"Idiota, iluso, gilipollas", Agustín García Calvo

No se lo llamo a usted, hombre; por lo menos, todavía no: más tarde; a lo largo del artículo... ya veremos: depende de cómo lo lea usted y de qué contestaciones se queda rezongando por lo bajo.Por ahora, lo que nos importaba era fijarnos un rato en los insultos populares, no sea que, por el aquel del tono airado con que se propinan, por lo barriobajero y poco literario, se les considere, falsamente, faltos de precisión semántica y se nos escape algo profundo y claro que quieran a lo mejor decir. Lo que es yo, casi estoy por pensar que los insultos populares (no en la justicia con que ocasionalmente se le apliquen a Fulano o a Menganita, que eso aquí nos importa un rábano, sino en su propia formación y reglas de uso) puede que esté alentando el sentido común y la razón común.

En los de veras populares -entiende usté: porque hay otros, como "vil", "villano", "traidor", "degenerado", "paleto", "chusma", "mala hembra", que, por más que alguna vez se oigan en boca de buena gente, no acaban de entrar en uso popular y conservan un tufillo pedante y señoril que denuncia su procedencia: a saber, que son de los que se lanzan desde arriba; mientras que otros, como los del título, puede que salgan de más abajo y digan algo más honrado, o sea inteligente.

Y note usted incluso cómo el uso popular ha redimido a otros, como "cabrón" y "puta", viniéndolos a aplicar a situaciones que no guardan el menor recuerdo de la condición de cornudo o la de prostituta para la que en un principio se inventaran. De modo parecido, acaso "tonto", "idiota", "imbécil", "memo", "gilipollas" y otros por el estilo no hagan en verdad alusión a ninguna deficiencia mental y natural, sino a otra cosa.

Por lo que toca al de "gilipollas", con que ha venido a ampliarse y redondearse el "gilí" de tiempos de mi abuela, he tenido ocasión, una vez que quise dejar que el coño hablase por mi boca, de precisar el sentido general con que le usa, para explicarme el misterio doloroso de que, siendo eso de "mujer" un abismo maravilloso, un pálpito de vida y pueblo y demonios por bajo de la armadura pedantesca del Poder, puedan ser sin embargo las mujeres en su mayoría, personalmente, igual de gilipollas más o menos que los hombres: así que "gilipollas" quería decir "el que hace, dice o piensa lo que le mandan desde Arriba, pero convencido de que lo hace, dice y piensa porque le da la gana, porque le sale de sus ideas y gustos propios". Y eso pienso que describe bastante bien el sentido con que el insulto se lanza ordinariamente, ¿no le parece a usted?

Así la gilipollez se acerca bastante a la idiotez, tal como aparece formulada en los restos de nuestro primer Ebro de lógica, el de Heraclito: pues, siendo así que "común es a todos el pensar" y "siendo la razón pública y común", se pregunta la razón por boca de Heráclito cómo es que ello no se nota mucho, en nuestro mundo; y es que "viven los más como teniendo cada cual un pensamiento privado suyo"; y así, "con lo que más de continuo tratan, que es la razón, con ello están en desacuerdo"; porque: "no piensan, los más, pensamientos tales como esos con que se tropiezan, ni aun aprendiendo los reconocen, pero ellos se creen que sí".

En suma, que es gracias a la idiocia más etimológica, la personalidad y privacía de cada uno, como se consigue este prodigio de que, siendo común a todos el lenguaje popular y la razón, no sea eso lo que gobierne el mundo de los hombres (como gobierna, sin embargo, de hecho, el mundo todo), sino que lo que domine sea la idiocia generalizada y repartida desde Arriba a las mayorías en forma de opiniones y gustos personales de cada uno.

(¿Va entendiendo usted?: porque, si no entiende, será que alguna ideíta personal se lo está impidiendo).

Niños, motos y cojines

De acuerdo, pues, con la interpretación del insulto popular, ese muchacho que, nada más montarse en el tren, se cala los auriculares para tragarse la murga chocha que: le han metido todas las veces que dure el viaje, mientras hojea la revista de motos a todo cromo que se ha comprado voluntariamente, es ciertamente un gilipollas; y la niña que se mete un cojincito de espuma plástica en el hombro, porque no es que se lo hayan mandado, sino que le hace ilusión a ella llevar hombreras, y si se rapa el pelo a lo punky o se lo enreda en cordelitos, es porque le ha venido ese gustito a ella, ésa es igualmente una gilipollas; y es un gílipollas desarrollado ese ejecutivo que se viste de ejecutivo y, con su maletín de ejecutivo y con su cara de saber lo que hace, porque es un hombre de su tiempo, se coge el avión para estar en Tokio mañana para resolver ese negocio que le han preparado por TELEX de tal manera que tenga que estar mañana en Tokio: ¿le parece a usté bastante gilipollez? ¿O no? Y en fin, esa joven señora que, según los consejos del Consultorio Psicológico, se pone a quitarse a golpe de rodillo las grasitas de la cintura y a comprarse sostenes de puntillitas con el fin de salvar su matrimonio, con un ahínco tan íntimo y personal como si fuera ella la que ha inventado el Matrimonio y la encargada por consiguiente de salvarlo, también, la pobre, qué se le va a hacer, es una gilipollas; ¿o no cree usté? Pues ya ve: de ésos y tales está compuesta la Mayoría democrática, y así va el mundo.

El idioótees, el simple particular, el que cree en su vida privada y a ella se dedica, es justamente el que no es deemótees, que no es público, que no es hombre de pueblo ni del pueblo; y es de esos idiotas (ironías de la etimología y la política) de lo que está hecha la Democracia, el régimen único y triunfante del fin de los tiempos que sufrimos la gente por acá abajo.

Es la famosa privacy, el derecho sagrado a la privacía o privacidad de la vida de cada uno, que Estado y Capital no sólo respetan, sino que defienden furibundamente (¡cómo no van a, si son Ellos los que la inventaron!) es esa idiocia y privacía del iluso que se cree que su vida es suya y que es él el que la vive, del hombre no-público y que no hace política, es ésa la que hace la política del Señor de las Mayorías, la que sostiene el Imperio de Estado-y-Capital juntos (porque ¿no es verdad que Economía y Política son ya lo mismo?) que bajo nombre de Democracia padecemos los rabos de pueblo que por acá abajo seguimos siempre coleando: "Cada uno en su casa y Dios en la de todos", o bueno, de la mayoría, pero que se quiere vender por "todos".

(¿Qué? ¿Tiene usted la impresión de que va entendiendo ya la cosa? Que ya me está pareciendo usté un poquillo lento: ¡si basta un poco de sentido común, hombre!).

Opinión Personal

Y así es, en fin, que la Opinión Personal ha venido a ser lo más respetable de este mundo de la Política-Economía de la Demotecnocracia o Tecnodemocracia. "El Señor Diputado, en su opinión personal, muy respetable...", "Las opiniones del Autor sobre el asunto, muy personales y respetables por lo demás...": ¿no ve usted lo respetables que son todas las opiniones personales en este mundo?

Y ¿se da usté cuenta de por qué son tan respetables? ¿Será, piensa usted, porque así el que habla, al respetar la opinión ajena, se gana el derecho a exponer la suya y que igualmente se la respeten? Sí, también eso; pero es, más a fondo, porque se calcula prudentemente que una opinión, en cuanto sea personal, va a ser necesariamente idiota y gilipollesca, y así no le va a hacer daño a nadie; vamos, a nadie de la Mayoría ni al Señor que la gobierna.

La personalidad es garantía de idiotez, de inocuidad y de sumisión; y Estado y Capital, que así lo saben, proceden en consecuencia a respetar todas las opiniones personales que se les echen (¡qué lejos de aquella forma arcaica de Poder en que se luchaba por la libertad de expresión!, ¿se acuerda?), con tal de que se presenten como personales, "En mi opinión", "A mi entender", "A mí lo que me gusta.. .". Luego, que se sumen los gustos y las opiniones, que se aplíque la estadística, y que salga la mayoría, que bien puede confiarse en que será tan idiota como cada uno de sus componentes.

Y así es que se protege religiosamente la Propiedad Intelectual, ¿verdá?: porque, si uno tiene la modestia de presentar lo que escribe o canta como cosa suya, ¿no va a premiar el Señor con oros y con honras su modestia?

¿Se percata usté del truco?: así, a fuerza de opiniones personales y de suma de opiniones, lo que está tratando de impedir es que hable el que sabe, que es el lenguaje popular, que no razone el sentido común del pueblo, incomputable y desconocido, y que, si por ventura habla y razona, que no haya Dios que lo oiga en medio de la barahúnda de las opiniones personales.

Hombre, y a lo mejor a usted mismo se le está ocurriendo ahorá pensar, ingeniosamente, que todo esto que está usté leyendo desde hace un rato son también mis opiniones personales, "ideas de Fulano", del A. G. C. que figura en la firma de este artículo, a cuyo nombre tengo que mandarlo, porque, si lo mando anónimo, a ver de dónde iba a conseguir que lo publicara este honorable Rotativo ni que usté se lo leyera.

Pues mire, por si se le ocurre pensar tal cosa para escapar así de lo que pueda usted oír de razón común y herirle en su corazón popular en todo esto, tengo una vez más que decírselo claramente: yo aquí no vengo a dar mi opinión: vengo a decir la verdad, ¿qué pasa? Que luego me equivoque, y mi idiotez personal ínterfiera, y no acierte a hablar con sentido común y a decir la verdad de sus mentiras... eso ya es otro asunto, y demasiadas probabilidades hay, por desgracia, de que así suceda. Pero, si empieza uno ya por dar su opinión personal... pues no le digo.

¿Entiende usted, va oyendo ya, cosas tan comunes como estas que le cuento? ¿O se queda usté todavía opinando sobre el artículo, decidiendo sí le gusta o no le gusta, y consiguiendo así no enterarse de nada de lo que dices? Pues mire, ya me está usted hartando, y como se ponga en ésas, ea, que le llamo lo del título, y más insultos de propina que del lenguaje popular me suban a la boca.

Agustín García Calvo es catedrático de Latín de la Universidad Complutense de Madrid.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 12 de noviembre de 1990, en elpais