“Bailando con monstruos“, Pilar Rahola

Truman Streckfus Persons, conocido por el nombre cubano del marido de su madre, Capote, escribió una de las frases que mejor radiografían algunas actitudes políticas: "Antes de negar con la cabeza, asegúrate de que la tienes". Por supuesto, hay negaciones - o afirmaciones-que no nacen de la ausencia de pensamiento, sino de la propaganda y la manipulación obscena. En estos casos, más que no tener cabeza, lo que no se tiene es conciencia. Veamos el ejemplo de algunas dictaduras y de los acólitos que las defienden. No es lo mismo ser el cónsul de Cuba en Barcelona que ser el dirigente de un partido político de izquierdas, diputado a la par, defendiendo con convicción a la dictadura de marras. En el primer caso, la cosa va con el cargo, en el segundo sólo puede nacer de una cerrazón ideológica dogmática cuyos valores en defensa de la libertad, brillan notablemente por ausencia. Es evidente que algunas de las izquierdas que más vociferan en la calle, desde la IU de Cayo Lara hasta la EUiA de Jordi Miralles, mantienen ideas pétreas sobre la realidad, no en vano son disciplinados depositarios de ideologías totalitarias que sembraron de horror el siglo XX. Cuba no se sostiene por ningún lado, con sus represaliados políticos, sus condenas a muerte, su ahogo sistemático de los derechos civiles y sus millones de exiliados, y sin embargo, en nombre de la libertad, hay políticos que levantan la bandera castrista e impiden el derecho de otros ciudadanos a criticar ese régimen. ¿Son de izquierdas? No sólo lo aseguran, sino que, como buenos dogmáticos, monopolizan dicha etiqueta, expulsando del paraíso a cualquier mortal que los critique. Esos, que defienden dictaduras, son los primeros que critican furibundamente a las democracias, ante cualquier debilidad del sistema. Son lobos totalitarios con piel de cordero democrático. Diría, pues, que lo que pasó en Barcelona, con un diputado del Parlament vociferando a favor de una dictadura e impidiendo el derecho de otros ciudadanos a criticarla, fue una sonora vergüenza. Pero hace tiempo que eso importa poco, porque hemos incorporado de tal manera la vergüenza a la cotidianidad política, que nos hemos vacunado. Todo resulta apáticamente "normal", incluso el desatino.Estos días tendremos una segunda "vergüenza" política, esta vez por silencio. Desde el domingo visita España el presidente del Parlamento iraní, Ali Lariyani, representante de una dictadura feroz que tiene en su haber la pena de muerte a disidentes, mujeres y homosexuales. Su premio Nobel de la Paz, Shirin Ebadi, defensora de los derechos humanos, es sistemáticamente perseguida, y el régimen de Irán ha sido inculpado por la fiscalía argentina, por el atentado en Buenos Aires que causó más de 80 muertos. Responsable de financiar grupos terroristas, Irán se permite burlarse del holocausto en el día que se recuerdan a sus millones de muertos, y amenaza tranquilamente con la destrucción a un país miembro de la ONU. De hecho, Irán se lo permite todo. ¿Alguien preguntará por las ingentes ventas de armas españolas a Irán? ¿Alguien gritará su repudio en las calles por recibir al representante de una dictadura atroz? ¿Alguien recordará a las mujeres iraníes? ¿Algún diputado gritón saldrá en defensa de la libertad? ¿A alguien le conmoverá la brutalidad del islamofascismo iraní? No será a Jordi Miralles, ni a Cayo Lara, ni a cualquier otro líder de esta ralea, cuyas neuronas revolucionarias sólo se activan en contra de las democracias. El drama es que tampoco movilizará a otros dirigentes más sensatos. Irán no está en la agenda moral de casi nadie, y de ahí nace su impunidad, de la indiferencia. Abandonados a su suerte, los luchadores por la democracia en Irán no tienen quien les llore su tragedia. Como pasa con los luchadores cubanos, son víctimas equivocadas. Les oprime una dictadura "amiga", y ello los convierte en culpables de su propia desgracia. ¡Qué mundo al revés, el mundo que habita en algunos cerebros

10-II-09, Pilar Rahola, lavanguardia