´Inmigración y cohesión social´, Montserrat Guibernau

La inmigración representa el 15% de la población catalana. De 5 millones de extranjeros en España, 1.097.966 viven en Catalunya. Aunque la inmigración ha contribuido a dinamizar la economía y ha supuesto un fuerte incremento del PIB, cada día es más evidente que plantea serios retos en términos de cohesión social; una cuestión que preocupa profundamente a los países occidentales convertidos en destino de un contingente de inmigrantes de procedencia diversa en busca de mejores condiciones económicas, escapando de la miseria, la guerra o la persecución.

En Francia, Reino Unido, Holanda o EE. UU. han surgido comunidades étnicas cerradas, aisladas de la cultura social y política dominantes. Son comunidades definidas por la pobreza, la exclusión social y el resentimiento que, en algunas ocasiones, ya ha desembocado en violencia; por ejemplo, en las banlieues de París, y en Birmingham, en el Reino Unido.

Cuando en Catalunya nos planteamos cómo mantener la armonía social en una sociedad en transformación es útil examinar algunas políticas desarrolladas en otros países pioneros en la recepción de inmigrantes y la gestión de la diversidad cultural y étnica. Citaré tres modelos distintos: el "contrato laboral limitado", la asimilación y el multiculturalismo.

En los sesenta, Alemania y Austria optaron por contratar inmigrantes por un periodo de tiempo limitado para hacer frente a la escasez de mano de obra tras la Segunda Guerra Mundial. El "trabajador invitado" (Gastarbeiter)era un miembro "temporal" de la sociedad de acogida y su integración no se planteaba. Pero cumplido el contrato, decidieron quedarse y continuaron siendo percibidos como "temporales", creándose una brecha en la cohesión social de estos países, donde comunidades paralelas siguen coexistiendo sin llegar a integrarse. Francia apostó inicialmente por la asimilación, de forma que la aceptación del ideal republicano, la cultura y la lengua francesas garantizaban la bienvenida a los inmigrantes. También EE. UU. optó inicialmente por la asimilación a una cultura dominante definida por el "credo americano" - lengua inglesa, cultura anglosajona y gran influencia de la religión protestante-como mecanismo de integración. La asimilación de italianos, irlandeses o polacos, entre otros, respondió a este proceso.

En los ochenta se extendió el multiculturalismo como modelo ideal para regular la relación inmigrantes-autóctonos. Francia adoptó el droit à la différence.Un proceso similar hubo en EE. UU., donde el multiculturalismo se erigió en ideología dominante. Pero el nuevo milenio ha planteado el retorno a la asimilación, tanto en Francia (droit à la ressemblance)como en EE. UU., al extenderse la idea de que el multiculturalismo dificulta la cohesión social. Descubrir que se puede ser americano sin integrarse a la cultura dominante y sin hablar inglés, como demuestran millones de hispanos, ha iniciado un debate intenso sobre la identidad estadounidense.

El Reino Unido promovió activamente, e incluso financió, el multiculturalismo desde los ochenta. Pero el acceso del nuevo laborismo al poder (1997) supuso una defensa matizada de la tolerancia. La preocupación por la cohesión social saltó a la palestra al descubrirse que los autores de los atentados terroristas de Londres (julio 2005) eran ciudadanos británicos que defendían una forma de fundamentalismo islámico para justificar sus acciones. A partir de ese momento, el Gobierno se dedicó a impulsar la "identidad británica", instaurando exámenes de lengua y cultura británicas para acceder a la ciudadanía y un juramento de lealtad a la monarca.

Ninguno de los tres modelos ofrece una solución óptima pero sí manifiesta la necesidad de establecer el equilibrio entre el respeto a la diferencia y la necesidad de un cierto grado de integración en la sociedad de acogida, de ahí el denominado "retorno del asimilacionismo".

Preservar la cohesión social para mantener un sentimiento de solidaridad y de comunidad exige respeto a la cultura y voluntad de asumir los valores y conocer la lengua de la sociedad de acogida, sin que esto suponga renunciar a la identidad de origen.

Pero si Francia, Alemania, EE. UU. o el Reino Unido - con recursos y capacidad de regular los flujos migratorios y legislar en la materia-están preocupados por la cohesión social de sus sociedades, sus culturas y sus lenguas, ¿cuál es la situación de Catalunya? ¿Cuáles son las posibilidades de mantener la cultura y la lengua catalanas con limitadísimas competencias en inmigración y escasos recursos? Precarias, por eso es imprescindible no sólo la acción y la creatividad de la sociedad civil, sino lograr las competencias políticas y recursos que permitan una gestión de la diversidad; respetuosa con los inmigrantes pero respetuosa con la sociedad receptora, sus valores y su lengua.

Montserrat Guibernau, catedrática de Política, Queen Mary College y ´visiting fellow´ en el Centre for Global Governance, London School of Economics, 29-I-09, lavanguardia