´Madres muy peligrosas para sus hijas´, Víctor-M. Amela

El dolor es, para la televisión, una mercancía. Una mercancía que cotiza alto. Unos padres desgarrados ante una hija asesinada representan muchos quilates de dolor: ¡son valiosísimos! Si esos padres cobrasen euros por la audiencia que generan, se forrarían.

No cobran en euros, sino en visibilidad: si la hija está desaparecida, ¿qué mejor altavoz para localizarla que la tele? Si el asesino es detenido, ¿qué mejor altavoz para pedir condena implacable que la tele?

En trance tan extremo, nada puede reprochárseles a unos padres. Esta semana acudía a un plató de televisión matinal la angustiada madre de una niña desaparecida en Sabadell. Normal. Lo singular es que esa madre conquistase ese hueco cuando la tele vive colmada por la marea del Guadalquivir. Lo que pensé es que ese plató invertía en su futuro: si el caso sevillano decaía, tendría huevos ya en otra cesta. (Esa niña, felizmente, ha aparecido.)

Esta mentalidad comercial la estrenó hace casi 17 años Nieves Herrero -aquella precursora- y hoy la despliega con eficacia Ana Rosa Quintana, astuta empresaria del dolor. Y Ana Rosa convoca ahora a madres cuyas hijas menores podrían haber sido víctimas del asesino, al haberlo tenido como pareja. Y a estas madres, no desesperadas sí les paga en euros por llevar a sus hijas a plató... A estas madres alguien debería advertirles que sucumbir a la tentación de vender a sus púberes hijas en el mercadillo de la tele es del todo imperdonable: un día sus hijas les reprocharán haberlas marcado así. Ante madres tan peligrosas para sus hijas, la televisión se frota las antenas.

21-II-09, Víctor-M. Amela, lavanguardia