“El niño debería ir a la escuela a aprender, no a ser feliz”, Alberto Royo
Sostiene en su libro Alberto Royo que la innovación puede llevar al traste la educación de una generación. “En lugar de analizar la situación desde la realidad de la docencia, definir claramente los objetivos, detectar los errores, y buscar maneras de corregirlos, hemos optado por innovar y experimentar desde la distancia, las teorías vaporosas y el diletantismo educativo, despreciando la tradición sólo porque no implica modernidad, alterando los fines naturales de la instrucción pública y el papel del profesor”. El profesor es la voz del sistema educativo que reclama colocar al centro de la educación no al alumno como sostienen las nuevas corrientes pedagógicas, sino al conocimiento y al docente. No está en contra de expresar las emociones, ni de usar tecnología, ni de aprender idiomas pero cualquiera de esos conocimientos no deben ser los objetivos en las aulas españolas.
¿Qué le preocupa de la renovación pedagógica?
Me preocupa que podemos echar a perder determinados valores buenos que nos han servido desde el pasado y hasta ahora, como el conocimiento, la exigencia, el esfuerzo... Las nuevas tendencias parecen converger en un lugar en el que el conocimiento no está en el centro. Los niños han de ser felices, han de emprender, han de hablar idiomas...
¿Es incompatible aprender y ser feliz?
Tenemos que establecer prioridades. Si creemos que el alumno debe aprender en la escuela aquellos conocimientos que no puede adquirir fuera haremos cosas distintas que si pensamos que lo importante es que sean felices, o se relacionen bien o empaticen. Todas estas metodologías no ponen el conocimiento en el centro del debate. Yo defiendo una enseñanza basada en el conocimiento como un acto de resistencia, de legítima defensa.
¿Se le exigen nuevas competencias al profesor?
Se le piden cosas que no le competen. Siendo como es la función del docente compleja, lo más inteligente sería encontrar cierta naturalidad y sencillez a la hora de transmitir el conocimiento. Si nos despistamos con el plurilingüismo, la cultura financiera, la educación emocional, al final, ¿dónde queda el conocimiento de la asignatura que imparte el docente? Y luego yo, que soy músico, ¿para qué necesito una asignatura de educación emocional cuando mi propia asignatura perfectamente es capaz de desarrollar el gusto estético o la sensibilidad artística? Tengamos claro cuál es el objetivo de la educación y para qué sirve un profesor.
Reivindica el esfuerzo, la paciencia, la repetición, la atención, la memoria...
Hoy suena antiguo hablar de silencio, capacidad de atención, disciplina, pero todo eso es esencial para aprender cualquier cosa. El profesor corrige los exámenes concentrado y en silencio. ¿Por qué no sirve eso al alumno? Ofuscamos lo evidente. Queremos que el mensaje sea lúdico, motivador, sugerente y perdemos de vista que el aprendizaje no siempre es divertido, y que, en todo caso, aprender es ya en sí mismo apasionante. Hoy ya no se ejercita la memoria. Se denosta la memoria recurriendo la lista de los reyes godos como si aún se recitara. En música, es esencial conocer las notas musicales y un intérprete memoriza las partitura. Hay que pasar muchas horas con el instrumento. Edulcorar el aprendizaje significa confiar poco en que es algo valioso.
Las nuevas pedagogías defienden que los alumnos españoles no están bien formados habiendo recibido educación clásica. Por otra parte, los estudiantes van a necesitar competencias distintas cuando lleguen a adultos.
No nos dejemos llevar por modas porque esas modas serán sustituidas. En esencia enseñar es lo mismo. Transmitir unos conocimientos que una persona sabe a otra que no sabe y quiere aprender. Eso es indiscutible. ¿Hoy por alguna suerte genética se aprende de forma distinta? La respuesta es no.
Quizás no haya que menospreciar la forma en la que las nuevas tecnologías están cambiando el mundo.
Los avances tecnológicos sirvan para apoyar pero nunca para sustituir la que es principal herramienta que tiene el docente que es la palabra. Se habla de móviles pero luego coincidimos que no son capaces de mantener la atención en clase. ¿Se necesita capacidad de atención o estímulos constantes? Un alumno necesita ser capaz de atender a una persona que le habla. La motivación inicial de tener un móvil en clase en cuanto pasan unos días se convierte en una rutina y ya estamos en las mismas.
Los avances en la neurociencia celebran el juego como forma de aprendizaje.
Eso tendría sentido en infantil pero en secundaria es absurdo. Unamuno decía que el profesor que quiere enseñar jugando acaba jugando a enseñar y el alumno que quiere aprender jugando acaba jugando a aprender. Los alumnos no quieren ir a clase. Ni hoy ni nunca. Pero no tienen madurez para decidir lo que pueden hacer. Hay que decirles que esto que no te apetece debes hacerlo por tu propio bien.
¿Se les sobreprotege?
Los adultos deben guiar y asumir la responsabilidad que les toca. El hijo no puede tomar el camino que quiera.
¿Qué salva de las corrientes innovadoras?
Cuestiono que sea bueno innovar. Un profesor ya innova en el aula.
¿Qué debería contener una buena ley de educación?
Hoy se iguala a todos a la baja. Todas las personas deben tener la misma oportunidad en acceder a la educación pero después debemos saber que no todas llegarán al mismo punto. Es absurdo creer que todos somos iguales por mucho que Ken Robinson diga que tenemos distintos talentos. No todos tenemos la misma capacidad, el mismo coeficiente intelectual. Y por otro lado, una democracia avanzada debe tener un buen sistema público que permita el ascenso social a los alumnos desfavorecidos.
28-II-16, C. Farreras, lavanguardia