´Buenismo y totalitarismo´, Francesc-Marc Álvaro

Cuando vi a Jordi Miralles, secretario tercero de la Mesa del Parlament y coordinador general de Esquerra Unida i Alternativa (EUiA), partido coaligado con ICV, manifestándose en Barcelona a favor del régimen de Fidel Castro, no me extrañó. Aunque mucha gente no sea consciente de ello, dentro del bloque de partidos que hoy gobiernan la Generalitat, hay una organización que sigue defendiendo los principios de la izquierda totalitaria, la que todavía no ha abjurado de la experiencia soviética ni ha pedido perdón por la complicidad con los crímenes del gulag, aunque no duda en exhibir la bandera de lo que llaman "memoria democrática". EUiA, formación hermanada con Izquierda Unida, es un conglomerado creado por varias siglas minoritarias, como el PSUC-Viu, el Partit dels Comunistes de Catalunya y el Partit Obrer Revolucionari, entre otros. La propaganda que editan muestra bien qué son.

Nuestra sociedad abierta, que Miralles y sus correligionarios combaten bajo cualquier pretexto, permite, esa es la grandeza de la imperfecta democracia, que puedan manifestarse en defensa de un tirano y que, luego, nos den lecciones de pluralismo, transparencia y pacifismo. Pero las manifestaciones procastristas son lo que son: una expresión inequívoca de totalitarismo, tan satisfecho de serlo que se permite, incluso, la cínica reversión dialéctica de acusar de "fachas" a todos los que se manifestaron en contra de la dictadura cubana. Que haya sectores reaccionarios entre la oposición a Castro no altera la verdad. Como no la altera que hubiera militantes comunistas nobles y admirables.

Miquel Molina publicó una interesante columna el pasado miércoles en la sección Tendencias en la que también hace referencia a las manifestaciones de apoyo al régimen de los hermanos Castro. Molina analiza el término buenismo y señala que, a veces, sirve como palanca de las críticas que formulan "algunos de quienes dejaron la izquierda para abrazar el pragmatismo". La relación entre buenismo e izquierda, apuntada por mi colega, invita a un ejercicio de aclaración que puede ser útil a la luz del tipo de debates que hoy aparecen en Catalunya y otros lugares de Europa.

Permítanme que me acoja a la autoridad de Norberto Bobbio, quien, en su célebre obra Destra e sinistra como Bobbio remarca-"lo atraviesan de lleno". Llegamos así al corazón del problema: la batalla de fondo es entre totalitarios y demócratas. Es aquí donde hay que poner la raya.

Los años treinta del siglo XX vieron el choque sangriento entre los dos grandes totalitarismos: el comunismo (en la izquierda) y el nazismo (en la derecha). La alianza bélica de la URSS con las democracias occidentales (tras el breve pacto Stalin-Hitler) dio legitimidad al totalitarismo soviético, al quedar en el bando de los vencedores de la Segunda Guerra Mundial. Pero ello no hizo que las dictaduras controladas por Moscú fueran menos dictaduras, del mismo modo que el apoyo de Estados Unidos a Franco no hizo del franquismo nada parecido a una democracia.

Hoy, tras haber salido de la guerra fría, podríamos pensar que nos hemos librado del totalitarismo. No es así. Todo muda. En 1951, se publicó un libro fundamental: Los orígenes del totalitarismo,de Hannah Arendt. Como tantos intelectuales judíos, esta autora tuvo que huir de Alemania con el ascenso al poder de los nazis. Han pasado varias décadas desde que Arendt escribió su obra, pero el extremismo islamista, como indican muchos expertos, puede interpretarse como el heredero más claro de los viejos totalitarismos, de acuerdo con las categorías que nos legó la gran pensadora. El bloque inicial de su estudio, dedicado al antisemitismo como una de las fuentes de la ideología totalitaria, es de una vigencia extraordinaria. Así, no es extraño comprobar cómo una parte de los que justifican y apoyan a Hamas y otros grupos yihadistas son los mismos que defienden al dictador de La Habana. También en Barcelona.

No hay que confundir los términos. Está la izquierda democrática y está la totalitaria, como hay una derecha democrática y una que no lo es. Lo lamentable es que los demócratas acaben unidos a los totalitarios, a menudo por simple supervivencia parlamentaria. Así las cosas, el buenismo es sólo una retórica populista que, adoptada unas veces por demócratas y otras por totalitarios, ya sea por ignorancia o por mala fe, desfigura la responsabilidad de los políticos, al blindar con moralina decisiones que deberían explicarse seriamente con datos y argumentos, y sin excluir al adversario mediante la argucia de achacarle intenciones perversas.

Lo contrario del pragmatismo no es el buenismo sino las convicciones. Todo político que no sea cínico o fanático vive en tensión constante entre sus convicciones y la práctica de lo posible, ahí reside el legado humanista. Cada cosa en su sitio: el buenismo es tramposo y frívolo, pero se trata sólo de un catarro; el totalitarismo, en cambio, es tan grave como un cáncer devastador.

9-II-09, Francesc-Marc Álvaro, lavanguardia