"España estancada", Carlos Sebastián

Carlos Sebastián, catedrático de Teoría Económica; autor de ‘España estancada’.
He visto a la casta sobrevivir a la dictadura, la transición y a los gobiernos socialistas, pero aún creo –y hoy más– en el reformismo. Soy de Madrid, metrópoli en tensión, hija de la razón de un Estado que no sabe repartirse en la periferia. La España radial es contraproducente: nos falta el eje mediterráneo.

Resultat d'imatges de "españa estancada"Los más ricos influyen en los políticos que diseñan las instituciones económicas que, a su vez, determinan quién se hace rico.

El dinero decide la política, y está decide quién se hace rico.

Es un bucle difícil de romper, pero sólo los países que lo han roto son hoy prósperos y justos.

¿Y España no lo ha roto ni un poquito?

España aún es un Estado neopatrimonialista clientelar. La transición y los primeros gobiernos socialistas –fui director general de Planificación de uno– hicieron avances, pero insuficientes. Pero todavía hoy cada gobierno favorece a los amigos que le favorecen. Cambian gobiernos, partidos y amigos, pero ese mecanismo perverso nos sigue lastrando a todos.

¿Cómo se podría romper el círculo?

Con transparencia, seguridad jurídica, buenas instituciones e incentivos a la eficiencia: un Estado, en fin, que supervise reglas de juego justas y estables para que gane quien sirve a todos y no quien se sirve de todos gracias a un partido.

¿Por qué nos ve usted tan condenados?

Los rankings internacionales de calidad de las administraciones nos suspenden: estamos en el puesto 16 de los países europeos de la OCDE; y en calidad de la justicia, en el 18.

¿También culpa usted a la casta?

Existe la casta madrileña conectada al poder central y castitas de los poderes autonómicos. Sabemos las reformas que necesitamos, pero también que esos grupos de interés se resisten.

¿Cómo surge una casta?

Nuestra cultura acepta que cada partido tenga su grupo de clientes y amigos y les favorezcan a cambio de su apoyo. Lo vemos hasta natural.

Votamos a un partido y a sus clientes.

Los partidos han colonizado la administración y la han hecho aún más grande e ineficiente. Un ejemplo: emprender un negocio de alquiler de barcos en Baleares requiere de las administraciones portuaria, local, autonómica y central: 28 documentos, ocho compulsas, 12 visitas presenciales y el pago de nueve tasas. Y hay cientos de casos como ese en toda España.

Nihil novo sub solem.

Los trámites cambian, además, porque los legisladores estatales y autonómicos sufren diarrea legislativa. España tiene en vigor diez veces más leyes que Alemania con la mitad de su población. Generamos miles de leyes sin comprobar si se cumplen y si han servido para algo.

Aprobar leyes aún parece muy serio.

Hacemos tantas que los primeros que las incumplen son las propias administraciones. Una ley tapa a otra y ninguna arregla nada. La justicia es lenta, se dice, y se aprueba una ley para acortar plazos, pero sin averiguar antes qué está fallando. ¿Cómo arreglarlo sin comprobar después si la ley sirve de algo?

¿Cómo legislar menos y progresar más?

No se trata sólo de recortar organismos, porque, como dice Francisco Longo: “Menos de lo mismo no es reformar la administración”. Por ejemplo, colocar interventores, secretarios y depositarios, mejoró la gestión municipal al fiscalizarla... Hasta que los alcaldes consiguieron ser quienes les fijaran parte del sueldo.

Cada poder necesita su contrapoder.

Sólo ministros y secretarios de Estado deberían cambiar con los gobiernos, y el resto, ser técnicos independientes. Y el rigor y la independencia deberían ser contrapoder del interés partidista en la decena de organismos que han de fiscalizar la acción de gobierno: CGPJ, Tribunal de Cuentas, los de defensa de la competencia...

¿La educación no mejoraría las cosas?

Es otro de nuestros mantras: repetimos que si se invierte más en educación, mejorará el país.

¿Y no es así?

No de forma mecánica. Por mucho dinero que inviertas en el sistema educativo, nuestra formación no mejorará si el resto de la sociedad no incentiva el esfuerzo de docentes y alumnos. Nuestros docentes no están mal pagados, pero carecen de alicientes que premien su esfuerzo. Y los alumnos están desincentivados por una de las mayores tasas de paro juvenil de Europa y porque la mejor formación no se retribuye.

Parece más rentable hoy esforzarse por ser el más enchufado que el más competente.

De nada sirve acumular formación y habilidades si luego los mejores empleos no son para los mejores, sino para los mejor conectados. Alemania, en cambio, sí que aprecia la formación de nuestros titulados. En cuanto a la investigación, en la flamante Agencia Pública de Investigación mandan 9 altos cargos y 2 científicos.

Para mandar en investigación, lo mejor no es destacar en ciencia, sino en el partido...

No hay espacio aquí para todos los disparates de nuestras infraestructuras. Ya desde su origen, el diseño de la España radial –con todas las vías convergiendo en Madrid– convenía a la casta central, pero ha perjudicado al resto. En cambio, se ha postergado el eje mediterráneo, aunque era bueno para todo el país.

¿No ve algún rayo de esperanza?

Las eléctricas, la banca o la construcción han medrado a la sombra del poder y a costa de nuestros bolsillos, pero otras empresas españolas han conquistado el mundo sin su apoyo.

Ya es algo.

Reformando nuestras instituciones hasta darles la calidad de, digamos, las suecas, España progresaría como Suecia. Porque la prosperidad de un país no depende del clima, la religión o la siesta, sino de la calidad de sus instituciones. Y, si fueran buenas, los españoles también mejorarían su conducta.

La norma hace al país

¿Por qué los países del sur de Europa somos menos prósperos que los del norte? El catolicismo? ¿El clima? ¿El compadreo? Sebastián, economista institucionalista, demuestra que ni la religión, ni el calor, ni la siesta explican que unos países sean más eficientes al crear y repartir riqueza: son las instituciones las que marcan la diferencia. No era la fe católica, sino la Iglesia la que frenaba la innovación y el progreso al aliarse con las élites extractivas. Por eso, tras mejorar sus instituciones, países católicos como Irlanda han progresado y rápido. Con reglas de juego transparentes y justas, con incentivos y desincentivos adecuados, las naciones prosperan con sol o lluvia; católicos o luteranos: familiares o individualistas.

4-IV-16, LLuís Amiguet, lavanguardia