īLa partida por la libertadī, entrevista a Gari Kasparov

Gari Kasparov ha marcado la historia del ajedrez. No sólo como número uno o como el maestro que venció al primer gran ordenador, sino como el genio carismático que convirtió el más profundo deporte intelectual en una batalla por su libertad. Fiel a sí mismo, sigue siendo un rebelde en lucha contra el autoritarismo de Putin. 

Al otro lado del río Hudson, con la sobrecogedora vista de los rascacielos de Manhattan al fondo, se encuentran los cuarteles de invierno del mayor ajedrecista de todos los tiempos. Estamos en Nueva Jersey (EE.UU.), en una urbanización residencial en la que Gari Kasparov se carga de energía para afrontar una actividad mucho más peligrosa que la de enfrentarse ante el tablero a sus rivales: ahora es uno de los líderes de la oposición a Putin –de hecho, el más conocido en Occidente– y candidato in péctore a la presidencia de Rusia. El termómetro marca tres grados bajo cero, y –ding, dong– llamamos al timbre de un apartamento. Nos abre la suegra de Kasparov, que, sin dejar de hablarnos en ruso, se pone un abrigo y nos hace gestos para que salgamos a la calle con ella. La seguimos dócilmente por las calles nevadas del complejo, donde cada bloque de apartamentos tiene una letra. Todo el mundo se desplaza en coche.

Llegamos a un segundo apartamento, donde nos abre la puerta una mujer joven, también rusa, pero que habla inglés. Es Daria, la tercera esposa de Kasparov. Por la moqueta del suelo juguetea Aida, la niña de dos años que tiene el matrimonio, y que nació aquí, al otro lado del río, en Nueva York. El maestro nos saluda con el brazo, y un grito amistoso desde el fondo del salón, donde, en camiseta, consulta su ordenador portátil.


Gari Kasparov con su hija Aida, de 2 años,
fruto de su tercer matrimonio

Daria escoge el vestuario más adecuado para las fotos de su marido y, mientras este se cambia, ella nos acompaña al club privado para residentes que hay en el complejo. La nieve cae sobre Manhattan y provoca que el vaho subraye las palabras de esta elegante mujer. Cuando al fin llega Kasparov, acepta jugar una partida –cuyo resultado no viene al caso–. Estamos ante el hombre que batió todos los récords de este deporte: número uno de la clasificación mundial desde 1986 hasta el 2005 (el año en que anunció su retirada), además de ostentar el cetro de campeón del mundo entre 1985 y el 2000. Sólo en la era Kasparov, además, el ajedrez fue algo parecido a un deporte de masas.

En realidad, Kasparov vive en Rusia, principalmente en Moscú, pero su mujer y su hija pasan meses en Nueva York “por motivos de seguridad, ya que Daria, en su San Petersburgo natal, tiene que ir rodeada de guardaespaldas y es objeto de mil provocaciones”. Él viaja por el mundo dando conferencias a empresarios –17 el último año–, participando en exhibiciones de ajedrez, haciendo política... Como empresario, fabrica juegos de ajedrez para ordenadores, consolas y teléfonos móviles, además de tableros clásicos de madera. De hecho, estamos jugando con un ajedrez Kasparov –marca registrada–, el orgullo de su creador porque se puede identificar sin necesidad de mirar la caja, solamente gracias al tamaño de las piezas, que aquí “se corresponde a su valor real en el juego: la torre es más grande porque vale más. Es la señal distintiva. ¡Pero qué hace, hombre, no, no, no mueva esa ficha ahí!”.

Varias generaciones de aficionados –y de gente a la que el ajedrez no le importaba– recuerdan las memorables partidas entre Kasparov y Karpov, que se erigían en las pantallas de televisión como la pugna entre las dos caras del ser humano. Karpov, guerrero soviético de pelo lacio que personificaba la lógica, frío y calculador, frente a Kasparov, joven de cabello rizado, creativo, audaz y pasional. La batalla entre el orden y la imaginación. Kasparov sonríe: “Se han escrito millones de palabras sobre la naturaleza de aquella lucha, pero es muy normal que en la cúspide de los deportes de élite presenciemos una batalla entre dos estilos diferentes. El equivalente en fútbol sería Brasil contra Italia, los dos países que más copas del mundo han conquistado. Lo más excitante es eso: cuando se miran a los ojos, frente a frente, dos mundos diferentes. Y el jogo bonito no puede existir sin el catenaccio. Karpov era prudente y estrangulaba al adversario de forma metódica y silenciosa, como una pitón. Yo era más partidario de golpes estratégicos, de la fantasía y la originalidad. Pero, igual que Nadal sabe muy bien que necesita a Federer para poder ser Nadal, Kasparov no hubiera existido sin Karpov”.

–¿Mantiene algún tipo de contacto con él?

–No, el último fue hace poco más de un año, cuando intentó visitarme en la cárcel de Moscú. Me habían detenido por manifestarme contra el Gobierno. Eso le conmocionó, quiso verme, y no se lo permitieron. Y protestó públicamente. Fue un gesto muy valiente y noble que nunca olvidaré. Él sigue vinculado al sistema, aunque el sistema sea ahora otro, y yo sigo siendo el rebelde. Pero que la solidaridad y el respeto de mi máximo adversario hayan sido más fuertes que nuestras filiaciones políticas es algo que me emociona.

Kasparov inyecta pasión en cada una de sus frases, fiel a su imagen de rebelde y protestón. “Hay gente que decía que yo era muy nervioso e impulsivo, y lo admito, mi carácter es, digamos, muy dinámico y abierto, pero fui yo el que batió a Karpov durante más de una década, y eso que era él el calculador, el tranquilo, el impasible, el sólido...”
Aunque admite que en 1993 “cometí un error garrafal, el peor de mi carrera”, al provocar la escisión del ajedrez internacional con una nueva asociación de grandes maestros. “Quise combatir la burocracia corrupta de la federación internacional, pero desuní el mundo del ajedrez, creando dos autoridades diferentes.”

Una cosa que tiene clara es que no volverá al ajedrez profesional, a pesar de que ha habido campeones hasta de 60 años: “La vida es como un río, fluye en una sola dirección. Tengo grandes recuerdos, y eso me basta. Yo no jugaba al ajedrez sólo para ganar, para mí era importante encontrar nuevas ideas, nuevos planes, expandir los límites del juego, protagonizar acciones que pudieran marcar la diferencia. Y estoy seguro de que no jugaría tan atenta y profundamente como antes”.
Su enfrentamiento con Deep Blue –el hombre contra la máquina– fue histórico. Deep Blue, un ordenador de IBM que fue entrenado por los mejores programadores y matemáticos del mundo, perdió contra Kasparov en 1996. Pero, al año siguiente, ganó la computadora. Kasparov lleva esa espina clavada: “Tuve una partida desafortunada, pero aun así aquello no fue justo, el organizador del enfrentamiento era IBM, juez y parte, que desmanteló la máquina rápidamente para que nadie pudiera examinarla. Mire, hoy, por 50 dólares puedes conseguir juegos de ordenador como Junior o Fritz que juegan mucho mejor que Deep Blue entonces y que derrotarían a la mayoría de los grandes maestros –y yo me enfrenté con estos dos juegos en el 2003 y quedamos empatados–. Creo que Deep Blue en 1997 realizó unos movimientos sutiles que no se correspondían con lo que sabía hacer, creo que hubo una intervención humana, es decir, que me ganaron con trampa. Dicho esto, es necesario cambiar las reglas del juego. No puede ser que el ganador de un duelo hombre-máquina se decida en el mismo número de partidas que cuando juegan dos humanos, porque los enfrentamientos largos benefician descaradamente a la máquina: no se cansa, no se pone nerviosa, no le afecta el tiempo, el colapso de la bolsa, los asuntos privados... Lo que tenemos que dilucidar es si el mejor jugador humano es capaz de vencer a la mejor máquina en su mejor día, y eso ya demostraría la superioridad del hombre, no tenemos que ir buscando una y otra vez hasta que pierda, porque la máquina va a realizar un juego sólido todos los días, todos los años, con fluctuaciones mínimas”.
Su libro Cómo la vida imita al ajedrez –mezcla de autoayuda, filosofía, biografía, manual de ajedrez, tratado empresarial y anécdotas– se ha vendido en medio mundo (en España, lo ha editado Debate). Kasparov muestra en él cómo, cuando toma una decisión en la vida real, valora todos los factores que influyen en ella minuciosamente, como en un tablero. “Yo tomaba mis decisiones siempre a partir de unos algoritmos y del análisis exacto de lo que estaba sucediendo.

Si usted tiene que decidir a qué escuela enviar a sus hijos o si es el primer ministro de un país en lucha contra el terrorismo, no importa, le sirve el mismo método, todas las decisiones deberían tomarse tras un cálculo preciso y riguroso de las variables. El tamaño del problema no cambia el mecanismo que nos conduce a la solución.” Cuando Kasparov habla, tiene algo de gurú laico, de alguien que se cree su propia filosofía e intenta predicarla a los demás, convencido de que así podrán ser más felices. Anima a marcarse metas ambiciosas, “pero para ello es importante no hacer caso de los estereotipos que tenemos sobre nosotros mismos. Nuestra propia opinión sobre nuestras habilidades es a menudo muy inexacta y se basa en un par de incidentes o comparaciones. ¿Cómo sabe alguien si su memoria es peor que la de su esposa, por ejemplo? Es mejor tener un exceso de confianza en uno mismo que lo contrario. ‘La actitud es una insignificancia que marca la diferencia’, dijo Churchill. Si confiamos en nuestras habilidades, ellas nos recompensarán”. Combate totalmente el mito del genio y la inspiración: “A todos nos gustan las buenas historias, y hablar de que Newton descubrió la gravedad porque le cayó una manzana en la cabeza nos parece mucho más atractivo que explicar su gran capacidad de trabajo. Los grandes descubrimientos son la suma de conocimientos previos, trabajo duro y reflexión sistemática. Lo demás son cuentos infantiles. ¿Sabe qué dijo Thomas Watson, el fundador de IBM? ‘Si quieres triunfar, dobla tu porcentaje de errores’. Si uno no se equivoca es porque no corre los riesgos necesarios para ser un innovador”.

Comentamos que Estados Unidos, en el tablero mundial, ha cambiado de piezas. Ya no tiene un rey blanco, sino un rey negro, con la llegada de Barack Obama al poder. Para el ajedrecista, “los análisis que se hagan sobre América ahora ya no van a poder ser tan facilones, ya no podremos juzgarlos con mirada condescendiente y repetir aquello de que en Estados Unidos todo está decidido, que manda un club de chicos poderosos que toman las decisiones, que hay un sistema bipartidista en que las dos opciones son iguales, que solamente ponen a un monigote en vez de otro, a un clan familiar por otro... ¿Podemos seguir diciendo eso, con Barack Obama de presidente, con sus nuevas políticas sobre medio ambiente, por ejemplo? Es una inyección de fe en la democracia”.

En el tablero ruso

Hoy, la vida de este ruso de 46 años es la política. El año pasado, tuvo que retirar su candidatura a la presidencia de Rusia porque nadie le alquiló una sala donde cupieran 500 personas para, como pide la ley, proclamarla oficialmente. Líder del Frente Civil Unido, integrado en la coalición La Otra Rusia y en el movimiento Solidaridad, es uno de los máximos opositores a Putin, primer ministro y hombre fuerte del Estado. Organiza manifestaciones contra el régimen, da mítines y recorre el país en busca de apoyos, en una actividad que, admite, pone en riesgo su propia vida. El
ex general del KGB Oleg Kalunin ha dicho, refiriéndose a los activistas asesinados en su país: “Creo que Kasparov será el próximo de la lista”. De hecho, se ausenta por un momento, en el que el camarero nos sirve una botella de agua y, cuando vuelve, nos insta a beber con él, sin admitir nuestra negativa: “Ah, no, si me han puesto veneno, ¡al menos que muramos todos!”, bromea. Uno se pregunta –viendo el éxito de sus actividades económicas, su bella familia– por qué se mete en semejante berenjenal.

“No es una decisión que uno tome basándose en las expectativas de felicidad –responde–. Es algo que haces porque debes hacerlo. Conocer lo que Putin ha hecho y no reaccionar es algo que estaría mal. Es un imperativo moral. Siempre he luchado contra el abuso de poder, también cuando jugaba al ajedrez y me enfrenté a Campomames, el presidente de la federación internacional. En el ajedrez me he acostumbrado a obtener todo aquello que quería, así que siempre creo que voy a ganar.”

Los casos de Anna Politkovskaya y el espía Litvinenko planean sobre la conversación. “¡Hay muchos más! –exclama–. El asesinato político es uno de los instrumentos utilizados para silenciar a la oposición. Tenemos mucha gente menos conocida que ha sido asesinada, cada año sufrimos pérdidas. Desgraciadamente, no sabremos la verdad hasta que el régimen caiga.”
–¿No tiene miedo?
–Sí. Soy un ser humano y estoy asustado. Todo el mundo está asustado. Pero estar asustado te ayuda mucho, porque entonces haces exactamente lo que debes hacer.

“En Rusia –prosigue– no hay algo que usted pueda llamar oposición, en el sentido que la palabra tiene en España, Europa o EE.UU. No, en Rusia no estamos luchando para ganar unas elecciones libres, sino simplemente para poder tenerlas. Rusia no es una democracia, es como el Chile de los años 80, en el que Pinochet permanecía en el poder y, para derrotarle, se unieron los democristianos, los socialistas, incluso los comunistas, todos juntos. Nosotros hemos hecho lo mismo porque la división en mi país no es izquierda-derecha o comunistas-liberales, sino el régimen contra los demócratas.” Para Kasparov, “Rusia no tiene hoy partidos políticos, tiene falsificaciones, están todos controlados por el Kremlin. Ustedes los occidentales no se dan cuenta, creen que exagero, pero aquí se da un régimen absolutamente dictatorial. Yo soy una gloria nacional, un campeón del mundo, pero no puedo ni aparecer en televisión, sólo sale gente insultándome, diciendo que soy un agente de Estados Unidos... A los rusos que se acuerdan de mí les gustaría al menos poder escuchar mi versión... Putin nos ha quitado la libertad con el argumento de darnos a cambio seguridad, pero nos hemos quedado sin las dos cosas.”

Las manifestaciones promovidas por Kasparov se suceden, en Moscú, en San Petersburgo, en Vladivostok... Muchas de ellas no están ni autorizadas y acaban con detenciones masivas. “Es una protesta social creciente, la gente está harta, ve que en Europa o Estados Unidos, ante los problemas, los gobiernos emprenden políticas para ayudar a los más pobres a expensas de los ricos. Pero en Rusia sucede lo contrario: el Gobierno hace todo lo que puede para ayudar a los ricos a expensas de los pobres. Y ni siquiera lo esconde.” Sincero, confía en que la crisis económica debilite a Putin porque “cualquier crisis ayuda a la oposición. En Rusia, hace todavía más que eso: demuestra la naturaleza corrupta del régimen, consagrado a la realización de los máximos beneficios de sus amigos”.

Paseando junto al Hudson, Kasparov admite que su gran modelo es Winston Churchill, que mantenía sus ideas frente a los vientos de la opinión pública. Y, a pesar de declararse “probablemente conservador en lo económico”, hace de la lucha contra la pobreza uno de sus caballos de batalla, porque “en mi país resulta escandaloso cómo se agranda la brecha entre ricos y pobres”. Matiza, no obstante, que “en lo social, soy bastante liberal, de izquierdas, nada religioso. En cuanto al papel del Estado, en Rusia necesitas ser algo más socialista de lo que serías en otros países porque hay un montón de problemas básicos de bienestar”.

En Youtube vimos un vídeo donde él pronunciaba un discurso político y, de repente, era interrumpido por un pene volador, uno de esos artilugios característicos de las despedidas de soltero. Se ríe: “¿Ah, lo vio? ¡Esos son sus argumentos, ese es el tamaño de su intelecto! Soy objeto de constantes provocaciones y boicots: me golpean con tableros de ajedrez, me detienen, me niegan visados...”

1-III-09, Xavi Ayén, magazine