´Ángel de la vida y de la armonía ´, Baltasar Porcel

Asombra y reconforta esta explosión de conmemoraciones, yde sólido contenido intelectual y científico, que ocasiona el bicentenario de Charles Darwin. Al que, felizmente, no se han sumado los sepulcros blanqueados que constituyen al fin los actos oficiales. Imaginemos a nuestros estultos gobiernos y academias apoderándose del ángel de la vida, ángel etimológicamente es mensajero.

Pocos grandes personajes y hechos han poseído una capacidad fulgurante, vectora, como el caso de Darwin. Aunque es posible que su interés hoy en día se deba mucho a que estamos en una etapa de enorme atención a la biología, supongamos en medicina, y a que se hayan hundido las panaceas ideológicas universales, primero la religiosa - aunque un islam siga enloqueciendo-,después la comunista y ahora la capitalista que trastabillea.

De este modo, acaso la única fe colectiva extendida, aparte del bienestar, sea la ecológica, con lo que también sobresale la figura de Darwin. Cuya incursión en las entrañas de la naturaleza sitúa nuestras vidas en una inédita y límpida realidad conceptual.

Además, su ejemplo sirve a todos: trabajó sin cesar, humilde, estudiando gusanos, lagartijas, el humus, flores, colores, los insectos, atento a la maravilla y riqueza de su condición mutante. No desechó nada, combinó todo, no adelantó teorías sin comprobar, confiesa su ignorancia aunque la llame azar, confía siempre en la inteligencia. En cuya hipótesis rectora se refugian las teorías religiosas, al divagar en su creacionismo bíblico. Copiando así su dios del estricto cerebro humano. El que funciona intuitivo y dialéctico con una fuerza sensacional, no en oscuras hipótesis: ahí están la fecundación artificial, los trasplantes de células madre y de órganos corporales, el ADN y toda la genética, la microcirugía, las vacunas contra las plagas, la conciencia de que mar y bosque, las nubes, se integran más en nuestro ser que el derecho romano, el dinero, la bandera nacional, el Barça, Jomeini. En fin, que el sentido de la Anunciación, con Gabriel y la Virgen, ¡qué sublime cuadro de Ghirlandaio en San Gimignano!, ya puede no sólo iluminar un milagro, sino un fenómeno humano literalmente entrañable.

Y el estallido darwinista nace después de lustros de desprecio y rusticidad. En Catalunya hasta enlodamos su egregia efigie con el resobado Anís del Mono. Y los marxistas llaman darwinismo social a una ley que castiga la inteligencia y la ética, que en rigor aplicaban ellos en el poder.

Todo esto cuando la interconexión entre los seres vivos, su evolución, conforma una melodía o función bella y armónica cual la de la cúpula celeste. En el Renacimiento, hundida la teologal edad media, el evolucionismo ya apunta, una vez leídos los presocráticos y vistas la escultura y arquitectura griegas: otro ideal concretado. Materia y poesía: creación, Darwin.

12-II-09, Baltasar Porcel, lavanguardia