"Manchas de la libertad" (prefacio), Iria Rodiles

MANCHAS DE LA LIBERTAD. Ensayo. Iria Rodiles.

A mis hijos: Chantal y Greco
A mis nietos: Rafael Diego  y Ian Ricardo

 “Sé que la libertad tiene un precio alto, tan
alto como  el  precio  de  la  esclavitud;  la
única diferencia es que pagas con placer,
y con una sonrisa, incluso cuando es una
sonrisa manchada de lágrimas”. (1)
Paulo Coelho 

PREFACIO

     No hallarán en estas páginas un tratado unilateral de críticas sobre el lado oscuro del Hombre en el ejercicio de la Libertad, ni mucho menos fórmulas exclusivas o mágicas para llegar a ser libre; tampoco, un canto a la Libertad que, de tan elevado, rompa sus vínculos terrenales.

     Entre el humor y el drama, junto a incógnitas sin despeje, hallarán montones de ideas realizables, transmitidas en distintas etapas y reiteradas en otras, pero sin aprehender; más algunas ocurrencias irreverentes, mezcla de sana imaginación e ingenuo agnosticismo: destructoras de esquemas, teorías y argumentos que otros consideran absolutamente ciertos o comprobados.

     Afirma El Eclesiastés que hay un tiempo para todo: “tiempo para demoler y tiempo para edificar” (2). Creo que hoy por hoy, ambos tiempos se han fusionado: el Hombre crea con una mano y destruye con otra, al unísono. Ambos resultados –el creador, el destructivo— responden a la naturaleza libre del Hombre, en tanto que es un ser capaz de elegir, de tomar decisiones acertadas o erróneas.

      Ese carácter ambiguo también caracteriza estas páginas de algún modo: tan pronto destaco los aspectos favorables de la Libertad, como critico los resultados adversos; lo positivo de un capítulo, se desmorona o tambalea en otro. Nada extraño: espejo de los tiempos contradictorios que corren y yo vivo en este tiempo.    

     No podría ser una excepción en esta época cargada de ambigüedades donde, por un lado, se apoyó con diligencia a los libios insurrectos antikhadafistas, argumentando proteger la población civil y, por otro lado, se prolonga el conflicto de Siria con un consecuente ascenso de víctimas ciudadanas antial-asadistas; o donde se promueve el “turismo” cósmico, cuando las hambrunas y calamidades se multiplican en la Tierra; o donde no faltan democracias que condenan radicalmente a unas dictaduras, mientras hacen un guiñito de tolerancia a otras.

     Tiempo este contradictorio que, por una parte, juzga a los  empresarios Murdoch,  por las escuchas telefónicas ilegales del News of the World y califica al periódico de sensacionalista, falto de ética, violador de la legalidad y hasta de “mafioso”, mientras que, por otra parte, aparenta menosprecio, en unos, y admiración, en otros, hacia las intrigas tendenciosas de Assange, con su Wikileaks, sus fuentes subrepticias y la publicación de incidentes y chismes confidenciales, comparables a los dimediretes ordinarios que motivan escandalosas trifulcas callejeras –a veces, sangrientas— en cualquier barrio marginal  habanero.

     Todo indica que un “pinchazo” telefónico (no “autorizado”, por supuesto) provoca reacciones oficiales muy serias, pero un cicutazo informático-bretero, se puede pasar por alto, aunque también carezca de ética, seriedad  y “autorización”.

     A fin de cuentas, tanto embrollo pone al descubierto que la privacidad de los habitantes de la Tierra –famosos o anónimos, oficiales o privados—, más que hallarse amenazada por los Murdoch, los Assange o por cualquier transgresor, no existe.

     El hecho me retrotrae a la década de los años ’70, cuando cayó en mis manos, por primera vez, una revista del Correo de la UNESCO que advertía, de forma premonitoria, sobre las amenazas a la privacidad, en un futuro no muy lejano, dado el auge de la microelectrónica y al uso transgresivo del excelente y vertiginoso desarrollo tecnológico: micrófonos, cámaras, ordenadores, teléfonos móviles, fibras ópticas y satélites espías, a saber. Si fuera posible enjuiciar a todos los transgresores, sin exclusión ni impunidad, es probable que ocuparan el banquillo los más sorprendentes sujetos, “autorizados” o no.

      Salvo el empleo de este tipo de tecnología para la detección de terroristas, narcotraficantes y delincuentes, no existen diferencias entre una intromisión “autorizada” y otra “no autorizada”. Si la técnica siempre se empleara contra los maleantes, no existirían objeciones de ningún tipo al respecto.

     A la vez, excuso un poco a mi tiempo porque siempre han existido la luz y las tinieblas, el bien y el mal, lo transparente y lo turbulento, lo bello y lo feo, lo limpio y lo sucio. Pero resulta incomprensible que, a las alturas del Siglo XXI, ni siquiera se haya logrado un poco de equilibrio entre los polos opuestos o, mucho menos, que la balanza se incline hacia el lado benigno. Y lo peor, que exista jactancia o desidia respecto al contradictorio panorama del mundo actual.

     Desde la perspectiva de mi interpretación muy personal, en el primer capítulo de este ensayo, me refiero de manera detallada a El Alquimista, obra de Paulo Coelho, porque la lectura de este libro me influyó, considerablemente, en una etapa determinada de mi vida y, además, porque  facilita la introducción del tema.  Pero, en el desarrollo de ese primer capítulo y en los posteriores, también incluyo numerosas referencias a distintas obras de la literatura universal, apoyándome en la autoridad de sus creadores, para completar el mensaje tan diverso como contrapuesto que intento transmitir.

      Elegí, además, una frase específica de El Alquimista, semejante a un lead periodístico –imposible divorciarme de mi profesión— para el inicio del primer capítulo,  por la afinidad exacta que posee con el instante en que me sorprendí añorando la libertad del viento y con la manera en que esa nostalgia me condujo a imitarlo.

     Curiosamente, mi signo zodiacal se relaciona con el aire, pero creo que toda persona, sin atender a motivos u orígenes de índole astrológica, ha experimentado en la vida real el mismo sentimiento que transmite Santiago, como personaje de ficción, cuando contempla, desolado, el libérrimo movimiento del aire. Y cuanta persona se descubre a sí misma como un ser libre por naturaleza, se  enfrenta a la disyuntiva de ejercer o no esa Libertad que posee por Don.

     Pero al nacer, el ser humano desconoce su esencia libre, como desconoce también el mundo que lo rodea, qué vivencias le esperan o su condición de mortal. En el transcurso de la vida, podría  descubrir o aprender que posee la Libertad Original y, en consecuencia, tendría que decidir si opta por la esclavitud mundana o por el Don Supremo. De modo muy particular e intenso, las personas que viven en las sociedades cerradas, totalitarias, se enfrentan a este gran dilema.     

     Aunque el totalitarismo no es el tema exclusivo, ni principal de este ensayo            –porque la  Libertad  no  sólo  se  relaciona con la política,  sino  con  toda  la vida, la creatividad y el quehacer humanos—, no podía omitirlo porque, dado su invariable carácter opresor, asfixia de forma obstinada y cruel la Libertad del Hombre. Y es la Libertad, en sus más variados aspectos, el tema que aquí me ocupa.

     No acuso, ni juzgo a ningún país específico; sólo me refiero a los rasgos generales que caracterizan ese sistema. Nadie ignora cuáles países ostentan la categoría de ‘totalitarios’. Así, también, intento que cada cual haga su propio juicio, ejerciendo el Don que posee por naturaleza. Además, no pretendo sustituir a las autoridades del Tribunal Internacional de La Haya, ni mucho menos superar a George Orwell en su magnífica obra 1984, sino sólo expresar mis inquietudes y criterios personales, como ciudadana del mundo. Es mi derecho, según la Declaración Universal de Derechos Humanos; carezco de cualquier otro.

     El título de este ensayo aparenta referirse sólo a suciedades de las que, lógicamente, no se salva ni el tan preciado Don  “en este valle de lágrimas, en este mal mundo que tenemos, donde apenas se halla cosa que esté sin mezcla de maldad, embuste y bellaquería” (3). Igual que todo en la vida, la Libertad también se atrofia y distorsiona cuando se mal utiliza o malinterpreta:

     “Libertad, ¡cuántos, crímenes se han cometido en tu nombre!”, escuchaba repetir a mis padres cuando era niña, sin saber que la frase la atribuían a Madame Roland, condenada a la guillotina por los supuestos “defensores de la Libertad”, durante la revolución francesa.

     Luego descubrí –aún me sucede— una realidad tan compleja que, en ocasiones, dificulta distinguir con precisión dónde está el bien y dónde el mal o dónde ambos se mezclan de forma confusa. Pero, en ninguna circunstancia, puede igualarse quien premedita con quien se equivoca. Por demás, la rectificación o el arrepentimiento poseen un valor extraordinario en la conducta humana. Otro tanto, el perdón y la reconciliación.

     En un momento muy difícil de mi vida –la separación de mi pequeña familia— pedí perdón a mis hijos por las faltas que cometí con ellos.

—Somos nosotros quienes debemos pedirte perdón por nuestras faltas, mamá.

—Hijos, ¡no recuerdo esas faltas de ustedes!

—Mamá, nosotros tampoco recordamos las tuyas.

     Si el triunfo del Amor se posibilita en la intimidad familiar, ¿por qué no podría prevalecer también en una dimensión universal?

     Durante una entrevista en la TV española (4), Jorge Luis Borges dijo que su padre le aconsejó no apresurarse en publicar. Agregó que en una biografía de Emily Dickinson, descubrió el criterio personal de la escritora al respecto: “Publicar no es parte esencial del destino de un escritor”.

     Según Borges, su padre –Jorge Guillermo Borges— coincidía con Dickinson: “Mi padre escribió y destruyó muchos libros”, dijo. Otro grande de la literatura hispánica, Camilo José Cela, comentó alguna vez que “no pocos escritores abandonan una obra y vuelven a ella una y otra vez”. Además, no pocos escritores relevantes consideran que la mejor obra literaria resulta de las innumerables tachaduras.   

     Por mi parte, pertenezco al clan periodístico más que al literato, no concuerdo con Dickinson: creo imprescindible la comunicación humana y el intercambio de experiencias y opiniones entre el escritor o el periodista y los lectores. La época de Dickinson  (1830-1886) no es igual a la nuestra, bien llamada Era de la Información. Cuando se publica un libro se establece un diálogo entre el escritor y miles o millones de personas en el mundo. Digamos, es un twitter sui géneris.

     Nunca abandoné o intenté romper este ensayo, pero en cierta oportunidad lo consideré terminado, lo traduje al inglés, lo envié a un concurso y a un par de editoriales, infructuosamente. En este aspecto, sí coincido con Borges, padre: me había apresurado; me quedaban pendientes muchas ideas por expresar y otras tantas polémicas que provocar.

     Así, continué escribiéndolo y fue como un cómplice, un aliado, ante el cáncer que me diagnosticaron y durante los intensos tratamientos recibidos de forma repentina. (Lo llamo por nombre, sin frases hechas eufemistas similares a “una larga y penosa” o “terrible” enfermedad). Durante el extenso y duro proceso de tratamiento anticancerígeno –que aún persiste— este ensayo fue creciendo, hasta convertirse en lo que ahora es:

     Como en los versos del poeta español –“deshago el camino andando y voy a mi propio encuentro”—, deshice y rehice este ensayo, escribiéndolo: ahora entrego lo que encontré. Incipiente intento literario, pero no tardío, aunque así lo parezca. Viéndolo al modo de Camilo José Cela: “Nunca se llega tarde a ningún sitio. Jamás se nace ni se muere cinco minutos antes”.   

     Como ya he apuntado, cuando la obra creadora del ser humano deriva en destructiva, halla gran parte de su explicación y origen en la naturaleza libre del Hombre que, dada su capacidad de elegir, puede convertirse en generador del bien o en la causa de cualquier tipo de pena, contrariedad o daño al tomar una decisión o, simplemente, al no tomarla.   

     Pero la cita de Coelho, que encabeza este prefacio, se refiere específicamente a las manchas virtuosas de las lágrimas que –sino siempre, con suma frecuencia— derraman quienes escogen un camino hacia la Libertad plena y auténtica.  Ese es el precio de tan elevado empeño: quedan cicatrices visibles o invisibles, fracturas en el alma, sobrellevables sólo por la alegría de sentirse un ser humano en pleno ejercicio del Don Supremo: 

     “Hija mía... en algunos casos reír es lo mismo que llorar” (5), escribió Oriana Falaci  recordando las sabias palabras de su padre.

     Añado que, en otros casos, sucede a la inversa: llorar es lo mismo que reír. Porque el llanto es un fenómeno propio y exclusivo del ser humano: expresión dual, de alegría o de dolor.

     Siempre es posible contener el llanto o liberarlo; siempre, elegir entre la implosión de sollozos sintiéndose esclavo y la explosión de lágrimas sabiéndose libre.

     A fin de cuentas, el llanto acompaña al Hombre desde su nacimiento –tras el primer grito— hasta su muerte, con el adiós último e inevitable.

     Con todo, siempre hay lugar para la sonrisa, la risa y hasta para una carcajada estentórea, también.

Iria González-Rodiles Ruiz, Berna, Suiza, Enero 1 del 2012

 

Bibliografía y referencias:

1. El Zahir. Paolo Coelho (Brasil, 1947).Editora Rocco, Brasil, Primera Edición.

    2005. Pág. 186.

2. La Biblia latinoamericana. San Pablo y Editorial Verbo Divino..XV Edición. 1995

    Ec 3,3. Pág. 1036.

3. El ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha. Miguel de Cervantes y

    Saavedra (España, Septiembre 29, 1547-Abril 23,1616). Segunda Parte. Capítulo

    XI. Pàgina 441.

4. Las citas de Jorge Luis Borges y Camilo José Cela: Archivos TVE.

5. Rabia y Orgullo. Oriana Fallaci.  (Italia, Florencia, Junio 29, 1929-Septiembre 15,

     2006). La Esfera de los libros, Madrid, 2002.