´Darwin en el alma´, Xavier Bru de Sala

No hay manera. Ni siquiera Darwin llegó a convencerse de que, según su principal teoría, era producto del azar. Ahora que conocemos la autobiografía auténtica - la publicada después de su muerte fue censurada y edulcorada por su familia-,es evidente su agresividad personal contra el cristianismo. Sin embargo, se declaraba agnóstico. El sufrimiento de los seres vivos le parecía incompatible con un Dios omnisciente y todopoderoso, pero eso no le bastaba para negar la posibilidad de su existencia. Es cambio entre los neodarwinistas encontraremos a los más conspicuos argumentadores del ateísmo.

¿Por qué resulta tan complicado ser darwinista? No basta con admitir su teoría del origen de las especies. Además, hay que ser consecuente con ella. Las mutaciones son obra del azar. Su viabilidad depende asimismo de cambios en el entorno que no tienen nada que ver con ellas. No existe, según el darwinismo, la menor posibilidad de relación causa-efecto entre una mutación, aunque sea viable, y el entorno. No hay designio. Sólo azar. O eso se admite o no se es darwinista.

No hay por tanto conciliación entre sentido preexistente de la vida y Darwin.

Estas últimas frases resultan de lo más indigerible para la inmensa mayoría de seres humanos. El darwinismo y la mecánica cuántica son las dos aportaciones del conocimiento que más duelen en el alma. Pero como se cumple el bicentenario del nacimiento de Darwin, me ahorro el disgusto de atosigarles con ciertas incompatibilidades de la cuántica y algunos fundamentos de la cómoda visión del mundo en que nos mecemos. Con Darwin basta y sobra para generar una buena dosis de angustia, no ya en los estómagos creyentes, que se justifican y legitiman en las evidentes limitaciones de la mente humana, sino en los adeptos a la lógica y al racionalismo como portadores de las respuestas a las grandes preguntas. Pues bien, después de haberle dado incansables vueltas, no exentas de numerosas y conspicuas lecturas, creo haber focalizado una explicación poco divulgada a la pervivencia de la superstición entre la mayoría de los agnósticos. Explicación por lo menos tan pertinente como la que atribuye al deseo de inmortalidad la creencia en el más allá, en Dios o, en su ausencia, en una misteriosa forma de reencarnación o reintegración bajo otras formas a una naturaleza inteligente, sabia, benigna y acogedora. Por evidente que sea la descomposición, es casi insuperable la barrera psíquica que se rebela ante la perspectiva de desaparición total de cada ser humano. No es fácil, y tal vez nunca será mayoritario, admitir que sólo perviviremos en la memoria de los seres queridos - los grandes personajes un poco más-y que el resto son cenizas al viento sin visos de recomposición. Lucrecio nunca será bienvenido. Darwin tampoco, a menos que le dediquemos sólo una mirada difusa y extraviada.

Bueno, pues la siguiente razón explicativa, apuntada desde las primeras líneas, consiste en otra barrera, incluso superior a la primera, que impide o dificulta admitir que las relaciones causales se interrumpen mucho antes de llegar a cualquier causa primera. O sea que el darwinismo, en sus términos actuales, concluye que la vida no tiene sentido preexistente. O provenimos del más ciego azar o consideramos ciertas o probables afirmaciones como la siguiente: la extinción de los dinosaurios estuvo programada con la finalidad de abrir el paso a los mamíferos, que el darwinismo niega con total rotundidad. O darwinistas u otra cosa, no darwinistas y a la vez creyentes en inteligencias universales. Tal vez ahora comprendan mejor a los creacionistas americanos. Por lo menos ellos son consecuentes, a diferencia de la mayoría de los europeos.

Dulcifiquemos el espíritu con una muy consoladora consecuencia del darwinismo, según la cual los principios de la teoría de la evolución no rigen el desarrollo de las sociedades humanas. Seguimos siendo animales, pero tan jóvenes como especie que no hemos tenido tiempo de evolucionar. En cualquier caso, nuestro compromiso con la humanidad es que sobrevivamos (a ser posible con más bienestar que sufrimiento) ynos reproduzcamos todos, no sólo los más aptos. Estamos fuera, en otro estadio, denominado holístico, en nuestras propias manos. Para bien o para mal, dependemos de nosotros mismos, y puede que hasta buena parte del entorno dependa de decisiones humanas. Como aventura, vale la pena.

Así que harán santamente si se previenen, e incluso se irritan, cada vez que oigan hablar de darwinismo aplicado a una sociedad humana. Seguro que les pretenden engatusar. La biología y la etología son muy clarificadoras, pero quien quiera comprender algo de nuestra especie, que acuda a la cultura, al conocimiento científico específico y a las ciencias sociales. El largo, penoso, fructífero camino recorrido por los humanos desde el paleolítico hasta nuestros días no se explica según las leyes y principios del darwinismo. Eso también está claro. Y si la teoría de la evolución araña el alma menos pusilánime, el desarrollo de la humanidad proporciona un moderado bálsamo.

6-II-09, Xavier Bru de Sala, lavanguardia