"Gallinas en libertad", Clara Sanchis Mira

La gallina contemporánea está alcanzando unos niveles de libertad de aquí te espero. Un poeta anónimo comparte conmigo estas reflexiones mientras bate unos huevos. Cuando correteas por el supermercado, decimos, con tus servidumbres a cuestas, tropiezas con hueveras que contienen un inalcanzable horizonte de plenitud y rebelión. Gallinas felices y libres que te ponen un huevo que te deja fulminado, como este. No sólo su alimentación ecológica es mejor que la tuya. No sólo respiran aire puro, también reciben cariño. Hemos visto hueveras con la foto de un granjero rodeando con un brazo a una niña y con el otro a una gallina ponedora que, por imposible que parezca, sonríe. Hay imágenes de pollos robustos que contemplan el horizonte al atardecer con serenidad. Hueveras que afirman que sus gallinas viven en “chalets de madera” con un jardín soleado donde, además de su pienso ecológico, “picotean alguna hierba o bichito”. Pollos que, en resumen, hacen lo que les da la gana. No como tú y yo.

Nosotros, seguramente, nos parecemos más a la pobre gallina industrial que vive controlada, con la luz encendida día y noche, para aumentar su productividad. Pero lo curioso es que, en gran medida, la nuestra es una restricción sumisa, una falta de libertad voluntaria. Una especie de autosecuestro. Bien mirado, una buena parte de los asuntos que nos oprimen el pecho los elegimos diariamente. Mientras cualquier otro animal lucha por su libertad con uñas y dientes –si los tiene–, a nosotros nos gusta obedecer, concluye el poeta que ya ha terminado de ­cocinar una tortilla amarillo chillón. La libertad de la gallina de campo comercializada es falsa, de otro modo no estaríamos a punto de hincarle el diente a estos huevos. Pero la nuestra también. Ni siquiera nuestro anhelo de libertad, ese deseo salvaje sobre el que han corrido ríos de tinta a lo largo de los siglos, es verdadero. Tenemos en las manos una posibilidad de libertad personal infinitamente más amplia de la que estamos dispuestos a desarrollar, dice. ¿Es cobardía, masoquismo, irresponsabilidad vital?, pregunta. Y pone sobre la mesa el Discurso sobre la servidumbre voluntaria o el contra uno, de Étienne de La Boétie.

“Hay una cosa, una sola, que los hombres, no sé por qué, no tienen ni siquiera la fuerza de desear: la libertad, ese bien tan grande y placentero cuya carencia causa todos los males; sin la libertad, todos los demás bienes, corrompidos por la práctica cotidiana de la servidumbre, pierden por completo su gusto y su sabor”, lee. Se trata de “inventar unas mentiras para seguidamente creer en ellas”, añade el poeta. Y debatimos sobre el vértigo del criterio propio, el miedo a la individualidad natural –no confundir con individualismo; ni libertad con liberalismo–, mientras la tortilla nos sabe a poco.

, 30/11/2018 - lavanguardia