Nepal, entre China, la India y una élite parasitaria

Las carreteras de Nepal están muy vacías pese a las fiestas de Dasain y en Katmandú se forman colas de treinta horas para intentar llenar el depósito. Los nepalíes, todavía convalecientes de un terremoto, se han quedado sin combustible porque su único proveedor, India, quiere intimar que su nueva Constitución no es de su agrado. Los madhesis -la población de lengua hindi de las llanuras- llevan dos meses en pie de guerra al considerar que la Carta Magna -aprobada finalmente en septiembre -los mantiene como ciudadanos de segunda. Y Nueva Delhi ha terminado abrazando su revuelta, en la que cuarenta manifestantes han muerto a manos de las fuerzas de seguridad, con la mitad del ejército nepalí desplegado en la zona.

Los madhesis no son los únicos nepalíes que se consideran traicionados por un texto que, tras una década de guerra civil y siete desesperantes años de Asamblea Constituyente, parece dejarlo todo atado y bien atado en manos de las castas altas del valle de Katmandú. Otros nepalíes, singularmente los aborígenes de las montañas -sherpas, tamangs, lepchas y tantos otros- y de las llanuras -tharus- tienen tantos motivos de desengaño como los madhesis, pero no cuentan con aliados tan poderosos.

India le está apretando las tuercas a su hermano menor himalayo con el mismo procedimiento ensayado por Rajiv Gandhi hace más de veinticinco años, cuando a Katmandú se le ocurrió comprarle armas a China. Pero los tiempos son otros y las consecuencias del bloqueo -no reconocido por Nueva Delhi puesto que violaría la legalidad internacional- imprevisibles. De momento, el principal puerto de montaña entre Nepal y China fue reabierto anteayer urgentemente, tras meses de desescombro.

El tremendo terremoto de abril sacudió a la cúpula política nepalesa y aceleró la redacción de la Constitución. Parte del pacto consistía en que el anciano primer ministro del Partido del Congreso, Sushil Koirala, enfermo de cáncer, cediera el poder ejecutivo a su hasta entonces socio de gobierno marxista-leninista, KP Sharma Oli, a cambio de la jefa-tura del Estado, mientras que los maoístas se harían con la pre-sidencia de la Cámara. Sin em-bargo, cuando en Nueva Delhise leyó la letra pequeña de la Constitución, diseñada para limitar su influencia, el enfado fue mayúsculo.

Koirala -cuyo partido es tradicionalmente el más sensible a los intereses indios- cumplió con la promesa de dimitir, pero solo para volver a presentar su candidatura. Y perdió. En su lugar, KP Sharma Oli fue elegido nuevo primer ministro el pasado domingo con el concurso de extraños compañeros de cama: los maoístas, los monárquicos tradicionalistas y un partido madhesi. Sharma Oli, como indica su apellido, es de casta brahmán, como su antecesor. Su partido, a pesar de llamarse marxista-leninista, hace tiempo que se identifica con el statu quo, casi tanto como el Partido del Congreso. Oli, no obstante, tiene a sus espaldas catorce años de prisión y se estrenó en la vida política hace medio siglo, con un grupo de inspiración maoísta dado a decapitar terratenientes. Koirala, en comparación, sólo había participado en el secuestro de un avión.

La torpeza de India ha conseguido que la élite de Katmandú siga aferrada al poder con la coartada de la pugna entre David y Goliat, con quinta columna de por medio. Mientras se alimenta el temor a que algún día Nepal -parcial o totalmente- sea anexionado por India como lo fue Sikkim hace cuarenta años, por un procedimiento que vuelve a estar de moda: agitación, intervención y referéndum. De hecho, el ex embajador de India en Nepal prefiere una comparación aún más alarmante, al recordar la situación de Pakistán Oriental en 1971, cuando India intervino militarmente a favor de la creación de Bangladesh.

La democracia India se sustenta en tres pilares que han sido burlados en la Constitución de Nepal: el laicismo, la discriminación positiva de aborígenes y castas marginadas y, finalmente, un federalismo de base lingüística. En cambio, la Carta Magna nepalí establece que el hinduismo será objeto de especial protección y que la vaca es el animal nacional. Mientras que las siete provincias son deliberadamente heterogéneas y dividen a varios pueblos, no solo a los madhesis.

Asimismo, en los matrimonios entre nacionales y extranjeros, sólo el hombre puede pasar la nacionalidad automáticamente a sus descendientes. A la vez, la nueva Constitución distingue entre nepalíes de nacimiento y naturalizados, excluyendo a estos últimos de determinados empleos, singularmente, de la jefatura de Gobierno o del Estado. India no tiene ninguna duda de que los nepalíes de origen indio son los destinatarios de estas limita­ciones.

Para limar aristas con Nueva Delhi, el ministro de Asuntos Exteriores es un nacionalista hindú, Kamal Thapa, presidente del minoritario Partido Monárquico, que tiene como símbolo, precisamente, a una vaca.

Bajo el gobierno de Manmohan Singh, India apoyó la democratización de Nepal, sentando en la misma mesa a todos los partidos, incluida la guerrilla maoísta, para crear un república multipartidista. La contrapartida fue la concesión de la nacionalidad nepalí a cientos de miles de residentes de origen indio. Su número total podría superar los cuatro millones, debido a la política de fronteras abiertas impuesta por Nueva Delhi hace 65 años y que los políticos de Katmandú querrían derogar, pero no pueden.

Nepal bordea Bihar, uno de los estados más disfuncionales de India, con más de cien millones de habitantes y también Uttar Pradesh, con más de doscientos millones. Las llanuras son el granero del país y los madhesis suponen un porcentaje creciente de la población: ya representan un tercio. A uno y otro lado de la frontera comparten pan y matrimonios, que es la forma laica de decir que comparten religión, casta y dialecto.

Mientras tanto, confirmando los peores temores, las autoridades nepalíes no han distribuido aún 3.600 millones de euros de solidaridad internacional con las víctimas del terremoto. El organismo encargado de su distribución ha sido repetidamente bloqueado en el Parlamento por el partido de Oli, a la espera de hacerse con el poder, como finalmente ha sido.

16-X-15, J.J. Baños, lavanguardia