el liberticidio del "respeto a los símbolos nacionales"
Una estrella de la Liga de Fútbol Americano, Colin Kaepernick, ha decidido protestar cada vez que suene el himno nacional y al presidente de Estados Unidos no le ha pasado por la cabeza enviarle a la policía,niinstigarsancionescontra él, ni contra los que le apoyan. Al contrario, Barack Obama ha elogiado la inquietud social del deportista y su derecho constitucional a ejercer la libertad de expresión. Y Obama no tuvo inconveniente en dar esa lección de democracia donde le oía todo el mundo, en la conferencia de prensa posterior a la cumbre del G-20 que se acaba de celebrar en Hangzhou (China). Hasta el presidente español, Mariano Rajoy, pudo escucharle. Y eso que probablemente Estados Unidos es el país más orgulloso de su bandera y de su himno. La enseña de las barras y las estrellas no sólo ondea en todos los rincones del país, sino que la gente la lleva puesta en cualquier prenda, sean pantalones o faldas, camisetas, calzoncillos o pijamas y con ella decoran toda clase de objetos incluidos los preservativos. El himno nacional se canta en cualquier evento portrivialqueseay porsupuestoen todos los acontecimientos deportivos.
Así que no ha de extrañar que no pocos aficionados se enfurecieran el pasado 26 de agosto, antes del amistoso contra los Packers de Green Bay, cuando el quarterback de los 49ers de San Francisco, permaneció sentado en vez de firmes y con la mano en el pecho al sonar las notas del The Star-Spangled Banner y un artista local entonaba "Oh, say! Can you see...". Algunos le abuchearon e incluso quemaron camisetas del número 7 con su nombre, pero otros tantos le aplaudieron y ahora la camiseta de Kaepernick es la quinta más vendida de la NFL ...
En el ideal imaginario republicano francés hay una fecha capital: el 6 de octubre del 2001, el día de un despertar amargo. Ese día se enfrentaban, por primera vez desde la independencia, las selecciones de fútbol de Francia y Argelia en el Stade de France, en la periferia norte de París. En el momento en que La marsellesa sonó por la megafonía del estadio, el himno nacional francés recibió una sonora pitada. Hasta entonces, el himno revolucionario enaltecido a la condición de himno universal suscitaba un consenso general. ¿Quién no se había emocionado escuchándolo en la película Casablanca? Y de repente, el público francés descubrió asombrado que su himno era silbado, y no sólo por el público visitante, sino por una parte de la población francesa que no se reconocía en su nueva identidad. Fue un shock. Y en cierto modo un destape, porque desde entonces La marsellesa ha sido pitada en otras ocasiones. El 11 de mayo del 2002, por ejemplo, en la final de la Copa de Francia, entre el Lorient y el Bastia, los corsos silbaron a gusto. En el 2003 el entonces ministro del Interior, Nicolas Sarkozy, impulsó una ley para sancionar con una multa tales comportamientos, pero el Consejo Constitucional restringió su alcance y eximió a los actos deportivos. En el 2008, ya presidente, Sarkozy propuso suspender cualquier partido donde sucediera algo así. Pero se quedó en eso, en una idea.
7-IX-16, J. Barbeta, lavanguardia