"El fútbol como escuela de tramposos", Carles Capdevila

Ahora debatimos si está bien lo que hizo el entrenador mitificado por ser tan espavilado, Cholo Simeone: ordenar que lanzasen una pelota para parar un contraataque del equipo rival. No lo está, fin del debate. Hacer trampas nunca está bien. No son legítimas ni como consuelo de los perdedores ante la arrogancia de los ganadores, que a menudo también hacen trampas.

El fútbol, escaparate mundial de la condición humana, con toda su épica y espíritu de superación y también con toda su malicia, es uno de los espacios donde se dan más tertulias éticas. Debatimos més lo que hace un entrenador que lo que hace Europa. Y así nos van las dos cosas. Porque a las tertulias de fútbol, a las profesionales y a las de bar, se loa alegremente la picaresca, hay una tolerancia alta con aquello que el eufemismo expresa como “estar al límite del reglamento”, que suele querer decir saltarselo.

Nunca lo he entendido. No sólo la prensa al servicio de un equipo o de unos colores, que minimiza lo de los suyos mientras amplifica el mal comportamiento de los otros. Todos los entrenadores en potencia que llenan los cafés y harían mejores alineaciones suelen ser condescendientas con las cosas feas del fútbol.

“Todo el mundo tiene derecho a utlizar sus armas”, oímos, con la manía de las metáforas bélicas y ganas de justificar las pérdidas de tiempo, los desmayos fingidos, los penales inventados, el juego sucio, los insultos, las provocaciones, lea tanganas y otras estafas.

El show que mueve más dinero permite que la mitad del partido no se juegue. Y algunos analistas justifican que se agreda a un jugador porque excita a los defensas exhibiendo su talento.

Un espectáculo de masas que considera las trampas mediocres como herramienta legítima y penaliza la excelencia como provocación debería empezar clases de ética desde el nivel de P3.

24-IV-16, Carles Capdevila, ara

http://www.ara.cat/opinio/futbol-escola-tramposos_0_1565243506.html#rlabs=2%20p$2