´La falacia ´ad hominem´´, Josep Maria Ruiz Simon

En 1991, Albert O. Hirschman publicó un libro en el que, poniendo de manifiesto algunas de las falacias más habituales en los debates públicos, reflexionaba sobre cómo no se debía argüir en democracia. Hirschman, que sólo se ocupaba del análisis de argumentos reaccionarios intrínsecamente orientados a razonar contra la pertinencia de la adopción de medidas reformadoras, pasaba por alto la más denostada de las supuestas falacias al uso, la falacia ad hominem,que sirve tanto para barridos conservadores como para fregados progresistas, sobre la que sí habla Schopenhauer en su Arte de tener razón,donde la designa argumentum ad personam para distinguirla del argumentum ad hominem,denominación con la que Locke rebautizó el viejo argumentum ex concessis que está en la base de lo mejor de los Diálogos de Platón.

Quien recurre a un argumentum ex concessis busca rebatir una opinión mostrando que esta contradice ciertas tesis que quien la sostiene ha dado antes por ciertas. Quien emplea un argumentum ad personam,en cambio, presenta como argumento contra una opinión una afirmación o una serie de afirmaciones que buscan desacreditar esta opinión quitando crédito a quien la mantiene. Esta afirmación o esta serie de afirmaciones pueden ser verdaderas o falsas. Quienes consideran que todo argumentum ad personam es falaz dan por hecho que se trata de una argumentación incorrecta aunque se base en afirmaciones veraces porque de estas no se sigue, silogísticamente, ninguna refutación. Y ciertamente, desde el punto de vista de la lógica, es indiferente la verdad o la falsedad de las afirmaciones de partida, incluso la de aquellas que, caso de ser falsas, caen bajo lo que el Código Penal tipifica como injurias, difamación o calumnias. Pero el hecho de que un argumentum ad personam no sirva para refutar lógicamente no implica que su uso no pueda ser pertinente. Por poner un ejemplo vago: la constatación de que un lobby patrocina determinadas plataformas de opinión no refuta las tesis difundidas por estas plataformas, pero no por eso el conocimiento de este patrocinio resulta una información irrelevante para la opinión pública. Por supuesto hay quienes mantienen lo contrario. Y entre quienes lo hacen abundan quienes suelen recurrir a la forma más usual de la falacia ad hominem:la que argumenta contra una opinión acusando con escándalo a los que la sostienen de haber recurrido previamente a una falacia ad hominem.Este argumentum ad personam especular suele ir acompañado de un selecto repertorio de complementos retóricos vintage que tienen como objetivo realzar, a través de la autovictimización, su fuerza persuasiva. Es con este fin que se suele hablar de la orwelliana policía del pensamiento o que el argüidor se presenta como puesto en una diana o injuriado por una información que cree impertinente.

29-I-09, Josep maria Ruiz Simon, lavanguardia