´... Y España en el trasfondo´, Enric Juliana

Italia es un país muy teatral. Menudea tanto el enredo, el corporativismo y el maquiavelismo en los laberintos del Estado, que periódicamente estallan casos de tremendo impacto y pasión social. Casos que perforan la espesa trama de la intermediación política y plantean con gran veracidad los conflictos sociales de fondo. El drama de una persona cualquiera o la tragedia de un pequeño pueblo son vehículos a través de los cuales la sociedad pide la palabra en el foro, obligando a los poderes a ajustar sus posiciones.

A finales de los años noventa, tuvo gran impacto el asesinato de una joven estudiante en la Universidad La Sapienza de Roma. Alguien disparó desde un despacho de la facultad de Derecho. Semanas después, tras sesudas pesquisas, dos jóvenes profesores de filosofía del derecho fueron acusados de haber matado a Marta Russo por el mero placer de ensayar el crimen perfecto. (No conocían a la víctima y, aparentemente, nadie les vio disparar). El juicio dividió a Italia en dos bandos irreconciliables: los partidarios de un castigo ejemplar a los dos nihilistas y los garantistas que exigían pruebas más sólidas para dictaminar su culpabilidad. En el fondo se estaba discutiendo sobre el prestigio y la fiabilidad del sistema judicial tras el tormentoso proceso Mani Pulite contra la corrupción política, que acababa de trastocar la entera República.

Detrás de cada caso italiano hay siempre un gran tema. Con su dramatismo extremo, el caso Eluana plantea estos días dos grandes cuestiones de fondo: la influencia de la Iglesia católica en la sociedad itálica y la vigencia de la Constitución de 1948.

No es ningún secreto que el catolicismo está en contra de la eutanasia. La Santa Sede lleva años advirtiendo que la liberalización del aborto y la eutanasia conducen a la creación de un Estado eugenésico en el que podrían ser eliminados sin contemplación todos aquellos que estorban,antes de nacer, por grave enfermedad, o por una ancianidad cada vez más costosa de mantener. No es una doctrina banal. Es una llamada de atención que invita a pensar, independientemente de la fe religiosa o la tendencia política.

Con dos mil años de historia a cuestas, la Iglesia, sin embargo, está acostumbrada a las excepciones. El Vaticano podría tener estos días una actitud más comprensiva con el sufrimiento de la familia, tras diecisiete años de coma. Podría condenar la desconexión de la joven Eluana sin llevar la batalla al límite. La Santa Sede, por el contrario, ha optado por el episodio ejemplar. Parece evidente que la Iglesia católica quiere reafirmar su influencia político-moral en la sociedad italiana, ante la pulsión laica que vuelve a bullir en su interior, por evolución generacional y por la influencia de países vecinos. Verbigracia: la España de Zapatero. Sí, el caso Eluana algo tiene que ver con España.

Ante la magnitud del envite, Silvio Berlusconi ha querido jugar sus cartas. Que son dos: agrupar a su alrededor a todo el público católico, retomando así, con teatral simbolismo, el papel de la antigua Democracia Cristiana, y presionar a favor de la reforma de la Constitución antifascista de 1948, que limita el papel del primer ministro y refuerza la primacía del Parlamento. Berlusconi quiere una república presidencialista. Quiere ser Sarkozy. Con la diaria bendición del Papa.

9-II-09, M-P. López, lavanguardia