ŽAguantar, esperar, financiarŽ, Xavier Bru de Sala

Hay un dato evidente, si bien todavía no bien cuantificado, que explica con elocuencia, no la magnitud de la crisis, que aún desconocemos, sino la escasa eficacia de las medidas puestas en marcha para conjurarla. Me refiero a la diferencia entre el precio oficial y el precio real del dinero. Por un lado, el Banco Central Europeo bajó los tipos hasta el dos por ciento. Por el otro, el precio real de los préstamos, que, según aseguran quienes los solicitan y los conceden, se sitúa con facilidad alrededor del ocho por ciento, incluso más. No es que las entidades financieras se propongan hacer un gran negocio con el dinero prestado, sino que los costes de obtenerlo son asimismo muy elevados e incluyen capítulos como avales y primas de riesgo. Esta distancia entre el precio oficial y el precio real del dinero no tiene precedentes en la memoria de los profesionales que he podido consultar. Aun así, la falta de liquidez contribuye a yugular la demanda y la economía productiva.

¿Con qué instrumentos efectivos cuentan las autoridades monetarias, a escala europea o estatal, si la influencia de la mayor de ellas, los tipos oficiales, se muestra tan escasa? El dinero público inyectado se desvanece en dirección contraria a la prevista o proclamada, hacia los grandes inversores que prestaron a los bancos y no hacia las empresas y las familias. Es de temer que el mercado, temeroso, imponga su irracionalidad, no su lógica, porque ha dejado de tenerla o de aparentarla (si es que alguna vez la lógica del mercado ha pasado de concepto ornamental). ¿Estamos en un túnel o, mucho peor, en una cueva de dimensiones desconocidas, tal vez de Alí Babá, en la que los aprovechados y los incompetentes siguen acechando en la oscuridad? Los más clarividentes, entre los que por desgracia no me encuentro, confiesan que van con linternas de escaso haz de luz, cuyo alcance no llega al techo ni a las paredes. En otras palabras, las dimensiones reales de la crisis están por determinar. Se trata de una crisis inédita, sin precedentes claros que permitan comprenderla y poner en marcha remedios fiables o probados. Las ideas de los economistas, los pocos que se atreven a dar alguna, son de lo más dispar. Algunas parecen infantiles o de bombero. En ningún caso los líderes políticos se atreverán a aplicar medidas que no cuenten con amplio acuerdo.

Precisamente la intuición compartida se reduce a la conveniencia de inyectar dinero público, con la doble finalidad de paliar los efectos más desastrosos y avanzar en lo posible la recuperación. Algún día pagaremos la factura de lo que ahora se invierte, esperemos que sea durante la recuperación. En cuanto a la eficacia del primer objetivo, evitar el derrumbe del sistema financiero, los resultados se corresponden con las intenciones. El resto parece volcarse en un pozo sin fondo, a fin de rellenarlo, si bien es pronto para decir si surte el efecto deseado o se lo llevan las oscuras aguas freáticas. Las inversiones en infraestructuras, por ejemplo, crean empleo y mejoran las opciones para crear riqueza en el futuro (¿qué tal priorizar de una vez el yugulado corredor mediterráneo?). No existe ni en el Gobierno ni en la oposición españoles, ni en los medios de Madrid, sensibilidad suficiente en cuanto a los sectores emergentes. Tampoco está el horno político para consensuar reformas, ni siquiera las más evidentes y necesarias, de modo que la exigencia se reduce a una enérgica y decidida acción de los poderes públicos para que el famoso dinero de todos inyectado en el sistema llegue a las empresas y las familias. En otros países se intentan medidas más drásticas o hasta cierto punto creativas, siempre de incierto resultado. A estas alturas, visto el lamentable debate parlamentario, lo único que cabe esperar es la llegada del crédito, tan imprescindible como el maná en la travesía del desierto. Los tipos reales son muy altos, las garantías son exageradas, pero aun así quienes pueden pagarlos y cumplir las garantías se encuentran con la negativa por respuesta. El sistema financiero desconfía de la economía, o tal vez tenga las arcas vacías después de pagar los plazos de sus propias deudas. La presión de Zapatero ha quedado en nada. Solbes se muestra servil con la banca, en contra de los intereses generales, y de los políticos del PSOE.

¿Qué puede hacerse? ¿Sólo aguantar y esperar? Para una buena parte de la economía no es posible lo uno ni lo otro sin unos niveles adecuados de financiación. La prioridad ahora es financiar. Puede hacerse mucho más, pero abrir el crédito es condición necesaria, previa, imprescindible. La garantía pública debe trasladarse de quienes deberían conceder créditos a quienes no los reciben. A través de los estados, los ciudadanos hemos prestado dinero a los bancos para que se salven. Hora es de que les prestemos, de la caja común que son las cuentas públicas, para que nos lo presten al por menor. La mayor dificultad no es técnica, sino política. Simplemente, los políticos se dedican a sus peleas en vez de atender el gran problema.

13-II-09, Xavier Bru de Sala, lavanguardia