´El brusco final de la Transición española´, José Catalán Deus

Llevábamos mucho tiempo esperando ponerle fecha. Ahora ya no hay duda. Con las abundantes nieves de comienzos de 2009, la transición española a ninguna parte ha finalizado con el cumplimiento exacto de este enunciado. Puede parecerles un planteamiento arriesgado, y sin duda es provocador. Pero la rapidez y gravedad de los acontecimientos necesita de metáforas potentes en un momento en que se está comparando la actual situación económica y política española con el hundimiento de Argentina a partir de los años sesenta del pasado siglo, o el estancamiento institucional italiano de inicios de los noventa.

Y si tenemos ya fecha, la imagen simbólica que un día resuma para la pequeña historia el brusco final de la esperanza, puede ser la del juez más célebre de la Audiencia Nacional, Baltasar Garzón, y el actual ministro de Justicia, posando satisfechos entre abundantes presas sanguinolentas de una cacería en la que participaron conjuntamente el fin de semana en que se iniciaba una operación judicial sin precedentes contra el partido de la oposición. Otra vez La escopeta nacional, aquella película que se mofaba de la corrupción del anterior régimen.

SOSTENELLA Y NO EMENDALLA

A la crisis económica que comenzó en la primavera de 2007 con el estallido de la burbuja inmobiliaria más exagerada del mundo occidental, sucedieron unas elecciones generales en marzo de 2008 en los que la población no quiso ver lo que se avecinaba y el partido en el poder se las ingenió con grandes dosis de cinismo mediático para resultar reelegido. No habían pasado unas semanas y los medios comenzaron a reflejar lo que habían estado ocultando, que había llegado una crisis de velocidad y crudeza inauditas. El país entró rápidamente en recesión y todos los indicadores económicos encendieron las luces rojas como si de un aterrizaje de emergencia se tratara.

Y es que se trataba de eso, efectivamente. El país se encontró con que había renovado por otros cuatro años a un gobierno superado por los acontecimientos, que ocultaba los graves problemas coyunturales y estructurales con demagogias y populismos volcados en problemas triviales. No es la opinión pública española de rápidos reflejos y cintura flexible. Sostenella y no emendalla dice el viejo refrán castellano.

Además, cuando los hechos daban la razón a la oposición, que había sido acusada de antipatriota por anunciar lo que se venía encima, ésta cayó en una profunda crisis interna de la que aún no ha salido. La lógica crisis en la que caen todos los partidos políticos que pierden unas elecciones que podían haber ganado, pero en este caso mayor y menos justificada, por cuanto estaba claro que el PP no tenía por delante más de una legislatura para conseguir volver al gobierno a poco mal que lo hiciera.

AGRIO PANORAMA

Un gobierno incapaz y una oposición debilitada, empatados en los sondeos, fueron incapaces de un pacto de Estado con amplitud de miras frente a la crisis. Durante la segunda mitad de 2008, la situación económica empeoró tan rápidamente que dejaba ver no sólo la coincidencia de dos crisis económicas parecidas pero diferentes, la interna y la internacional, sino algo más, la quiebra de un modelo, una crisis de confianza generalizada en la tarea colectiva.

Las relaciones entre los dos grandes partidos políticos, después de un primer momento en el que parecía posible recuperar el fair play, insistían en un grado de enfrentamiento que patentizaba la inexistencia de un proyecto común. Los tres teóricos poderes del Estado sufrían un elevado grado de deterioro en su funcionamiento, claramente perceptible entre los ciudadanos. Las bases del Estado de bienestar tan orgullosamente conquistado en las últimas décadas –educación, sanidad y justicia para todos– habían iniciado un innegable proceso de deterioro. Los medios de comunicación practicaban el más destructivo de los sensacionalismos envenenando a sus audiencias. Y por encima de todo ello, el Estado de las Autonomías, el modelo de descentralización español, había creado 17 monstruos enfrentados entre sí, nutridos de burocracias desbocadas, alimentados de demagogias exclusivistas y élites voraces, que amenazaban ya la existencia de un mercado único y de una nación efectiva.

La recesión económica se está retroalimentando con lo que podemos denominar recesión social y política, un deterioro de las normas cívicas, del respeto a las leyes, de la convivencia dialogante, de la busca de la excelencia. La economía se desploma de forma literal, mientras el país contiene el aliento esperando las elecciones autonómicas en Galicia y País Vasco, y una probable crisis de gobierno posterior –cualquiera que sea el resultado de las mismas– que intente enderezar las cosas con un cambio en el equipo económico.

LA ENFERMEDAD ES MALA… PERO EL REMEDIO PODRÍA SER PEOR

En el reducido e inestable establishment español se ve cada vez más remota la posibilidad de que el presidente Zapatero pueda frenar una crisis que ha pasado ya de recesión a depresión. Si no fuera porque muchos temen más al remedio que a la enfermedad, existiría ya un clamor pidiendo un adelanto de las elecciones generales de 2012. Pero el Partido Popular que brillantemente conjuró otra grave crisis a mediados de la década pasada –materialización del agotamiento de la larga etapa de gobierno de Felipe González–, ha sido incapaz esta vez de consolidar una alternativa firme y unida, y se encuentra debilitado por la pugna interna madrileña, entre los partidarios del alcalde y los partidarios de la presidenta autonómica.

Juntos y arropando a izquierda y derecha al actual presidente del PP, Mariano Rajoy, estos dos competentes políticos ganarían sin duda los próximos comicios a un PSOE sin capacidad alguna de gobierno, noqueado. Enfrentados, apuntalan al gobierno más que sus propios seguidores.

Pero por un misterio aún no desvelado, Alberto Ruiz-Gallardón y Esperanza Aguirre mantienen una guerra de guerrillas suicida que en las últimas semanas está deteriorando las posiciones del PP de forma grave. En las circunstancias actuales, podría considerarse que los cambios gubernamentales que acometerá Zapatero a mediados de año no conseguirán impedir que la recesión se convierta en una depresión generalizada que algunos analistas consideran de duración no menor a una década.

ALTERNATIVAS DÉBILES

La única alternativa a estas perspectivas sombrías sería un adelanto de las elecciones generales para la primavera de 2010 que hiciera llegar al gobierno un programa de regeneración económica y social como el que implementó José María Aznar en 1996. Pero ¿quién podría llevarlo a cabo? Las hipótesis parecen todas irreales: un gobierno de emergencia nacional, con la participación de los sectores más dialogantes de los dos grandes partidos políticos, iría contra el cainismo vigente; un gobierno del PP con Rajoy-Gallardón, tendría que vencer fuertes resistencias externas e internas; una hipotética vuelta a la política activa de Aznar, investido de salvador de la patria, y con Aguirre a su lado, es aún más difícil. Por no hablar de un PSOE más responsable y competente, superada la etapa zapaterista.

La crisis generalizada se afianza a medida que las posibles alternativas se debilitan. Cada vez resulta más claro el gravísimo error que supuso la retirada política de José María Aznar y su sucesión por decreto. Cada vez resulta más claro que los atentados del 11 de marzo de 2004 en Madrid hicieron también saltar por los aires parte del basamento común sobre el que se había construido el posfranquismo.

Se necesitan impopulares medidas de saneamiento general que salven a la España democrática de la ruina económica y moral. España es hoy un país que se estanca en el desencanto de una oportunidad histórica derrochada, en un pesimismo creciente que apunta a que la larga transición española iniciada a la muerte de Francisco Franco en 1975, desembocará en un total y absoluto fracaso.

LA RESPONSABILIDAD DE LAS ÉLITES… Y DE LOS CIUDADANOS

También las naciones pueden vender su alma al diablo. También los pueblos pueden convertir en papel mojado los procesos de regeneración. La crisis española es una metáfora de lo que ocurre cuando se elige el aparentemente camino fácil. El país está atónito ante lo que se le viene encima y no ha creado anticuerpos honestos y competentes en grado suficiente para reaccionar. La transición española a la democracia puede terminar en catástrofe histórica. Llámennos tremendistas pero hágase algo antes de que sea demasiado tarde.

Hace ya mucho tiempo que se habla de la necesidad de una segunda transición. La primera cumplió sus grandes y formales objetivos en la instauración del libre mercado, la implantación de un sistema democrático constitucional, la apertura de un terreno de juego amplio a la sociedad civil, y la teórica igualdad de oportunidades entre todos los ciudadanos. Pero desde hace más de dos décadas, la aplicación práctica de las leyes y el desarrollo efectivo de los derechos y deberes ciudadanos no se profundiza, y al contrario, está retrocediendo. Si los principios generales no se afianzan en el comportamiento diario de las personas, se convierten en papel mojado. Para que eso no ocurra, los poderes públicos deben dar un ejemplo ejemplar, valga la redundancia. Las élites españolas han vuelto a fallar. Pero casi todos los ciudadanos tienen también su cuota de responsabilidad.

Quizás la temprana señal de que el impulso inicial se debilitaba, fue la salida de Miguel Boyer del primer gobierno de Felipe González a mediados de los años ochenta. Su sustituto al frente de la economía pronto envió señales de que lo importante era hacerse rico y que se iba a facilitar la tarea suavizando la letra y subiendo la música. El inmenso caudal de esperanza conseguido por Felipe González se fue trasmutando en corrupción entre las nuevas élites, y volvieron los viejos demonios nacionales, el amiguismo, el enchufe, la chapuza, el apaño. Para cuando se apagaron las luces de la Olimpiada de Barcelona y la Expo de Sevilla, en 1992, el todo vale ya dominaba el panorama. Desde entonces, fracasó el vacilante intento regenerador de Aznar, ahogado por un ambiente ya dominante de gente manipulada y corrompida, y se escoró hacia una política económica del pelotazo a base de lo de siempre, sol, ladrillos e inmigrantes. Zapatero sólo ha empeorado el desfase.

ES EL MOMENTO

Más allá de estadísticas y euros, lo más importante es modificar los valores dominantes en la sociedad española, para que al menos la dura crisis que espera al país, sea también una oportunidad de cambio.

Es el momento de que la democracia entre de verdad en la cabeza de los ciudadanos, de una buena educación y una justicia operativa sin las que nada será posible. Es el momento de que el péndulo se mueva hacia el respeto de la ley y el orden. Es el momento de un gran programa de regeneración en el que las élites y los medios de comunicación propugnen y den ejemplo de civismo, honradez y cultura, lo que no han hecho hasta ahora.

No es tarea de siglas salvadoras, es tarea de la sociedad entera. Cuesta lo mismo hacerlo mal que bien. Mis derechos terminan donde empiezan los del vecino. Cooperar es mejor que enfrentarse. No hagas lo que no te gustaría que te hagan a ti. Valores por encima de dineros.

Esto era la verdadera transición española a la democracia. Aún hay tiempo.

24-II-09, José Catalán Deus, safe-democracy