´El cambio que necesitamos´, Brahma Chellaney

Los actuales desafíos y cambios de poder globales simbolizan el difícil alumbramiento de un nuevo orden mundial: es ineludible impulsar reformas institucionales de gran alcance. El cataclismo financiero global provocado por Estados Unidos es sólo la última señal visible de que el mundo se halla en un momento decisivo de su historia, rodeado de retos multifacéticos y cambios sustanciales que personifican el alumbramiento de un nuevo orden global.

El mundo ha cambiado esencialmente en los dos últimos decenios. Dado el ritmo de cambio político, económico y tecnológico, los próximos veinte años aportarán posiblemente cambios de envergadura igualmente espectacular. Sin embargo, las estructuras institucionales de alcance global han permanecido prácticamente inmutables desde mediados del siglo XX.

El mundo no puede seguir agobiado bajo el fardo de instituciones obsoletas e ineficaces, circunstancia que a su vez demanda reformas institucionales de gran alcance en lugar de las iniciativas tímidas y esporádicas que hemos visto hasta ahora, dirigidas casi siempre a articular fórmulas para improvisar y tratar de ganar tiempo y posponer auténticas reformas.

Un ejemplo clásico al respecto es la iniciativa del G-8 relativa a países emergentes, más bien un gesto de cara a la galería. Peor ha sido la cumbre del grupo de los 20 (de magras reformas), cuyo anfitrión, un presidente fracasado, será recordado por haber tornado el mundo más inestable, inseguro y dividido merced a una doctrina que ha defendido la actuación preventiva ante la diplomacia, en un intento de dar validez a la tesis de Otto von Bismarck de que "las grandes cuestiones de nuestro tiempo no se deciden mediante discursos y acuerdos por mayoría, sino a sangre y hierro". Los errores de George W. Bush acabaron por provocar la caída del poder blando y desencadenar una fuerte reacción interna que ha impelido la elección del primer presidente afroamericano.

Pero al tiempo que Barack Obama es símbolo de esperanza para muchas personas en el mundo, también hereda problemas de proporciones históricas en un momento en que Estados Unidos - atascado en dos guerras y zarandeado en medio de una crisis financiera que acusa los efectos de la mayor debilidad económica de Estados Unidos en 25 años y un déficit federal que se aproxima a un billón de dólares-ya no puede influir por su cuenta en el curso global de los acontecimientos. Obama, en una palabra, no puede satisfacer todas las elevadas expectativas que el mundo tiene depositadas en él. Al fin y al cabo, no está en las manos de un nuevo presidente detener el ritmo y avance de los cambios de poder a escala global. Se acabaron los tiempos en que Estados Unidos podía fijar la agenda internacional con o sin sus aliados tradicionales.

El verdadero desafío planteado a Obama se cifra en ayudar a liderar la transición estadounidense hacia el nuevo orden mundial, adhiriéndose en todo momento a la idea del cambio y el impulso a las reformas institucionales en el plano internacional.

La actual extensión global del contagio financiero habría podido contenerse en caso de haberse reparado el averiado sistema de Bretton Woods. Confiemos en que no precisemos que se produzca una importante crisis sostenida para que se trague una institución internacional antes de que haya podido reformarse. Algunas instituciones pueden haber sobrepasado el dintel de su posible reparación, de modo que su única opción viable sea su desaparición o sustitución. En todo caso, aun en medio de la peor crisis financiera desde la gran depresión de los años treinta, sólo se habla de reformas, pero no llega a apreciarse un auténtico impulso en favor de una nueva arquitectura financiera.

Las instituciones existentes brotaron de los conflictos y de la guerra, en onda con lo que Winston Churchill dijo una vez: "La historia de la raza humana se cifra en la guerra". No obstante, los cambios del poder son actualmente impulsados no por triunfos militares o realineamientos políticos, sino por un factor característico y peculiar del mundo contemporáneo, el rápido crecimiento económico.

Aunque el achacoso orden internacional emergió de las ruinas de una guerra mundial, su reemplazo debe construirse en el seno de una era de paz internacional y planificarse, por tanto, para reforzar esa paz. No es una tarea fácil, dada la escasa experiencia de la comunidad internacional en crear o rehacer las instituciones en tiempo de paz.

Las reformas se ven asimismo bloqueadas por intereses arraigados, poco dispuestos a ceder parte de su poder y prerrogativas. En lugar de ayudar a rehacer las instituciones a fin de prepararse para una nueva era, los intereses creados ya advierten contra una posible sobrerreacción y evocan medidas a corto plazo ante las múltiples crisis que afronta el mundo. Pero, sin contar con mayor grado de representación, aptitud y eficiencia, las instituciones existentes corren el riesgo de marchitarse en el pozo de lo intrascendente.

Es posible que algunas, como el Fondo Monetario Internacional, no puedan nunca recuperar su importancia, y además nunca se las eche de menos. Otras, incluidos el G-8 y el Organismo Internacional de la Energía Atómica, solicitan su ampliación, mientras que por ejemplo el Banco Mundial, en caso de refundarse y liberarse del poder de veto predominante de Estados Unidos, podría centrarse en el alivio de la pobreza, especialmente en África,la mayor parte de cuyos residentes viven al margen de la globalización. Dejando aparte los conocimientos geográficos verdaderos o falsos de Sarah Palin sobre Áfricacomo continente o país, lo cierto es que sería muy inapropiado que un presidente estadounidense siguiera la senda de la desatención internacional de África,desatención que China ha intentado alegremente explotar.

Sin embargo, otras instituciones, como las Naciones Unidas, pueden reanimarse mediante amplias reformas. Sus detractores retratan a las Naciones Unidas como un foro donde se habla mucho pero no se hace nada yen donde "ninguna cuestión es demasiado nimia como para no abordarla de forma inacabable". No obstante, sigue siendo la única institución verdaderamente representativa de todos los países del mundo. Su debilidad principal radica en una Asamblea General carente de poder efectivo y una camarilla todopoderosa de cinco miembros del Consejo de la Seguridad que intentan negociar en penumbra y no sin esfuerzo las cuestiones entre sí para aparecer a continuación irremediablemente divididos. Las Naciones Unidas deben cambiar para estar a la altura de la naturaleza internacional de los importantes desafíos actuales. Las reformas deben centrarse en una mayor transparencia y en la adopción democrática de las decisiones. El Consejo de Seguridad no puede ser una excepción. Para ayudar a arrancar su atascado proceso de reformas, sería bueno una abolición general del veto y que en su seno se alcance la adopción de decisiones mediante la mayoría simple de tres cuartos.

 

Brahma Chellaney, profesor de Estudios Estratégicosdel Centro de Investigación Política de Nueva Delhi, 17-I-09, lavanguardia