"Estamos frente a una pandemia", Quim Monzó

El martes, en esta columna hablaba de dos grandes mentiras sobre la situación lingüística en Catalunya que, a base de repetirlas una y otra vez, al­gunos acaban por creerse. Explicaba las órdenes sutiles que la Generalitat de los años ochenta daba para que los profesores de catalán no suspendieran a ningún alumno, aunque fuera in­capaz de articular una sola palabra en esta lengua. Para esconder la realidad y no crear conflictos, se le aprobaba y santas pascuas. Así, oficialmente, todos los alumnos acababan los estudios hablando catalán y castellano a la perfección.

Al día siguiente, el miércoles, dos lectores me hicieron llegar enlaces a medios de comunicación norteamericanos que hablan del caso de una profesora de Florida que tiene problemas por negarse a aceptar esa práctica supuestamente educativa que a mí me recuerda aquellas pegatinas que décadas atrás lucían algunos coches: “To er mundo e güeno”. La profesora en cuestión se llama Diane Tirado, hace diecisiete años que se dedica a dar clase y hasta hace medio mes enseñaba en la escuela West Gate K-8, de la bonita ciudad de Port Saint Lucie. Dice Tirado que durante los últimos cinco años ha ido viendo que muchas escuelas han adoptado progresivamente la política de no poner ceros a sus alumnos. Dice que es una consigna que a veces aparece por escrito en la lista de normas de la escuela y a veces simplemente se da por supuesta. Empezó como una forma de ayudar a los estudiantes con dificultades o desinterés, para que no se quedasen atrás, pero ha acabado pervirtiendo todo el sistema de calificaciones. El detonante de su expulsión fue un trabajo que encargó a sus alumnos. Tenían dos semanas para hacerlo, en casa. Llegó la fecha de entrega y sin vender una escoba. Algunos no presentaban el trabajo. Dejó pasar tres semanas más, y cuatro, pero seguían sin dárselo.

De forma que aprobó a los que lo habían hecho y a los que no se lo llevaron les puso un cero. La escuela le dijo que ni hablar, que allí se seguía la “no cero policy” y que como mínimo tenía que aprobarlos. Pero, razonaba la profesora Tirado, ¿cómo iba a aprobarlos si no habían hecho el trabajo requerido? Dice: “¿Por qué van a esforzarse los alumnos si saben que, aunque no hagan nada, pasarán? Me miran a los ojos y me dicen: ‘No tengo por qué hacer nada porque tú tienes la obligación de aprobarme’. Tenemos una nación de alumnos que, sólo por aparecer en clase, ya esperan que los premien, y eso no tiene ningún tipo de sentido”.

“Ya los suspenderá la vida” es la frase sudada que los conformistas repiten siempre ante esta situación. Supongo que a la profesora Tirado también se la deben haber dicho, acompañada de algún “no te busques problemas”. Ahora que se ha quedado sin trabajo, sobre todo que no lo ­busque en la Universidad Rey Juan Carlos porque le daría un patatús.

06/10/2018 - lavanguardia