´Las urgencias de Polonia´ (y similitud con España), Valentín Popescu

De las muchas cosas que necesita con urgencia la República de Polonia, la nación comunitaria mayor y más poblada (39 millones de habitantes) de la Europa ex comunista, la reforma constitucional es posiblemente la más acuciante. La actual ley fundamental no sólo mantiene al país al borde de la parálisis política, sino que la situación actual se parece hasta cierto punto a la del siglo XVIII, en que el principio de consenso absoluto (liberum veto)del Parlamento nobiliario, dejó la nación sin voluntad ni cabeza política para enfrentarse a sus enemigos.

El problema polaco - compartido por la mayoría de las naciones ex comunistas que han ingresado en la Unión Europea-es que la Constitución se redactó aún bajo la psicosis de la dictadura y casi con alergia al poder, con la consecuencia de que no sólo no hay un poder predominante político - sea presidencial o gubernamental-,sino que además las atribuciones del presidente y del jefe de Gobierno están tan confusamente redactadas que cualquier pleito es posible, pero no una línea de conducta gubernamental. Así, el presidente puede vetar casi todos los proyectos de ley (salvo que el Gobierno logre un contraveto del 60% del Parlamento), pero en cambio tan sólo puede disolver el Parlamento en unos pocos casos.

Con la llegada de los liberales de Donald Tusk al poder, la situación se ha agravado hasta bordear el ridículo. Para citar sólo el caso más reciente: la presencia simultánea del presidente Lech Kaczynski y del primer ministro Tusk en la última cumbre de la UE, pretendiendo cada uno representar a Polonia y terminando por hacer el ridículo los dos al alimón.

En la práctica, la Polonia de hoy en día ni lleva adelante las reformas liberales más urgentes - como la sanitaria-,ni se acaba de cerrar en banda en un nacionalismo ultramontano como desearía el partido Derecho y Justicia de los hermanos Kaczynski. Y esto salta a la vista de todos y no satisface las ambiciones legítimas de absolutamente nadie. Pero para sacar adelante una reforma de la Constitución en el Parlamento es imprescindible el consenso de los dos grandes partidos. Y esto resulta casi imposible por antipatías personales, conceptos divergentes de Estado... y el miedo.

Es el miedo a que una reforma profunda, llevada a cabo ahora, pueda dejar a alguno de los partidos políticos en situación ventajosa de cara a las elecciones generales del 2010. Y en esto sí que están de acuerdo todos los políticos: se puede hacer el ridículo o piafar legislativamente, pero perder el poder... ¡jamás!

23-I-09, Valentín Popescu, lavanguardia