no existían los derechos de autor, el plagio no era un crimen, sino un diálogo de alusiones y transformaciones entre las memorias del escritor y del lector.

Esta metáfora digestiva de la lectura ha acabado cristalizando en muchas lenguas. En español, se usa la misma palabra (r umiar) para hablar en sentido propio del proceso de volver a masticar de algunos herbívoros y en sentido figurado del hecho de reflexionar. En catalán, rumiar es sólo un acto repetitivo de la mente y sólo el cultismo ruminar tiene ese doble sentido. La palabra más común remugar, que antiguamente también lo tenía, acabó perdiendo el segundo y ahora en sentido figurado sólo significa hablar entre dientes en señal de enojo, de desagrado o de desaprobación. Antes los lingüistas hablaban del carácter nacional para explicar este tipo de pérdidas. Pero debe de haber otras razones. En alemán, el verbo wiederkäuen aún conserva aquel doble sentido. A Nietzche le gustaba mucho esta dualidad. En el prefacio de La genealogía de la moral invitaba a interpretar la tercera disertación de la obra ejercitándose en la lectura como arte y apuntaba que para este arte hacía falta algo que exige ser casi como una vaca y no un "hombre moderno": "wiederkäuen". Al parecer, las vacas lectoras ya eran entonces una especie en extinción.

28-VII-15, Josep Maria Ruiz Simon, lavanguardia