´En la Espaņa de Zapatero´, Mārius Serra

Izaskun Buelta vivió su momento de gloria este lunes ante el presidente Zapatero. Izaskun es navarra, tiene 32 años y trabaja desde hace cuatro de empaquetadora en una bombonería de Madrid, el salón de té Embassy. Además, nació con síndrome de Down. El lunes en el plató de TVE, le preguntó a Zapatero por qué no había en el Congreso más gente como ella. También aprovechó para interesarse por la contratación de minusválidos en la función pública, que por ley debe cubrir el 2%, y se ofreció ella misma, porque dijo sentirse preparada. Fue una intervención llena de frescura y espontaneidad, pese a los ensayos que la chica confesó luego haber hecho en casa y en la misma tele, con Lorenzo Milá. A la hora de la verdad, Izaskun dio la talla y actuó con una lógica intachable: pidió trabajo. La educación especial ha forjado una generación de Downs que puede insertarse sin problemas en la vida laboral, e incluso existe una élite con estudios universitarios que puede acceder a puestos de una cierta responsabilidad. Quienes escogieron a Izaskun para que fuera una de los ciudadanos que iban a preguntar sabían que centraban la pelota con la finura de un Alves, pero al presidente se le fue la mano al rematar. Su respuesta afirmativa, a pesar del paracaídas de los requisitos legales, y su posterior aceptación del currículum de Izaskun, no es propia de un presidente de Gobierno, sino de un benefactor. A mí me recordó amargamente lo que me contaba mi abuela de cuando, setenta años atrás por estas fechas, el ejército franquista entró en Vilanova i la Geltrú lanzando panecillos a las buenas gentes, al grito de "¡en la España de Franco se come y se bebe!".

La explotación mediática del asunto ya nos ha permitido ver a Izaskun en diversos medios muy ilusionada por la promesa de Zapatero. A preguntas de los periodistas, confiesa que le gustaría dejar la bombonería y trabajar en la Moncloa, se supone que junto a la fotocopiadora y tras pasar los requisitos legales. Incluso, y aquí es donde deberían encenderse las primeras luces de alarma, Izaskun ha declarado que se ve dedicándose a la política y saliendo por la tele todo el tiempo, ahora que ya ha roto el hielo. Nada es descartable, claro, y visto el nivel exhibido por algunos políticos, seguro que ella despertaría mucha más empatía que otros personajes públicos, pero según cómo evolucione la historia, el medallón de ternura que se colgó Zapatero el lunes empezará a pudrirse hasta atufar. Mi amigo Miguel Gallardo, dibujante y padre de la autista María, abomina de ese espot tramposo de una entidad financiera con un grupo musical formado por Downs. El martes pasado, en un coloquio en el DIXIT a raíz de la parálisis cerebral de mi hijo Lluís, las intervenciones más amargas no fueron las de profesionales o padres de miembros de la etnia Llullu, sino de quienes conviven o trabajan con personas que habitan la frontera de las capacidades intelectuales (hasta hace poco se les llamaba borderline,pero me temo que el anglicismo ya es tachado de despectivo). Una madre dijo que casi hubiese preferido que su hijo (ahora adolescente) fuese tan radicalmente discapacitado como el mío, porque así no se daría cuenta de cómo se ríen de él y se evitaría mucha infelicidad. Mi réplica fue inmediata, porque basta subrayar la felicidad que contienen acciones tan simples como comer, correr, saltar o hablar, obscenamente inalcanzables para los llullus. Pero las balanzas del dolor son más complejas aún que las fiscales. Zapatero, que se las da de tío sensible y estupendo, no debería haber caído en semejante zafiedad.

29-I-09, Màrius Serra, lavanguardia