"Mal de fronteras", Josep Vicent Boira

Hay un tiempo para cada cosa. Y ahora, ha vuelto el tiempo del territorio. El territorio no es el escenario donde ocurren las cosas. El territorio son las propias cosas. El físico Niels Bohr ya nos advirtió: la realidad es sólo interacción. No hay objetos en el universo: sólo relaciones. Si esto es así, debemos escapar de la trampa newtoniana que ha hecho estragos en la política, esto es, la asunción de que países y sociedades son como cuerpos masivos que se mueven en determinadas órbitas y que, a veces, entran en rumbo de colisión como bolas de billar. La trampa newtoniana es tremendamente efectiva: atribuye al espacio el papel de contenedor y al tiempo el de mero eje sobre el que pasan las cosas. Pero la física relativista nos muestra que el universo no es así. El espacio-tiempo se parece más a una goma que a un cristal y se curva debido a la presencia de masa y energía.

La política newtoniana ha tenido un gran predicamento en España, donde el espacio siempre ha jugado un papel secundario, mientras que muchos políticos han creído poder acelerar o domeñar el tempus de sus reivindicaciones como quien sube o baja el volumen de un transistor.

Pero es preciso leer de nuevo el territorio con ojos renovados. El discernimiento del “cuadro regional” (concepto clásico de la tradicional geografía francesa) se nos muestra hoy como un método de gran utilidad política. España es imposible de entender sin analizar sus diversos “cuadros regionales” que combinan paisajes humanos, líneas maestras de su configuración física y tercas inquietudes histórico-po­líticas.

En el año que está a punto de comenzar se cumplirán 60 de la traducción al castellano de un modélico análisis que arrojaba luz sobre la realidad de la geografía peninsular. En 1957 apareció en Francia el libro que presentaba el cuadro regional de Catalunya, València y Baleares, obra del geógrafo Pierre Deffontaines y del historiador Marcel Durliat. Espagne du Levant. Catalogne, Baléares, Valence fue traducido y editado prontamente aquí, en abril de 1958, por Juventud como La España del Este, un título que dada la época era obligado.

Es paradigmático que esta obra viniera de fuera. España nunca ha comprendido a su Mediterráneo, ni tampoco los complejos lazos que lo unen. Tal vez porque, como se dice en su primera página, de las tres grandes penínsulas del Mare Nostrum, la Ibérica es la menos mediterránea: “Para llegar a la meseta central, la Naturaleza no da ninguna clase de facilidades”, dice Deffontaines. Tampoco la política lo ha hecho.

Pierre Deffontaines nos definió: “Ese mundo perteneciente a las periferia de España y dividido en compartimentos que forman las tierras de Levante fue siempre cuna de poderosos focos de vida regional, focos que por largo tiempo permanecieron cerrados a la vida de las mesetas centrales, pero que, en cambio, estuvieron unidos entre sí por una auténtica unidad humana (…) Es una región llena de pasiones y efervescencias, de vitalidad y de recios caracteres: la han sacudido a veces impulsos de revuelta, de anarquía o de liberación, pero constituye para España uno de sus mejores triunfos”.

Debemos recuperar a nuestros clásicos, renovándolos. En las últimas décadas, hemos asistido a la afanosa búsqueda de simplificación de los “cuadros regionales” hispánicos al tiempo que se ha procedido a una recentralización funcional y política. ¡Qué gran error! Fijémonos en una imagen nocturna de satélite de España. Aparecerán amplias regiones urbanizadas donde no se aprecian fronteras, en especial a lo largo de la costa mediterránea. Pues bien, en España, lo que se ve de noche se oscurece de día. Nuestro mapa de infraestructuras no responde a las necesidades reales de los territorios. Pero tampoco la gestión del agua, de los entornos naturales, del litoral, del cambio climático, de los mercados de trabajo…, todos estos temas sufren del mal de la “frontera”. Y no sólo ellos: las lenguas comunes existentes y las culturas compartidas se desmembran y empobrecen. Debemos exigir el rediseño de las políticas territoriales del estado para adecuarlas a estas conexiones y relaciones.

También catalanes y valencianos debemos cumplir con lo que pregonamos. Hasta hoy hemos rechazado entrar con resolución en la gestión inteligente de la escala mediterránea. Y la solución a muchos problemas que tenemos planteados como sociedades individuales vendrá justamente de abordarlos a la escala oportuna y de manera conjunta. Así, la gestión escalar se convierte en una gestión inteligentemente política, gestión capaz de ampliar nuestras posibilidades como sociedades, nunca limitarlas. Hay intereses vecinales compartidos en un entorno de globalización, un cuadro (macro) regional evidente entre tierras valencianas y catalanas, conexiones e infraestructuras de vocación europea, apostamos por una reorientación económica hacia sectores productivos asentados en la industrialización, la exportación y las bases logísticas, representamos buena parte de la conformación plural del Estado, exigimos políticas de financiación justas, concentramos gran parte del atractivo turístico internacional, tenemos el altavoz de la segunda y tercera ciudad del Estado, somos pioneros europeístas, nuestros puertos son determinantes. Podemos liderar alianzas competitivas en un contexto pro­picio.

Sin abandonar la reivindicación de un renovado Memorial de Greuges (como en 1760), necesitamos también una nueva Entente Cordiale de la región mediterránea, impulsada por Catalunya y València, que ayude a definir una agenda de coordinación de estrategias y permita bascular el peso de la península Ibérica hacia el Mediterráneo. Desde el respeto por los procederes y ritmos propios, con transparencia y sin recetas caducadas, se precisa un rescalamiento de nuestro pensamiento y de nuestras políticas en respuesta al rescalamiento de los desafíos que tenemos planteados. No somos bolas de billar rodando mecánicamente por un tapete verde. Somos materia y energía, y podemos, por ello, determinar nuestro espacio y nuestro tiempo. El futuro está abierto.

31/12/2017 - lavanguardia