"El día después", Rafael Nadal

El tiempo vuela a velocidad de vértigo hacia la noche del 27 de septiembre. Dentro de sólo nueve días Catalunya se habrá contado y conoceremos la voluntad de la mayoría sobre la propuesta independentista. Será una me­dición imperfecta, pero es lo que la dinámica política ha impuesto y lo que los actores de primera fila, después de evaluar los riesgos, han acabado aceptando. El día después no valdrá lamentarse. Ya no se podrán esgrimir apoyos indemostrables, no se podrá usar el nombre de la mayoría en vano y se habrán acabado las guerras de cifras. Todos tendremos que modular las opiniones y tendremos que acompasar los argumentos al veredicto de las urnas. Hablaremos de una realidad avalada por datos empíricos.

Habrá, pues, un antes y un después del 27-S. Y no sé si los protagonistas políticos son conscientes de ello. Hemos protagonizado tantas jornadas pretendidamente históricas, que ahora cuesta darse cuenta de que tal vez, ahora sí, la historia se nos plante enfrente. Con toda la crudeza. Será en un sentido o en otro, para bien o para mal, pero el pronunciamiento democrático de los ciudadanos comportará cambios políticos en profundidad.

Habrá por primera vez un mandato a favor o en contra del proyecto soberanista, derivado de unas elecciones legales, convocadas de acuerdo con el ordenamiento jurídico, celebradas con todas las garantías democráticas, supervisadas por los organismos pertinentes y con una plena homologación internacional. Al día siguiente, nadie será propietario del conjunto del país, que seguirá siendo plural y diverso; pero, finalmente, algunos podrán exhibir el apoyo de la mayoría y otros deberán reconocer que hablan en nombre de minorías. Y en tales circunstancias, nada podrá ser igual, ni nadie podrá hablar exactamente igual.

Lo ha dicho el periodista Iñaki Gabilondo, convertido en una de las voces de la conciencia española: "En Catalunya la anilla de la granada ya ha sido retirada". Lo dijo Felipe González hace más de un año, cuando todavía no había decidido dilapidar su prestigio intelectual: "Si los ciudadanos se pronuncian, estaremos en un callejón sin salida". Fue en aquel cara a cara con el presidente Artur Mas, promovido valientemente por Jordi Évole en vísperas del 9-N, cuando el periodismo español todavía no había decidido suicidar su capacidad de influencia en Catalunya.

Desde el referéndum del 2006 ha habido tiempo de sobra para rectificar y para encajar una convivencia razonable; pero muchos lo han malgastado en una demostración sorprendente de miopía y de incompetencia. Y quizás también de displicencia, de soberbia, de ignorancia, de frivolidad y de pereza. Tiempo atrás las cosas podían haber sido muy sencillas; ahora las propuestas serán más difíciles de encajar. Prepárense unos y otros para asumir decisiones complejas, pero rotundas: con un mandato democrático de por medio, cualquier salida, cualquier propuesta, cualquier negociación tendrá que ser mucho más concreta y pautada.

En el escenario improbable de una derrota electoral del independentismo, sus líderes tendrán que dimitir. Los pactistas deberán tomar el relevo y poner encima de la mesa una reforma federal que saben que no existe en la voluntad de ninguno de los partidos españoles mayoritarios (y ya no digamos la confederal, que algunos todavía enarbolan). Sería una forma de acentuar la decepción, incrementando de la desafección y el independentismo.

En el más probable escenario de una victoria electoral clara de los independentistas, sin una mayoría absoluta de votos, los partidos del sí también se enfrentarán a convulsiones difíciles. ¿Cómo explicarán a un electorado enfervorizado que la hoja de ruta ha embarrancado? ¿Cómo les explicarán que sin mayoría absoluta se ha esfumado toda esperanza de homologación internacional? ¿Los dirigentes de Junts pel Sí creen de verdad que si no consiguen apoyo suficiente en la comodidad de las urnas lo acabarán teniendo en las turbulencias de la desobediencia y la movilización?

Por último, si el independentismo consigue el apoyo de la mayoría en votos, ¿alguien piensa desde el Gobierno de Madrid que se podrá volver a mirar hacia otro lado? ¿Realmente se podrá evitar el reconocimiento del resultado y no se contraatacará ni con una oferta de ley de claridad para un referéndum pactado y vinculante? ¿Se negarán a sí mismos aquellos que han reclamado una mayoría independentista como condición previa para aceptar el referéndum? ¿Europa avalará una salida contra una voluntad mayoritaria, pacífica y democrática?

Ya sé que en Madrid, la mayoría no soporta a Artur Mas. También en Catalunya tiene muchos detractores, incluso entre los independentistas. Pero todos harían bien en entender que sus últimas intervenciones son lo más parecido a una posibilidad real de pacto, que abra las puertas al reconocimiento de la mayoría, sin los costes de un enfrentamiento descontrolado. Sea cuál sea el escenario, pero muy especialmente en el caso de victoria independentista (en escaños, o en escaños y votos), todos harían bien en hacerle caso y poner las leyes al servicio del diálogo. Desde el primer momento. Hagan política desde la misma noche del 27 de septiembre. Impulsen una ley de claridad o cualquier fórmula que permita convocar un referéndum vinculante y a fecha comprometida. A menos que estén dispuestos a aceptar que el tiempo ya vuela hacia una confrontación sin normas, costosa ahora para Catalunya, pero a la larga tal vez más para España: en términos de cohesión social, de progreso económico y de solvencia internacional.

18-IX-15, Rafael Nadal, lavanguardia