España cañí -238: carísimos primeros submarinos de tecnología militar española... que no flotan

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Resultat d'imatges de s80 "no flota" submarinoSubmarino S-80. No es un programa nuevo sino viejo, pero habrá que refinanciarlo debido a sus problemas de sobrepeso. El primer submarino, que debía entregarse en 2012, no llegará hasta 2018 y solo la primera unidad agotará el presupuesto total del programa: 2.135 millones. Entonces habrá que decidir si se construyen tres submarinos más y cuánto se paga de sobrecoste.

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Al Isaac Peral (S-81), el primer submarino de la nueva serie S-80 encargada por la Armada española al astillero público Navantia, le sobran entre 75 y 100 toneladas. Nadie lo dice con precisión, pues nadie lo ha pesado.

Este sobrepeso puede no parecer excesivo si se compara con sus 2.200 toneladas de desplazamiento en superficie y 2.430 en inmersión. Pero unas toneladas de más pueden comprometer la llamada reserva de flotabilidad, que permite a un submarino sumergirse, emerger y navegar; llenando y vaciando tanques. En otras palabras, el primer submarino de diseño español tiene un serio problema.

Resultat d'imatges de s80 "no flota" submarinoNavantia ha reconocido la existencia de “desviaciones relacionadas con el balance de pesos” —adelantadas por La Verdad de Murcia— y ha estimado que la evaluación del problema y su corrección supondrán un retraso de entre 12 y 24 meses en la fecha de entrega del buque. Es decir, que el Isaac Peral no estará en manos de la Armada en marzo de 2015, como estaba previsto, sino en 2016 o 2017.

Defensa asegura que “se está estudiando el alcance del problema para determinar su impacto en términos de tiempo y dinero”, pero no quiere pronunciarse, alegando que “se barajan distintas alternativas”.

Todas pasan por alargar el casco, prolongar sus 71 metros de eslora. Es decir, no se trata de adelgazar el submarino, sino de crecer para reequilibrar el peso. Pero no es lo mismo agregarle algún anillo suplementario que rediseñarlo por completo.

El exceso de tonelaje —consecuencia de errores de cálculo en los trabajos de ingeniería— supondrá no solo un retraso, sino también un sobreprecio, que en este momento nadie se atreve a evaluar. El programa S-80, con un presupuesto de 2.200 millones de euros para cuatro sumergibles, es ya uno de los más costosos de las Fuerzas Armadas y el más importante de los encargados a la industria nacional.

El equipo de propulsión AIP se quemó y se negocia un recambio

La decisión de construir un submarino de diseño español está en el origen de muchos de los actuales quebraderos de cabeza. Tras el divorcio con el astillero francés DCN —con el que coprodujo los sumergibles Scorpène—, Navantia se lanzó a la aventura de construir, por primera vez en su historia, un submarino completo. Para algunos, fue una temeridad; para otros, un reto que, si tenía éxito, permitiría a España competir con su propio producto en el floreciente mercado mundial de submarinos.

Sin embargo, para resolver este problema Navantia recurrirá al “asesoramiento técnico de un socio tecnológico” extranjero. Lo más probable, según las fuentes consultadas, es que contrate a Electric Boat, una filial de la estadounidense General Dynamics que ya evaluó el proyecto original.

El sobrepeso no es el primer escollo con que tropieza el S-80. Aunque sea menos llamativo, el problema más complejo tecnológicamente está en su sistema de propulsión. La característica más novedosa del S-80 es que irá equipado con un sistema de propulsión independiente del aire (AIP). Eso supone que en vez de tener que emerger cada pocas horas, como los sumergibles convencionales, le bastará con hacerlo cada 15 o 20 días, casi como un nuclear.

Hay varios sistemas AIP operativos, como los fabricados por Suecia o Alemania, pero de nuevo aquí se optó por una solución española. Por indicación de la Armada, Navantia contrató con Hynergreen (una filial de Abengoa) la fabricación del procesador de bioetanol, que produce hidrógeno a partir de dicho combustible. La empresa diseñó un procesador a gran escala, pero falló a la hora de miniaturizarlo y el prototipo se quemó. Navantia está ahora en conversaciones con Técnicas Reunidas para que fabrique el procesador de bioetanol de los primeros submarinos.

El retraso provocado por el exceso de peso dará más tiempo para resolver el problema del AIP, aunque Defensa no descarta que el primer S-80 se construya sin incorporar todavía el nuevo sistema de propulsión. No parece que ese fuera un gran negocio: un submarino indiscreto con sobrepeso y sobrecoste.

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Aún no se sabe cuánto costará el nuevo submarino español, rebautizado como S-81 Plus, pero sí se conoce cuál será el coste de su retraso, provocado por sus defectos de diseño (entre otros, un sobrepeso de 75 toneladas): unos 130 millones de euros. Ese es el precio de someter a una profunda revisión a los tres submarinos todavía en servicio para prolongar su vida operativa hasta que lleguen sus sustitutos. A punto de concluir la gran carena del Tramontana (S-74), por 43 millones, la Armada planea ya repetir la operación con el S-71 y el S-73.

El submarino es un “arma estratégica” —en palabras del jefe del Estado Mayor de la Armada, almirante general Jaime Muñoz Delgado— que España no debe perder. De los ocho sumergibles que tenía en los años ochenta, ya sólo quedan tres, lo que ha obligado a declinar algunas peticiones de la OTAN.

Pero el retraso de la nueva serie S-80 —inicialmente estaba previsto que el primero, el Isaac Peral, se entregase en 2012 y ahora se apunta a 2020— amenaza con dejarlos en dique seco. Y ello no solo implica perder una capacidad tecnológica y militar, sino también el adiestramiento de las tripulaciones, que cuesta todavía más recuperar.

Para que puedan seguir navegando en condiciones de seguridad, deben someterse a una exhaustiva revisión, denominada gran carena, que se prolonga durante 18 meses e implica desmontarlos por completo.

La Armada contrató el año pasado con el astillero público Navantia una gran carena no prevista del Tramontana por 42,9 millones de euros, a punto de concluir, y ya planea repetir la operación con el Galerna (S-71) y el Mistral (S-73) en 2017 y 2018.

Cuatro carenas

Normalmente se realizan cuatro grandes carenas a lo largo de la vida de un submarino, pero la Armada se propone hacer una quinta antes de darlos de baja. Estas obras permitirían prolongar sus tres décadas de servicio en cuatro o cinco años más, lo que serviría de puente hasta la llegada de los nuevos S-80, aunque no está garantizado.

A principios de este mes, Navantia concluyó el casco resistente del S-81 Plus, así llamado porque hubo que alargarlo para compensar el sobrepeso, tras realizar un completo rediseño para el que se contrató a la firma estadounidense Electric Boat, por 14 millones. Pero hasta este verano no está previsto que se realice la denominada Critical Design Review (CDR), que permitirá certificar definitivamente el diseño del submarino. Defensa ha ordenado a Navantia que aparque los trabajos de construcción de los otros tres sumergibles y se centre en la primera unidad, el S-81 Plus. Solo entonces se podrá fijar el número de unidades, el coste final del programa y el calendario de entregas. Y eso obligará a modificar la actual orden de ejecución, equivalente al contrato.

El sobrepeso es el problema más aparatoso del nuevo submarino, pero no el único. La integración de un sistema de propulsión AIP (independiente del aire) también ha generado múltiples complicaciones, pero la Armada se resiste a renunciar al mismo, porque un submarino con motor diésel-eléctrico convencional nacería ya obsoleto. Aunque Defensa mantiene formalmente el presupuesto inicial del programa S-80 (2.135 millones de euros), los expertos dan por sentado que este dinero sólo llegará para el primer submarino y habrá que buscar más fondos (aunque no sean tan caros, una vez certificado el diseño) para los restantes.

El mayor fiasco de la industria militar española no ha sido objeto de un debate monográfico en el Parlamento ni de exigencia de responsabilidades. En su último comunicado sobre el S-80, el pasado 16 de abril, Defensa deslizaba sutilmente la responsabilidad hacia el Gobierno del PSOE, al atribuir los “graves retrasos” del proyecto a su “alta componente tecnológica” y a la “falta de un socio tecnológico de referencia”. Fue en 2010 cuando Navantia rompió su colaboración con la firma francesa DCNS, convencida de que no la necesitaba para diseñar un submarino de nuevo cuño.

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