"A Fernández Díaz, ministro", Domingo Sanz

Señor Ministro del Interior en funciones,

No me suelo dirigir públicamente a extraños con nombre y apellidos, pero es que ya estoy harto de recoger la cara que se me cae al suelo, tantas veces como las que su presencia me avergüenza. Sé que le pasa lo mismo a otras personas, y algunas me han confiado la mala suerte de tener que compartir con usted este pequeño lugar de La Tierra, con lo grande que es nuestro planeta y la cantidad de rincones distintos y distantes que tiene para nacer cada uno por su cuenta.

El caso es que no le bastó con sus cuentos chinos a la hora de justificar catorce muertos por ahogamiento en El Tarajal mientras en lugar de auxiliarlos las tropas a sus órdenes hacían puntería con ellos, para “hacer visible una barrera disuasoria”, cuando chapoteaban ciegas de sal sus miradas para intentar salvarse un 6 de febrero y de frío, que por culpa de usted nos condena para siempre al infierno de la páginas más crueles en los libros de historia. Algunos de ellos, de esos fallecidos, padres de niños como el Aylan Kurdi del pantalón azul y el niki rojo, que venían a España para que no tuvieran que morir después sus hijos en la arena de nuestras playas.

Tampoco le era suficiente a usted con hacernos soportar las medallas a no sé qué méritos, imposibles por definición, concedidas por la santa voluntad de usted a seres inexistentes, para escarnio de los contribuyentes que le pagamos el sueldo con nuestro dinero contante.

No sintió tampoco la necesidad de salir huyendo para siempre de nuestras televisiones cuando supimos que se reunió en su despacho con un delincuente común llamado Rodrigo Rato, como si tuviera usted una agenda abierta para todos los que, por estricto orden cronológico, le piden audiencia siempre, eso sí, que estén correctamente perseguidos por la Justicia.

Terminaré este prolegómeno ahora porque el tiempo es demasiado para usted por lo que a mí respecta. Pero antes le echaré en cara que tampoco se sienta avergonzado por las cosas que le hemos escuchado decir en su despacho. Hay muchos animales domésticos que, con mucha más dignidad de la que usted demuestra, saben retirarse a tiempo con mirada de culpa y rabo entre las patas cuando su dueño y amigo les pilla en un renuncio.

Todo esto viene a cuento porque alguien como yo ha tenido la desgracia de cruzarse de nuevo con una de sus impresentables chapuzas, que usted no puede ignorar pero que aún así mantiene desde hace meses en la web oficial de su Ministerio. Es producto de un trabajo simplemente administrativo realizado por personas a sus órdenes y que dan una idea de hasta dónde llega el desprecio que siente usted por los detalles de la democracia. Solo he tenido que mirar la información electoral que usted ofrece, por debajo de las apariencias, para comprobar que no le cuadran los censos correspondientes a las elecciones generales del 20 de diciembre de 2015, esas que tanto miedo daban, incumpliendo con ello hasta la letra más inapelable de la Ley Electoral. Y que quizás por eso mismo, porque no es usted capaz de encajar ni a martillazos los números de españoles que podían votar el 20D, y quien sabe que presunta delincuencia electoral pueda esconderse detrás de esa incapacidad, es por lo que usted no se atreve a ordenar que se publiquen de una vez los resultados definitivos de las últimas, las del 26 de junio, esas que pusieron a usted y a los suyos a saltar en su balcón tras conseguir más diputados. Así que he decidido sumar mi firma a las que pide la Convocatoria Cívica de Baltasar Garzón en Change para exigirle que asuma responsabilidades, a ver si de esta empujamos lo suficiente para que se largue de una vez de nuestras vidas, aunque ahora solo nos esté molestando en “funciones”.

Sé, señor ministro, que esta irregularidad es una tontería sin importancia en comparación con su extenso currículum de incalificables que me han roto la madrugada. Pero, mire por donde, la simple sospecha de manipulación electoral ha sido la gota que ha colmado de nuevo el vaso de mi paciencia, y por eso me he sentado a escribirle con el menor desprecio hacia usted del que han sido capaces las yemas de mis dedos, e intentando además no perder las maneras.

Hasta nunca, espero, aunque, ahora que lo pienso, no es en algún lugar distante de este mundo donde debería haber nacido usted, señor Fernández Díaz, porque en cualquier sitio será un peligro. Mucho mejor si lo hubiera hecho en otro tiempo anterior aunque no muy lejano. Me refiero a ese que tanto daño hizo a tantos y por el que usted quizás suspira, confiese sin miedo que según que odios aquí no son delito. Si, aquel del ordeno y mando y, al que se mueva, fusilado. Como en cualquier playa de esas en las que, a sus órdenes, se dibuja con sangre la pobreza.

6-IX-16, Domingo Sanz