´Escopeta de caza´, Màrius Carol

Una escopeta de caza estuvo a punto de cambiar la historia de España cuando al general Franco le estalló el cañón de su arma en mitad de una cacería, en la Navidad de 1961, según relató años después su primo, el también general Salgado Araujo en Mis conversaciones privadas con Franco.Su mano quedó afectada por el accidente, especialmente el pulgar de su mano izquierda, que no volvería a recuperar la movilidad.

Pero si las monterías con Franco o con algunos de sus ministros más influyentes iban a servir para que sus acompañantes hicieran transacciones comerciales o intentaran conseguir privilegios, no es menos cierto que la democracia no iba a eliminar de España esta sensación de que en las cacerías no sólo se cobran piezas, sino que también se buscan influencias y se cierran negocios. Las monterías sociales son algo generalmente aceptado en ese Madrid que estos días se siente más capital que nunca y más trinchera que siempre. Donde ni la crisis achica vanidades, ni el zapaterismo modifica hábitos. Y donde puede ocurrir que un ex concejal del PP invite a disparar contra muflones, jabalíes o ciervos en una finca de Jaén a un juez de la Audiencia Nacional y a un ministro de Justicia, en mitad de una investigación que afecta directamente al principal partido de la oposición.

Las cacerías no dan más que disgustos a los políticos y los partidos deberían regular la asistencia de su cargos. No sólo porque un dirigente de la cosa pública con una escopeta, una canana y sombrero con pluma puede parecer una caricatura de sí mismo, sino porque las monterías resultan tan absorbentes que hacen perder la noción de las responsabilidades propias. Que se lo digan si no a Manuel Fraga o a Francisco ÁlvarezCascos, que mientras el Prestige se desangraba de crudo en la costa gallega ellos seguían a lo suyo en el Pirineo. Sólo el ensimismamiento de Fraga es comprensible, pues se ha cobrado piezas de caza mayor, incluida la marquesa de Villaverde, cuyo culo quedó hecho unos zorros por sus perdigonadas en una cacería de perdices durante el franquismo, como recordaba Jaime Peñafiel.

Sin olvidar que aquel Aznar victorioso de 1966 cometió el error de ir a cazar con Mayor Oreja en helicóptero oficial y en uno de los cotos predilectos de Franco, aunque la oposición estaba tan fatigada que ni gastaron una pregunta parlamentaria para interesarse por aquellos disparos lejanos.

El fin de semana cinegético de Baltasar Garzón y Mariano Fernández Bermejo no invalida la investigación contra una trama de corrupción en el entorno del PP. Pero la imprudencia descalifica a los personajes. Su torpeza da argumentos a los acusados y desasosiega a los ciudadanos, que nos sentimos tan desconcertados como el personaje de Sazatornil en La escopeta nacional.Y eso que no pretendemos vender porteros automáticos.

15-II-09, Màrius Carol, lavanguardia