Turquía: ¿(auto)golpe de Estado?, vv.aa.

Resultat d'imatges de erdogan¿Por qué falló el golpe?

La regla número dos a la hora de planificar un golpe militar es que todas las fuerzas móviles que no participen en la intentona –y ello incluye, por supuesto, los escuadrones de cazas– deben ser inmovilizadas o encontrarse en zonas demasiados remotas para que puedan intervenir.

Los golpistas turcos no fueron capaces de garantizarse esa condición; por ello, en lugar de verse reforzados a medida que se desarrollaban los acontecimientos, se encontraron con una oposición cada vez mayor. De todos modos, puede que ese factor no influyera demasiado en el resultado final porque ya habían infringido la regla número uno, que es, antes que nada, capturar o matar al jefe de Estado.

Los golpistas turcos no consiguieron hacer eso, de modo que el presidente Recep Tayyip Erdogan tuvo la posibilidad de pedir a sus seguidores que se opusieran al intento de golpe, primero por iPhone y luego por algo parecido a una rueda de prensa televisada desde el aeropuerto de Estambul.

Resultó de lo más paradójico que hablara bajo el retrato oficial de Mustafá Kemal Atatürk, fundador del Estado moderno y laico turco, porque el primordial objetivo de Erdogan desde su entrada en política ha sido sustituir ese Estado por una república islámica con medidas de todo tipo, desde el cierre de los institutos laicos para derivar los alumnos a las madrasas o las graduales prohibiciones de venta de alcohol hasta la conversión en mezquitas de importantes museos que habían sido con anterioridad iglesias y también la frenética construcción de nuevas mezquitas en todas partes, incluso en las universidades, donde hasta hacía poco estaba prohibido el uso del velo.

Las escenas televisadas de las multitudes que salieron a oponerse al golpe han sido muy reveladoras: sólo había hombres con bigote (los turcos laicos los evitan rigurosamente), sin que se viera ni a una sola mujer, y sus consignas no era patrióticas sino islámicas: no dejaban de gritar “Dios es grande”.

También ha sido de lo más paradójico el rápido y total respaldo dado en nombre de la democracia por el presidente Obama, la canciller Angela Merkel y la responsable de la diplomacia de la UE Federica Mogherini, porque Erdogan ha hecho todo lo posible por desmantelar la frágil democracia turca, desde ordenar la detención de periodistas que lo criticaban y la incautación de todos los bienes y el cierre del mayor periódico del país, Zaman, hasta ejercer de modo abusivo el poder presidencial, porque Turquía no es una república presidencialista como Estados Unidos o Francia, sino más bien una república parlamentaria como Alemania o Italia, con un presidente casi ceremonial y un primer ministro que ejerce el verdadero poder.

Incapaz de cambiar la Constitución porque su partido no dispone de suficientes escaños en el Parlamento, Erdogan ha nombrado como primer ministro al servil y obediente Binali Yıldırım (su antecesor, Ahmet Davutoglu, fue muy leal, pero no servil) y ha socavado aún más el orden constitucional convocando consejos de ministros presididos por él mismo en su flamante palacio de mil habitaciones, una monstruosidad de trescientos mil metros cuadrados (la Casa Blanca tiene cinco mil) que ha costado varios centenares de millones de euros y que se ha construido sin autorización de fondos ni permisos legales en medio de una zona natural protegida. Ése es el modus operandi habitual de Erdogan, que empezó vendiendo limonada de joven por las calles de Estambul y ahora es multimillonario.

Cuando los fiscales que investigaban a sus socios y a sus hijos Bilal y Burak por soborno, corrupción, fraude, blanqueo de dinero y contrabando de oro encontraron varios millones en efectivo, 350 agentes de policía y todos los fiscales implicados perdieron sus puestos de trabajo.

Interesados únicamente en la incesante islamización del país, es evidente que los seguidores de Erdogan no conceden valor alguno a los principios democráticos ni a la legalidad como tal, y piensan que es de lo más natural que él y sus hijos se hayan enriquecido de modo tan desmesurado.

Cuando Erdogan culpa de cualquier cosa que vaya mal (incluida su decisión de reemprender la guerra contra los kurdos) a los extranjeros, EE.UU. (no podía faltar) y a quien ya se sabe (el “pueblo del sábado”), sus seguidores lo creen a pies juntillas, y lo mismo ocurre con las extravagantes acusaciones de terrorismo que lanza contra Fetulah Gülen, un dirigente religioso turco hoy residente en Estados Unidos y en otro tiempo su incondicional aliado. Tras haber acusado a Gülen de la abortada investigación por corrupción, que describió como un “golpe judicial”, ahora Erdogan también lo culpa a él y a sus seguidores del intento de golpe militar. Podría ser verdad hasta cierto punto, pero el caso es que los oficiales turcos no tienen ninguna necesidad de que Gülen los incite: responsabilizan a Erdogan y sus seguidores del desmantelamiento de la república secular de Atatürk, el auge de los sanguinarios extremistas suníes en Siria (Estado Islámico y Frente Al Nusra), que ahora extienden ya su influencia por Turquía con un sigiloso reclutamiento de suicidas, y por el reinicio deliberado de la guerra contra los kurdos en el 2015 por burdas razones políticas, una guerra que se cobra vidas de soldados todos los días y que amenaza la propia supervivencia de Turquía en sus fronteras actuales (los kurdos constituyen una clara mayoría en las provincias orientales). Los plani-ficadores de un golpe militar no necesitan reunir a muchos soldados y pilotos para tener éxito, siempre que los oficiales reacios a cooperar sean detenidos y que el éxito inicial induzca a muchos más a sumarse a ellos. Sin embargo, los jefes de la cúpula militar turca ni planearon el golpe ni se unieron a él, sólo fue detenido un alto mando, el general Hulusi Akar, y los comandantes de las principales fuerzas se mantuvieron al margen, de manera que los responsables de la intentona (al parecer, menos de 2.000 efectivos, incluidos algunos miembros de la fuerza aérea) se vieron superados sin remedio en cuanto los seguidores del presidente Erdogan salieron por decenas de millares a las calles de Estambul. Los partidos de la oposición se opusieron todos al golpe, pero es mejor que no cuenten con la gratitud de Erdogan, porque es probable que la deriva hacia el gobierno autoritario continúe y incluso se acelere.

Como en otros países islámicos, las elecciones se comprenden bien y se valoran mucho, pero no ocurre lo mismo con la propia democracia, sus indispen-sables derechos individuales y su legalidad.

17-VII-16, Edward Luttwak, lavanguardia

Gülen, el clérigo ahora culpado, fue el gran aliado de Erdogan

Fetulah Gülen ("¿Quién es Fethullah Gülen?" (kurdiscat) es lo que podría considerarse un teólogo islámico, un intelectual y un gran orador; incluso lo tildan de predicador, algunos en el bueno y otros en el mal sentido. Auto exiliado de Turquía en 1999, fue durante años el gran amigo y aliado del presidente Erdogan, especialmente en los primeros años de mandato, cuando los dejes autoritarios del mandatario turco no habían aparecido. Erdogan culpa a Gülen de ser el promotor o el instigador del golpe de estado fallido del viernes por la noche.

No se trata, ni mucho menos, de la primera ocasión en que Erdogan culpa al teólogo de querer derrocarle “desde Pensilvania”, como dice el premier turco en alusión al estado norteamericano donde vive Gülen. Su enemistad se desató con virulencia cuando empezaron a proliferar procedimientos judiciales por corrupción que afectaban al entorno de Erdogan, especialmente a su hijo Bilal. El presidente dio por hecho que el aparato judicial y los equipos policiales de investigación eran seguidores del movimiento llamado Hizmet, creado por Gülen, que vendría a ser una tercera vía entre el laicismo a ultranza que representan los seguidores de Mustafa Kemal Atatürk, el oficial del ejército que en 1923 fundó la República de Turquía, y el islamismo rigorista hacia el que Erdogan parece tener cierta querencia. Y lo cierto es que una parte importante de esos cuerpos de funcionarios son seguidores de las propuestas del Hizmet. Fue por ello, por lo que Erdogan promovió una de sus purgas y dispersó a jueces, fiscales y policías que habían intervenido en los procedimientos que le afectaban en una suerte de destierro interior y recolocando en los puestos vacíos a otros empleados públicos más complacientes con el presidente. Erdogan ya dijo entonces que Gülen, en diciembre del 2014, que el teólogo se había propuesto como objetivo derrocar al gobierno de Turquía.

No es de extrañar que ahora lo culpe del golpe de estado fallido casi como en un automatismo. Gülen ha condenado la asonada militar y la ha rechazado de forma categórica. “El Gobierno debería ganarse mediante un proceso de elecciones libres y justas, no por la fuerza”, ha declarado desde Estados Unidos.

Erdogan se ha dado prisa en pedir la extradición de Gülen, “aunque no conste que haya procedimiento alguno contra él, que, además, no está bien visto por los militares”, afirma Jesús Gil Fuensanta, profesor de la Universidad Autónoma de Madrid y especialista en oriente próximo. Para el profesor, el golpe fallido le sirve a Erdogan “de excusa para el asunto de Gülen y para ganar más simpatías en Europa”.

17-VII-16, lavanguardia

La purga que realiza Ankara después del fallido golpe de Estado de este viernes dio ayer un giro inesperado con la detención del consejero militar del mismo presidente Recep Tayyip Erdogan, el coronel Ali Yazici. Todavía no está claro su posible papel en la asonada pero su arresto, vinculado por los medios turcos con ella, desmonta la versión oficial según la cual el núcleo del golpe lo habría formado un “grupo reducido de oficiales”.

Ya han sido detenidas más de 6.000 personas, entre jueces y militares, y entre ellos hay 70 generales y almirantes. Además del coronel Yazici, Al Yazira afirma que otros tres asesores personales de Erdogan detenidos. También ha caído el jefe del tercer ejército y el jefe de la base de Incirlik, la más importante del país.

El general rebelde Akin Oztürk, depuesto jefe de la fuerza área, ha sido golpeado, según varias fotos. También hay imágenes de humillaciones a otros oficiales detenidos.

El presidente, que ya había avisado que “los golpistas pagarán el precio más alto” dejó ayer claro que tiene previsto reinstaurar la pena de muerte lo antes posible. “No podemos ignorar estas demandas”, dijo Erdogan después que, de nuevo, en una alocución frente a sus simpatizantes en Estambul surgieran gritos a favor de la pena capital. “En una democracia –añadió–, el pueblo consigue lo que pide”.

La detención de Yazici estuvo acompañada con una sangría en el estamento judicial turco. La nueva ola de detenciones significó ayer el arresto de 2.745 jueces y fiscales, entre ellos, dos magistrados del Tribunal Constitucional. A ellos hay que sumar los casi 3.000 militares del día anterior. Además, las detenciones, según hizo saber ayer el ministro de Justicia, Bekir Bozdag, seguirán. Todas, supuestamente, estarán relacionadas con una fallida asonada que ha dejado al menos 290 muertos—104 golpistas entre ellos—y 1.500 heridos.

La tensión sigue alta. Sobre todo en la relación entre soldados y policías. Los planes para reinstaurar la pena capital –abolida en el 2004– no ayuda.

Dos grupos de rebeldes se rindieron ayer. Uno en el aeropuerto Sabiha Gökcen de Estambul, después de un intercambio de disparos, y otro en la base aérea de Knoya, en el centro de Turquía.

Los funerales de las víctimas del golpe del viernes dominaron la mañana. El día era plácido y por la tarde, en el parque Gezi, junto a la plaza Taksim, sentada en un banco había una pareja—ella con velo— partidaria del presidente. “Estamos enamorados de él”, dijo la mujer al final de una entrevista en la que prefirió que sólo hablara su marido. El fracaso del golpe –dijo él– “es una gran victoria del pueblo y la democracia”. No hay duda de que Erdogan ha salido reforzado.

La noche del sábado miles de turcos se regocijaban en Taksim con banderas con la cruz y la luna creciente y los gritos de Dios es el más grande. Entre ellos había hombres vestidos de la manera tradicional islamista sumándose a la fiesta. Horas antes, la misma plaza Taksim había sido escenario de tiroteos y vuelos rasantes de cazas turcos.

Empero, cuando se pregunta aquí a los ciudadanos turcos qué piensan de lo acontecido en la noche del 15 de julio las reacción más común es, sin dar su nombre, afirmar que todo ha sido un “montaje”, “una puesta escena” del propio presidente para afianzar su poder. Un hombre dijo que si nos daba su nombre “perdería mi trabajo de inmediato”. Las referencias a un pasado otomano “lleno de trucos” son reiteradas.

Uno de los pocos que se atreve a dar su nombre es Yasar Sayer, un carpintero de 60 años. Opina que ha sido “un golpe ridículo”. “No es un golpe, es un motín contra el Gobierno. ¿Cuántos pashás (generales) participaron? Luego, unos cuántos graduados y algunos soldados. Así no se organiza un golpe, es imposible”. A su vez, uno de los innombrables, de 45 años y trabajador en el sector de la zapatería, cree que “no tiene lógica” como golpe de Estado. Pero lo que ocurrió, seguro que “tiene una conexión con el Estado”. Se muestra escéptico: “No me lo creo. Los soldados no son tan tontos como para organizar algo así. Es un montaje del Estado.”

18-VII-16, R. Ginés, lavanguardia

Erdogan conocía de antemano que iba a producirse un golpe de Estado

El presidente Recep Tayyip Erdogan, que el viernes estaba de vacaciones en un hotel de Marmaris, supo que iba a haber un golpe a las tres de la tarde, seis horas antes de que los sublevados sacaran los tanques a la calle. Aun así no intentó frenarlo. Prefirió ponerse a cubierto. Soldados rebeldes de una unidad de élite se descolgaron desde un helicóptero sobre el hotel pero Erdogan ya no estaba allí. Poco después, subió a bordo de un avión civil. Pilotos rebeldes lo tuvieron a tiro pero no lo derribaron porque se camufló con un código de Turkish Airlines. Erdogan aterrizó en Estambul a las 3.20 horas del sábado y los últimos militares amotinados se rindieron por la mañana.

Desde entonces, han sido detenidas o cesadas casi 20.000 personas, entre militares, policías, jueces, fiscales y funcionarios. La purga se amplía cada día. Ayer fueron apartados del servicio casi 8.000 agentes policiales. La misma suerte han corrido 1.500 funcionarios del Ministerio de Finanzas, otro millar de funcionarios del Ministerio del Interior y casi 3.000 jueces y fiscales. Treinta gobernadores han sido apartados, así como otros 50 altos cargos de la Administración.

El primer ministro, Binali Yildirim, anunció que ya hay 7.543 detenidos, entre ellos 6.038 militares. Los medios publican imágenes de estos militares sin pantalones, golpeados, humillados. Hay 112 generales y almirantes destituidos –un tercio de la cúpula militar– y 49 arrestados. Uno de ellos es el general Akin Öztürk, jefe de la Fuerza Aérea, que ayer apareció con el cuerpo magullado y que está acusado de liderar un golpe que, según insiste el Gobierno turco, instigó el líder religioso Fetulah Gülen, exiliado en Estados Unidos.

La agencia oficial de noticias asegura que Öztürk ha confesado. Otras fuentes, sin embargo, dicen que ha reconocido estar al corriente de los planes golpistas pero que se mantuvo al margen.

El primer ministro volvió a pedir ayer la extradición de Gülen. Washington respondió que necesita pruebas, a lo que Yildirim replicó que no hace falta presentar pruebas y que, “llegados a este punto, ponemos en duda nuestra amistad”. Turquía es el principal aliado musulmán de Estados Unidos, además de un miembro clave de la OTAN.

Johannes Hanh, comisario de la UE encargado de las negociaciones con Turquía para la adhesión, declaró que una purga tan amplia y tan rápida demuestra que había una lista previa de gente para depurar. “Estoy muy preocupado. Es lo que temíamos”, dijo en Bruselas. El ministro de Asuntos Exteriores turco, Mevlot Cavosoglu, dijo que este comentario era “inaceptable”.

El Gobierno turco considera que está tomando las medidas adecuadas para preservar el orden constitucional y defender la democracia después de un golpe que estuvo a punto de triunfar.

Erdogan, reforzado tras la victoria, puede eliminar a los sospechosos de pertenecer al movimiento Gülen. Le basta con acusarlos de golpismo. Por eso crece el escepticismo en la opinión pública turca sobre la narrativa oficial del golpe. Por parte del Gobierno, por ejemplo, hubiera sido lógico detener a la junta golpista antes de que actuara y por parte de los sublevados hubiera tenido más sentido derribar el avión de Erdogan que bombardear cuatro veces el Parlamento en Ankara.

El golpe terminó con 232 muertos, según las fuentes oficiales, que podrían llegar a 312, según otros recuentos. La mayoría eran civiles.

La tensión era evidente ayer en el país euroasiático. El Parlamento tuvo que ser evacuado al circular rumores sobre una posible insurrección en la base militar de Etimesgut, en Ankara. Al final, los soldados hicieron público que no se sublevaban, pero todo indica que muchos son muy reacios a obedecer órdenes emitidas por el Gobierno.

Mientras tanto, los partidarios de Erdogan se sienten con ánimo de festejar el triunfo sobre los golpistas y anoche volvieron a celebrar la tercera jornada de fiesta.

El Ayuntamiento del gran Estambul ha extendido hasta mañana la gratuidad del transporte público para favorecer estas concentraciones. El lugar no puede ser más simbólico: la plaza Taksim, donde en el 2013 tuvieron lugar las protestas antigubernamentales del movimiento Gezi, la crisis más aguda contra Erdogan desde que llegó al poder en el 2003.

19-VII-16, R. Ginés, lavanguardia

Fulgor de sables en levante

De vez en cuando hay un fulgor de sables en el levante mediterráneo. En 1967 hubo el golpe de Estado de los coroneles griegos y gobernaron durante siete años, hasta que la carambola de la crisis chipriota los arrancó del poder.

Los coroneles ordenaron a la guardia nacional helena que se levantara en Chipre contra el Gobierno del arzobispo Makarios, enarca de la iglesia ortodoxa.

Sin embargo, Makarios, presidente de Chipre, logró escapar por una puerta oculta de su palacio en el sector griego de Nicosia, rodeado de una muralla medieval. Encontró refugio en los montes Trodos y desde allí, a través de la radio, instó a la ayuda de sus ciudadanos. El golpe, teledirigido por la junta militar de Atenas, se derritió como un helado en verano.

Los golpes de Estado en Turquía han tenido más éxito. Ha habido tres –1960, 1971 y 1980–, además de dos intervenciones militares para mantener al poder civil bajo tutela. La excusa ha sido siempre la misma: defender los valores nacionales y laicos de la república.

El golpe de 1980 lo lideró el general Kenan Evren, jefe del Alto Estado Mayor e insigne veterano de la guerra de Corea, que impuso un régimen militar durante tres años. El primer ministro Suleyman Demirel, que ya ha había sido víctima del golpe de 1971, fue deportado a una isla remota. Le acompañó Bulent Ecevit , el líder socialdemócrata con el que se había alternado en el poder los años precedentes.

El general Evren se impuso ante la inoperancia de los líderes políticos para elegir presidente. Quería, asimismo, acabar con la plaga de las bandas terroristas de la extrema izquierda y la extrema derecha, que habían causado miles de muertos. La violencia fascista la lideraban los jóvenes nacionalistas de los Lobos Grises. Entonces ya despuntaba el líder islamista Necmetin Erbakan, padre espiritual del actual presidente Recep Tayyip Erdogan. Los militares prohibieron su partido.

Turquía, Grecia y Chipre son tres países del Mediterráneo oriental, situados en una encrucijada de rutas con Europa, cuyos ejércitos han tenido y siguen teniendo, por lo visto ahora, tentaciones golpistas. Yo era corresponsal de este diario en Atenas en 1980 cuando los griegos decidieron entrar en el mercado común europeo. Aspiraban, de esta manera, a exorcizar para siempre a los uniformados portadores de sables, desenvainados en otras aventuras.

En esta última tentativa miliar turca los sublevados han cumplido con la técnica del golpe descrita por Curzio Malaparte, ocupando sedes del poder (no todas), los estudios de radio y televisión y cerrando el trafico por los grandes puentes… Como el bizantino Makarios, que difundió por radio su llamamiento a defender la república, el sultán Erdogan, con un teléfono móvil en la mano, instó a sus partidarios a neutralizar a los militares en plena calle.

19-VII-16, T. Alcoverro, lavanguardia

Ya son 37.000 los purgados

Con la enorme depuración de hoy en el ministerio de enseñanza, el proceso represivo de Recep Tayyip Erdogan contra el aparato de funcionarios de la república turca da un nuevo salto. Arroja un balance que más asemeja un golpe de estado en toda regla que no una operación quirúrgica contra los 200 militares, algunos que hacían el servicio...

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Erdogan suspèn 15.200 mestres

Va començar amb l'exèrcit. Va continuar amb la judicatura i la policia. Avui li ha tocat a l'ensenyament. Actuant de debò com actua un colpista, Erdogan ha "depurat" avui 15.000 funcionaris d'ensenyament. Humanament impossible de fer cap llistat d'aquesta mesura des del divendres, la mesura és una prova més de la premeditació, amb mesos...

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