(Unión Europea:) "Al este cueste lo que cueste", Valentín Popescu
Erre que erre, la Unión Europea sigue emperrada en ampliarse por el este. Y dado que la razón de este empeño es política, la Europa rica no cicatea con el costo de la expansión: el proyecto nos ha costado ya desde el 2007 al 2017 más de 9.000 millones de euros, desembolsados a fondo perdido.
Ahora les toca a las seis naciones restantes de la antigua Yugoslavia (Eslovenia y Croacia ya están en la UE desde 2004 y 2013, respectivamente) acabar de alcanzar los baremos de incorporación y en Bruselas especulan con un primer ingreso – el de Serbia– para el 2025, seguido muy de cerca por el de Montenegro. Ese calendario bruselense de expectativas se basa en la esperanza de que para entonces ambas naciones habrán alcanzado un nivel económico equivalente al 40% del promedio comunitario.
Los economistas especializados en los mercados balcánicos dudan de que eso se vaya a conseguir, pero dan por sentado que el calendario de ingresos sí se cumplirá porque en el tema de la ampliación al este, Bruselas se rige mucho más por la voluntad que por la contabilidad o las evidencias sociopolíticas. Ni el Brexit –la fracasada ampliación occidental– ni la corrupción indomable que campa en Bulgaria y Rumania, ni las veleidades autoritarias de Hungría y Polonia parecen frenar esa querencia orientalista de la UE. Ni tampoco el hecho de que el PIB conjunto de los seis países apenas roce los 250.000 millones de euros, que es algo menos que el de Hungría.
Que las ampliaciones orientales de la UE ante todo (para no decir exclusivamente) son una acción política lo evidencia una comparación entre los esfuerzos y pagos hechos por la Comunidad en su día para poder acoger eventualmente a Turquía y los hechos con Serbia. Pese a la importancia demográfica y económica de Turquía, Bruselas no acabó de implicarse seriamente nunca en esta operación por razones culturales. Se dudaba del acoplamiento de un Estado musulmán en el enjambre europeo, pese a la relativa facilidad con que los inmigrantes turcos los han hecho individualmente en los países europeos a que habían ido a trabajar. Y las querencias cada vez menos democráticas de Erdogan han pesado negativamente mucho más que el potencial económico turco, muy superior al balcánico.
Así, desde el 2007 y hasta ahora la UE ha invertido 29 euros por habitante serbio para ayudar a este país a aproximarse al nivel comunitario, en tanto que sólo invirtió 8 euros por turco, pese a que allá la población es 4,5 veces más numerosa y el potencial económico, 8 veces mayor.
Si estos datos no bastasen para hablar de un desamor europeísta hacia Ankara, el capítulo de las corrupciones seguramente lo acabará de hacer. Porque ante los reparos que ponen muchos estadistas a la ampliación oriental a causa de la corrupción imperante en los seis candidatos y la indomable de Bulgaria y Rumania, los dirigentes comunitarios señalan que en los dos estados exyugoslavos ya incorporados –Croacia y Eslovenia– esta lacra social es hoy mucho menor que en las dos naciones más orientales de la UE. Pero eso ya era así aún antes de que ingresaran…
02/03/2018 - lavanguardia