´Cachorros´, Clara Sanchis Mira

Para nuestra comodidad, ahora anuncian que también podemos instalar en el coche una pantalla para que los niños viajen entretenidos y estén calladitos. Clavados al televisor, los niños no se notan. Es como si no existieran. Amorrados a la pantalla, pasan de una ciudad a otra como por arte de magia, medio hipnotizados, sin mirar por la ventanilla, sin preguntar cuánto falta para llegar, sin cantar canciones ni dar patadas. Si se les rellena bien la cabeza con imágenes, de forma que no les quede ni un solo hueco para el aburrimiento, ni un solo espacio que tengan que esforzarse en llenar ellos, las criaturas, con los ojos como platos, ni se mueven. Tú conduces a tu aire y el niño es el convidado de piedra. La idea consiste en lograr que el crío viaje pero como si no viajara. Abolir el viejo concepto de recorrido. Como ya vienen haciendo los autobuses escolares al enchufar Buscando a Nemo para un trayecto de diez minutos, no vaya a ser que los niños se pongan a hablar entre ellos y armen jaleo, o tengan un rato suelto para pensar alguna tontería. Si el niño se concentra en Nemo día tras día, la situación está bajo control. Lo mismo pasa con las comidas. Delante de una pantalla, los niños abren la boca mecánicamente y se tragan un plato de lo que sea sin inmutarse, a lo mejor hasta el pescado, que pueden confundirlo con pollo, porque no notan el sabor, y ni dan la lata ni se ponen caprichositos. No importa que dar la lata sea una característica de la niñez, ni que la naturaleza del infante consista en cualquier cosa menos en el silencio y la quietud. Porque nosotros estamos innovando, estamos modernizando el concepto de infancia, adecuándolo a nuestras necesidades, y tonterías las justas. Y si por ejemplo el niño llora porque su madre se va, tú lo amorras a una pantalla y se queda totalmente lelo, como ido. Indiferente por completo a la ausencia de la madre. Pero si luego se te ocurre organizar una escapada a un monte y no hay pantallas, el niño sufrirá un síndrome de abstinencia terrible, entre la apatía depresiva y la furia inconsolable, y el canto verdadero de los pájaros le producirá náuseas. Aunque esto no es importante, porque ya podemos afirmar que en general hay más pantallas que madres. También los días de fiesta podemos enchufarlos temprano, para que pasen directamente del sueño a la televisión y nos dejen tranquilos con nuestro estrés, sin oír sus gritos o sus carreritas por el salón. Esas molestias pertenecen al pasado, son incomodidades de otra época, porque ahora, a nuestros cachorros, sabemos cómo hacerlos desaparecer.A ellos, el paisaje que no ven por la ventanilla del coche y la comida que no notan se la trae al fresco y, seguramente, nosotros también. El niño empantallado te mira con los ojos muy abiertos, de abajo arriba, y te ve como un extraterrestre. Porque él vive en otro planeta y tú ya estás completamente fuera de su realidad. La realidad del niño empantallado es mucho más ágil que tú, mucho más dinámica y variada, infinitamente más excitante. Tú vas siempre en un mismo plano, no pones publicidad, expulsas frases demasiado largas, cuentas historias lentas, tienes una luz pobre y un sonido mohíno. En definitiva, resultas poco creíble. Eres mucho menos convincente que cualquier imagen que venga de sus pantallas, y el crío a lo mejor no te lo dice por no herirte, pero él no soportaría ni cinco minutos de una película en la que salieras tú. Su cabecita ha recibido una formación saltarina y cuando te tiene delante le gustaría hacer zapping contigo, le daría al mando y te haría más liviano. Pero tú sigues ahí, y eres lento y farragoso. Y en lo que tardas en desarrollar una idea y formular dos frases, él ya habría volado en la acción trepidante de su mundo. Al niño no le interesa mucho la continuidad, ni el recorrido. La realidad, en realidad, no le parece creíble.

27-II-09, Clara Sanchis Mira, lavanguardia