"Orgullo nacional", David Carabén

Alex Kliment, redactor de Signal, una newsletter de política internacional, decía anteayer en los informativos de la CBS que, aunque el número de inmigrantes llegados a Europa ha disminuido un 96% desde el pico de la crisis, el año 2015, es ahora cuando empezaremos a notar las consecuencias políticas. Ayer, en este mismo diario, por ejemplo, se informaba de que los ministros del Interior de Alemania, Austria e Italia se reunirán la semana que viene en Innsbruck para “tomar medidas para cerrar la ruta del Mediterráneo hacia Europa”. Por
el contrario, sólo había que girar unas cuantas páginas, hasta la sección de Deportes, concretamente, para que Joan Josep Pallàs refiriera el orgullo mestizo de la selección francesa black (negra, blanca y magrebí) o que la perspectiva africana de Xavier Aldekoa nos advirtiera de que el apasionante encuentro Brasil- Bélgica de ayer podía ser visto, perfectamente, como un partido entre descendientes congoleños.

El Mundial es un campeonato de fútbol que enfrenta a selecciones de países, claro está. Pero sólo con leer la letra pequeña te das cuenta de que es una máquina infalible de difuminar fronteras y de aguar orgullos nacionales. Uno de cada 10 jugadores que disputan el campeonato ni siquiera nació en el país que representa. Entre las selecciones del Viejo Continente, la proporción es mucho más elevada: 83 de los 230 jugadores europeos son inmigrantes. En la selección de Portugal, los nacidos fuera llegan al 32%. Ya no hablemos de los descendientes. Como mínimo, 9 de los 23 jugadores de la selección inglesa son de ascendencia caribeña o africana. De los 24 belgas, hay 10 que son hijos de inmigrantes. La población migrante está sobrerrepresentada en todas las selecciones nacionales. En el equipo francés, por ejemplo, son el 78,3%, mientras que en Francia, el país, la población migrante sólo llega al 6,8%. Todos y cada uno de los jugadores de las selecciones islandesa y sueca, para añadir aún un dato más, juegan en ligas extranjeras.

El fútbol es muy tozudo. Hace años –desde que se inventó, seguramente– que insiste en decirnos que si buscas talento, tus fronteras son un obstáculo. Conciliar en un único proyecto gente diversa, es decir, tener menos tonterías que tus vecinos, en cambio, es una clara ventaja competitiva. No debe ser una casualidad que el país que más mundiales ha ganado sea una confluencia de etnias y tradiciones culturales como Brasil. Ni que el Barça fuera fundado por un grupo de inmigrantes suizos e ingleses, ni que el Madrid lo fuera por dos hermanos catalanes. Clama al cielo que los políticos europeos, y los ciudadanos a quienes representan, deberían tener la misma manga ancha con los recién llegados, como mínimo, que sus federaciones de fútbol.

07/07/2018 lavanguardia