""Mottainai": ¡qué desperdicio!", Miquel Escudero

Mottainai es una antigua expresión japonesa que viene a significar ¡qué desperdicio! Indica la contrariedad o el pesar por el desaprovechamiento del talento, del tiempo, de la energía. Quien ha experimentado la traición personal sabe lo mal aplicada que estuvo una confianza o fue un esfuerzo. Este término nipón lo he visto escrito en el libro de Tristram Stuart Despilfarro (Alianza Editorial), donde aborda el derroche social de la comida. El objetivo de este joven autor es que los ciudadanos tomemos conciencia del coste que a todos nos suponen los residuos alimentarios que por millones de toneladas se generan cada año en todo el mundo, sin exclusión de los países hambrientos.

Claro que hay desperdicios inevitables; en la cocina doméstica lo son, por ejemplo, la piel de la naranja o los huesos del pollo. Pero sucede que "una gran cantidad de comida se despilfarra innecesariamente por la negligencia de los fabricantes y de los vendedores. En la actualidad, debido al desconocimiento público de cómo funciona la cadena de provisión de alimentos, hay casos grotescos de despilfarro - mucho peores que lo que se tira a los contenedores de los supermercados-que pasan prácticamente inadvertidos por los consumidores y por los medios de comunicación. Esta invisibilidad da a las industrias licencia para despilfarrar comida sin manchar su imagen pública". En cuanto a la pesca, se nos dice que por cada kilo de langostas o cigalas noruegas que se vende se arrojan al mar cinco kilos de pesca accidental. Y que aparte de los descartes, cada año se estropean millones de toneladas de pescado.

¿Se puede enderezar este hiriente y absurdo desarreglo? Stuart cree que sí y aporta ideas, tanto para los consumidores como para los gobiernos y las empresas, sin olvidar a los agricultores e industrias pesqueras. Parte de que el poder de los consumidores es "el nuevo rostro de la democracia", que no solo votamos a los políticos cada cuatro años sino que cada día votamos con nuestro dinero y podemos así propiciar cambios, moviéndolo en coordinación. Al margen de que los padres fomenten en sus hijos la sensibilidad de no tirar comida - un asunto de buena educación, a fin de cuentas-pide que no confundamos calidad con seguridad, esto es, que no consideremos las fechas de "consumo preferente" al pie de la letra, y sepamos sobre todo que las fechas de "caducidad" que se nos dan están calculadas con holgados márgenes de error. Confiemos también en la vista y en el olfato.

Entre otras medidas, a los gobiernos les propone Tristram Stuart que promuevan la donación de los excedentes en lugar de que sean eliminados. Y la mejor persuasión para ello es que graven a las compañías alimentarias con una tasa sobre los residuos alimentarios comestibles. ¿Cómo organizar una juiciosa y transparente redistribución? Es inevitable pensar en aprovechar tales excedentes, siempre con absoluta garantía sanitaria, en instituciones de caridad. ¿Y por qué no estimular asimismo el hábito de llevarse a casa las sobras de la propia comida en restaurantes y en colegios?

He evitado empacharles con cifras, pero creo que estaremos todos de acuerdo en que hay no pocas cosas que corregir, en este y en muchos otros órdenes, de un modo razonable y preferentemente consensuado. Está en nuestras manos, o quizá en nuestras redes.

12-II-12, Miquel Escudero, Profesor de Matemática Aplicada de la UPC, lavanguardia