"Treinta y siete años después", Francesc-Marc Álvaro

Resultat d'imatges de polonia no estaba muertoMirar el pasado y ver el futuro. Lo normal sería echar un vistazo al retrovisor y dar con el pasado imperfecto. Pero hay lo que hay y –con permiso de la Fiscalía y exhibiendo el certificado de buena conducta y la cartilla de vacunación– debo declarar que hay algunos pasados que prometen un futuro nada halagüeño, porque hay presentes que parecen imitar obstinadamente el pretérito que pudo haber sido y no fue. Mañana se cumplen treinta y siete años de la intentona golpista del 23 de febrero de 1981, aquel episodio de diecisiete horas y media que trufó la joven democracia con una sustancia muy vieja y muy nueva a la vez. Ya nadie hace chistes sobre Tejero, sobre lo cual no quiero sacar conclusiones. El arte del chiste es arriesgado por estos predios, y no sólo los dedicados a Carrero Blanco. Los más jóvenes no saben quiénes fueron Carrero ni Tejero, lo cual evita que les pongan ad­jetivos.

Javier Pradera lo resumió en pocas líneas: “La ofensiva ideológica del golpismo arrancó con timidez tras la muerte de Franco en noviembre de 1975, elevó su tono con la legalización de los comunistas en abril de 1977 y alcanzó la exasperación con la promulgación de la Constitución de 1978 y de los Estatutos de Autonomía de Catalunya y el País Vasco en el otoño de 1979. El tránsito de la preparación propagandística a los planes operativos del golpe militar se produjo al amparo de la primera crisis seria de funcionamiento del sistema democrático: la dimisión de Adolfo Suárez como presidente del Gobierno”. El susto fue breve, aunque dio tiempo para quemar papeles en varios partidos, sindicatos y asociaciones que se temían un retorno a lo anterior. El balance oficial del 23-F es una inyección de optimismo, porque quedó fijada la idea del golpe como fantasma que se despide. Aquello fue “la confirmación –según Pradera– de que el tránsito de la dictadura a la democracia había alcanzado ya en ese momento el punto de no retorno”. Aquí paz y después gloria. Y el PSOE en la Moncloa.

Al día siguiente de la asonada, Juan Carlos I se reunió en el palacio de la Zarzuela con los líderes de los grupos parlamentarios. Estaban todos, excepto los representantes de CiU y del PNV, a pesar de la importancia social e institucional de estas formaciones, tanto en las Cortes españolas como en las respectivas autonomías, donde ambas gobernaban. Por otro lado, el convergente Miquel Roca –que entonces era el jefe de la Minoría Catalana en el Congreso– había sido uno de los siete padres de la Constitución; tampoco Roca fue invitado. Antes de ese encuentro, el monarca presidió una reunión de la Junta de Defensa Nacional. La foto del día es la imagen de dos ausencias significantes.

El 31 de julio de 1981, el gobierno centrista de Leopoldo Calvo Sotelo y el PSOE firmaron unos pactos autonómicos cuya joya era la ley orgánica de Armonización del Proceso Autonómico (Loapa). Se trataba de reconducir el desarrollo del naciente Estado autonómico, algo que se venía cociendo desde hacía tiempo y que el ensayo golpista aceleró, casualmente. El frente anti-Loapa estaba integrado por CiU, el PSUC y ERC, mientras los socialistas catalanes –divididos– tenían que defender un proyecto que era percibido en Catalunya como un intento de vaciar la autonomía. La mayoría absoluta que Jordi Pujol consiguió en 1984 tuvo relación con esa batalla, que desembocó en un fallo del Tribunal Constitucional que declaraba inconstitucionales 14 artículos de los 38 del texto, y establecía también que la ley no podía ser orgánica ni armonizadora. La Loapa fue enterrada, pero su espíritu nunca desapareció completamente. Calvo Sotelo escribe en sus memorias (publicadas en 1990) que­ ­sigue habiendo “un problema catalán que perturba la construcción de la España democrática, al menos en la misma medida en que desde Catalunya se ha colaborado a ella”. El mismo Calvo Sotelo confiesa que “no supimos desarmar los recelos de vascos y catalanes”.

El golpe del 23-F no triunfó. ¿Cómo estaríamos si Milans del Bosch, Armada, Tejero y los demás se hubieran salido con la suya? Dejemos volar la imaginación. Tal vez existirían presos políticos, tal vez las fuerzas policiales cargarían contra ciudadanos pacíficos e indefensos, tal vez se aplicaría el delito de odio para frenar la crítica legítima a los gobernantes, tal vez se fabricarían pruebas falsas contra adversarios políticos, tal vez se intentaría acabar con la enseñanza en catalán, tal vez bastaría la ideología para mantener a alguien en prisión provisional, tal vez se censurarían exposiciones artís­ticas, tal vez la autonomía sería controlada directamente desde Madrid, tal vez los ultraderechistas gozarían de impunidad para amenazar en la calle y en las redes sociales, tal vez los grandes medios de la capital española repetirían la versión gubernamental sin contrastarla, tal vez un cantante sería condenado a tres años y medio entre rejas, tal vez un libro-reportaje sería secuestrado por orden judicial, tal vez un color sería prohibido y perseguido por las autoridades... Tal vez. Pero no debemos preocuparnos, el 23-F acabó en nada. Y ya queda muy lejos.

22/02/2018 lavanguardia