īDe banderas y uniformesī, Anton M. Espadaler

Uno pertenece a un tiempo en que los tenistas vestían siempre de blanco. Una época en que hasta las pelotas eran blancas, como las líneas de la pista o la cinta que sostiene la red. El blanco estiliza y realza el aspecto plástico del juego y, al menos en el tenis, era símbolo y anuncio de fair play.Unos años en los que el respeto a las normas empezaba por el público, que mantenía un reverencial silencio durante el desarrollo de los juegos.

Hoy de todo eso en España no queda nada de nada. El tenis es un juego de atletas que visten como para ir a la playa, y gritan a cada golpe como si practicaran artes marciales. Y todo ello ocurre frente a un público que ya no conoce razón alguna para callar y estarse quieto. Hoy el tenis se ha apropiado del aspecto más vulgar del fútbol, que es el forofismo. Aquí, tomarse unas fresas en la grada es una aspiración imposible, propia de otro planeta. Tal conducta se observaba incluso en una competición que siempre ha tenido un especial nervio, como es la Copa Davis, en la que los jugadores, quién lo diría, también vestían de blanco.

Yo no sé quién es el responsable de la equipación del equipo español de Copa Davis, pero es evidente que si por ahí se persigue aprovechar la ocasión y constituirse en escaparate de la moda indígena, a esta le está haciendo un flaco favor. No sólo el diseño es espantoso, sino que este fin de semana llevó hasta límites preocupantes su aspecto patriotero. Ahí es nada que encima de una camiseta que reproducía la bandera se le añadiera otra enseña de casi un palmo, para que no quedaran dudas de que el jugador era español y de que tenía "de amor patrio henchido el corazón". Ni los uniformes de los militares exhiben tanto y con tan gran tamaño las enseñas de los países a los que pertenecen. Parecería que el diseñador lucía de aznarista, y que se inspiró en la enorme bandera que ondea en una conocida plaza de Madrid. Con tal vestido estos chicos estaban más para desfilar el 12 de Octubre en la Castellana que para jugar a tenis. Estas decisiones dan a entender que quien dirige la federación de la raqueta desprecia uno de los pilares fundacionales del deporte moderno, esto es, que el deporte, y con particular sensibilidad y cuidado cuando las competiciones son internacionales, debe procurar el encuentro, no la confrontación. Ya que con semejantes alardes sólo logra excitar los ánimos y transformar hasta desnaturalizarlo el sentido del deporte y de la competición. Con la peculiaridad de que todo el griterío que se organiza tiene mucha gracia mientras las cosas salen bien, y el secretario de Estado de turno corre a hacerse la foto. Pero cuando se tuercen, resulta que se ha puesto tanta carne en el asador que las dimensiones de la derrota aumentan hasta límites que escapan a cualquier control o previsión.

Pero es que, además, al envolver a los deportistas en la bandera se multiplica por mucho, demasiado, su capacidad de representación, y se pone sobre sus ya tensos hombros una carga añadida y gratuita muy difícil de gestionar. Se castiga de este modo al deportista con un exceso de responsabilidad que sólo excepcionalmente puede resultar beneficioso. Por el contrario, la fuerza de tan altos símbolos en no pocas ocasiones agarrota al jugador y le impide dar de sí todo lo que atesora. Como sobran los ejemplos de jugadores a los que la enseña les pone peso en el brazo, no hace falta insistir en ello. A mi entender, pues, urge volver al fair play,a la diversión y al puro juego, sin más, que con los tenistas de que se dispone ya es mucho. Y de paso hacer lo imposible por reinstaurar el silencio en las pistas, que si algún color tiene, es el blanco.

11-III-09, Anton M. Espadaler, lavanguardia