esperpéntica impunidad en el asunto Fernández Díaz-de Alfonso (X. Antich & G. Serra)
De la picaresca al esperpento
No extraña que las dos grandes aportaciones de España a los géneros de la literatura europea hayan sido la picaresca y el esperpento. Como no extraña tampoco que estos días las redes se hayan visto invadidas por una cita de Valle Inclán, ante el intento desesperado por comprender el incomprensible incremento de votos del Partido Popular tras haberse conocido el contenido de las conversaciones entre el ministro del interior, Jorge Fernández Díaz, y el jefe de la Oficina Antifraude de Catalunya, Daniel de Alfonso, en lo que ya constituye, sin duda, el caso más escandaloso en la precaria y deficitaria democracia española de orquestación, desde los aparatos del Estado, de una campaña sistemática de acoso político y manipulación informativa contra opositores políticos. La cita procede de la escena decimocuarta de Luces de bohemia, cuando un lúcido sepulturero dispara una sentencia inapelable: “En España el mérito no se premia. Se premia el robar y el ser sinvergüenza. En España se premia todo lo malo”. En realidad, ya antes, en el mismísimo despacho del ministro de la Gobernación, un Max Estrella indignado había proferido a gritos unas palabras de inquietante actualidad: “¡Tienen ustedes una policía reclutada entre la canalla más canalla!”
Tal vez, lo más preocupante de todo no sea la verificación de una sospecha generalizada, sino más bien la confirmación de un diagnóstico, emitido en su momento por Felipe González como presidente del Gobierno, según el cual “el Estado de Derecho también se defiende desde las cloacas”. Preocupante, sí, ciertamente. Porque lo que ya adquiere la categoría de indecente es que, mientras que el Parlament de Catalunya ha cesado de manera fulminante al jefe de la Oficina Antifraude, el Congreso español, por el contrario, no haya forzado una medida análoga respecto al ministro del interior, sino que incluso, a través de la Mesa de la Diputación Permanente, haya rechazado, con los votos del PP, PSOE y Ciudadanos, la mera comparecencia del ministro del interior para dar cuenta del contenido de unas manifestaciones que han escandalizado a las personas decentes que se han molestado en escucharlas. Por no recordar que, a estas alturas, el, en otras ocasiones, tan diligente Fiscal General del Estado no haya iniciado siquiera diligencias para conocer la verosimilitud de las acciones e iniciativas que el propio ministro confiesa motu proprio, y que suponen, a todas luces, prácticas que ningún Estado de derecho debiera tolerar. Unas prácticas, como mínimo, similares a las de aquellas bandas de gángsters de Nueva York, conocidos como Ángeles del Pantano (Swamp Angels), “que merodeaban entre laberintos de cloacas”, de las que habló Jorge Luis Borges en su Historia universal de la infamia.
La literatura europea ha dejado, a lo largo de los siglos, testimonio suficiente de la grandeza y la desmesura de ciertos malvados, que incluso podían acabar resultando fascinantes, como reconocen a propósito del Ricardo III de Shakespeare Jordi Balló y Xavier Pérez en ese libro delicioso, El mundo, un escenario. Shakespeare: el guionista invisible: “un malvado bien dibujado puede crear una complicidad con el público superior a la que este puede sentir por los representantes de un hipotético bando bondadoso”. Las conversaciones filtradas entre Fernández Díaz y De Alfonso, sin embargo, no tienen nada de grandeza, al contrario: pues más allá de lo que dicen, ¡cómo hablan estos personajes! Alguien debería entretenerse en comparar la transcripción de sus palabras con el lamentable y penoso nivel de expresión del delirante alguacil Dogberry, en el shakespeareano Much ado about nothing. Incluso desde la perspectiva lingüística, digna de análisis: en un castellano lamentable, impreciso y huero, de un vocabulario trasnochado y casposo, trufado de cutrerío, y con una sintaxis que abochorna, los dos truhanes ofrecen, en sede ministerial, la confirmación no solo de que por la boca muere el pez, sino de que el habla es el auténtico espejo del alma. Como escribió Jean Améry, “uno no puede comer mierda y cagar oro”.
Marx ya anticipó, al principio de El 18 Brumario, una formulación que haría fortuna: “Hegel dice, en alguna parte, que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal se repiten, por decirlo de alguna manera, dos veces. Pero se olvidó de agregar: la primera, como tragedia, y la segunda, como farsa”. Lo cual, traducido por Valle Inclán, también en Luces de bohemia, podría quedar así: “Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el esperpento”.
Haría bien Jorge Fernández Díaz, digno representante de la tan cristiana tradición de los sepulcros blanqueados, en releer De civitate Dei (IV,4,1) de san Agustín: “Remota itaque iustitia, quid sunt regna, nisi magna latrocinia?”. Es decir: “Si de los gobiernos quitamos la justicia, ¿en qué se convierten sino en bandas de ladrones a gran escala?”. Un Estado que mantiene a este hombre como ministro del interior merece el más absoluto de los desprecios.
4-VII-16, Xavier Antich, lavanguardia
No puede quedar en nada
Si el año pasado cerca de 100.000 personas se fueron de España buscando un futuro mejor, este año prometen ser legión. Pero no se van, huyen.
No puede ser que el asunto de las conversaciones del ministro Fernández Díaz con el hasta el miércoles director de la oficina Antifraude, Daniel de Alfonso, quede en nada. Algunos comentaristas aseguran que el aún responsable de Interior no repetirá en el próximo gabinete de Rajoy, como si no seguir como ministro fuera un castigo suficiente. Daniel de Alfonso ha sido destituido de forma fulminante por el Parlament de Catalunya. No puede ser que aquí se acabe todo. Dentro de la larga lista de indignidades que hemos tenido que soportar por parte de dirigentes políticos y responsables administrativos, este caso ha superado de largo la línea de flotación del asco y la iniquidad.
Dos ministros de Rajoy se han tenido que ir. José Manuel Soria, por salir en los papeles de Panamá y pegarse un tiro en el pie con el embrollo de contradicciones que ofreció públicamente intentando explicarlo. Y Ana Mato, la ministra que resistió titánicamente durante más de cinco años a pesar de ser investigada en la trama Gürtel por haberse aprovechado presuntamente del dinero robado por su entonces marido, Jesús Sepúlveda. En resumen: la que no vio que tenían un Jaguar en el garaje y a la que le pareció muy bien gastarse cerca de cinco mil euros en confeti.
Pero no estamos hablando ahora de corrupción económica, estamos hablando de corrupción moral. Fernández Díaz juró, como católico, cumplir y hacer cumplir las leyes españolas ante un crucifijo. Y ante el jefe de Estado y el ministro de Justicia, notario mayor del reino, ya que estamos. Y hemos escuchado hasta la náusea como, ignorando dichas leyes, busca de todas las formas posibles inventarse delitos en base a indicios, sospechas o cotilleos, para dañar a rivales políticos o enemigos ideológicos.
Escucho a Celia Villalobos, exministra y exvicepresidenta del Congreso, asegurar que los catalanes han “revalidado” las explicaciones dadas por Fernández Díaz. Parece que los votos del pasado domingo han blanqueado el sepulcro donde yace enterrada la ética y la moral del aún ministro. No puede ser que su único castigo sea no repetir e irse a casa con la satisfacción de haber cumplido con el encargo que le hicieron. ¿O es que el ministro del Interior va por libre y decidió él solito acabar con los líderes independentistas por lo civil o lo militar, en expresión de Eduardo Inda, uno de los periodistas de cabecera de los conspiradores?
Daniel de Alfonso ha sido destituido por el Parlament que menospreció, en una de las comparecencias más groseras, despectivas y desdeñosas que se han visto nunca. Su servilismo pelotillero en el despacho del ministro, su falta de escrúpulos para vender padre, madre o hermano con tal de complacerle y el nulo respeto a la legalidad o una simple lealtad para la administración que le nombró y le paga el sueldo no pueden quedar impunes. No puede ser que De Alfonso, magistrado en excedencia, se reincorpore a la carrera judicial como si nada y nos lo encontremos dictando jurisprudencia moral con sus sentencias.
No puede ser, no puede quedar en nada. Por decencia.
3-VII-16, Gloria Serra, lavanguardia