"El diálogo se aprende", Oriol Pi de Cabanyes

Ser educado es mucho más que ser instruido, que tener aprendidas unas habilidades, que haber adquirido un saber más o menos útil. Para ser cortés hay que tener conciencia de la propia persona. Porque es a partir de esta conciencia como uno se relaciona con los demás.

Todas las relaciones humanas son, en el fondo y en la forma, relaciones de poder. No somos conscientes, generalmente, pero actuamos como sabiéndolo de instinto. Medimos las palabras, modulamos las conductas, de acuerdo con cálculos de provecho, de posible pérdida o recompensa. Un asalariado que depende de un superior no se relaciona con él igual que lo haría con un colega en la barra del bar.

Saber estares la asignatura pendiente de una sociedad cada vez más unida en la indistinción. Saber estar es también saber respetar las distancias. No invadir el espacio de los demás, no avasallar. Quien en espacio público exhibe impúdicamente su intimidad vociferando por el móvil, ¿lo hace por inconsciencia del valor de la propia privacidad, por narcisismo poco o muy exhibicionista, o por una falta de respeto invasora de la privacidad de los que tiene alrededor?

Mucha gente no sabe adaptarse un mínimo al interlocutor. Los ingleses saben mucho de esto. Las sociedades que tienen interiorizado un buen concepto de los diferentes niveles de poder y de responsabilidad son las que mejor plantean la resolución de conflictos a partir del reconocimiento de las desigualdades de origen.

Los monostáticos son inamovibles: ellos son como son. Y más si se saben poderosos, no se pueden relacionar de otra forma que desde la exigencia de acatamiento y sumisión. Nunca de tú a tú. Y no es tan sólo que sean incapaces de comprender al otro: es que creen que sus modos de ser y de hacer son superiores. Que los de los demás son inadecuados. O, peor aún, amenazantes a los propios. Y que, por consiguiente, no merecen ningún respeto.

El diálogo también pide un cierto aprendizaje. Cuando uno ha crecido habiendo interiorizado que si tú hablas los demás callan y obedecen, no hay diálogo posible. El poder entendido como un absoluto, como la capacidad de imponer la propia voluntad, no dialoga: impone. El diálogo, la negociación y el acuerdo piden una cierta predisposición psicocultural. Que se dé, o no, depende de si la democracia se entiende también, o no, en cuanto que educación en valores como el respeto a la diversidad de la vida y la comprensión de la diferencia.

18-I-17, Oriol Pi de Cabanyes, lavanguardia