ŽAmoŽ, Clara Sanchis Mira

Si el mundo sigue girando y girando, y se da la vuelta como un calcetín, me voy a pedir un amo de casa. Un hombre que me limpie los baños por amor. Un hombre que sea capaz de encauzar su vida, su talento y su capacidad, a través del planchado de mis braguitas o los movimientos del aspirador. Que con eso le baste. Que se sienta realizado contemplando el hervor de unas patatas o de una simple coliflor. Un amo de casa que se ocupe de mis asuntos domésticos para que nada me perturbe y yo pueda expandirme, alcanzar mi pleno desarrollo profesional y concentrar todas mis energías en mí misma. Un amo de casa que me proporcione, además, el calor de una impagable vida familiar. Impagable, digo, porque no le pienso pagar. Vamos, mujer, esto está inventado desde la noche de los tiempos, es un asunto tradicional, y no seré yo quien le quite el encanto y la gracia, mezclando el dinero con un intercambio tan entrañable, exclusivamente sentimental. Porque mi hombre me hará el desayuno mientras me ducho, se ocupará de que no me falte nunca el desodorante, planchará mis camisas, bregará con las criaturas, fregará los suelos y cocinará a mi gusto porque es el dueño de mi corazón. Y a mí no se me ocurriría ofender su sensibilidad pagando sus servicios de alguna forma material, por Dios, como si él fuera un empleado de limpieza, un camarero, un niñero a sueldo o un freganchín. Nosotros dormimos en la misma cama, es muy distinto. Así que no le hablaré del uso de su tiempo, ni de trabajo remunerado y ni nada parecido, no habrá ningún tipo de planteamiento contractual entre nosotros, válgame el cielo, entre otras cosas porque sus atenciones no tendrán limitaciones de horarios, el amor verdadero, como las labores del hogar, dura 24 horas, y dura sólo 24 porque el día no tiene más. Eso no tiene precio. Y si yo pusiera dinero en sus manos, le estaría entregando la llave obscena de su libertad. Y mi amo, entonces, podría pensar que no le amo suficientemente, y una lágrima resbalaría por su barba. Nuestro amor será como el pegamento Imedio, esto lo sabremos muy bien los dos. Sobre todo él, que ya no sabrá qué hacer en su vida sin mí.Yes que las grandes responsabilidades, correrán de mi parte. Del verdadero trabajo que se hace fuera de casa y proporciona la subsistencia, será mejor que me ocupe yo. Y en el caso remoto de que su intelecto desentrenado sea consciente de esta diferencia entre nosotros, para no dañar su autoestima, no fuera que eso nos complique la vida y la cama, le haré creer que en el fondo manda mucho. Le diré que es el amo de nuestra casa, como su propio nombre indica, porque las palabras ayudan a laquear la realidad. Permitiré que tome sus propias decisiones con la temperatura de la lavadora, que escoja a su aire entre comprar melones o un kilo de melocotones, que sólo él sepa la mejor manera de freír un huevo, anudar bien la bolsa de la basura o doblar un pantalón. Me declararé una inútil en esas manualidades y le dejaré que se dé importancia. Que se erija a voces una autoridad en el arte de sofreír tomates y les grite a los niños como un loco si traen barro en los zapatos. Y si una noche llego muy cansada, con alguna cerveza de más, y me pone nerviosa que no pare de hablarme dando vueltas alrededor de mi sofá como un obseso, Dios no lo quiera, a lo mejor se me va la mano y le arreo un bofetón. Entonces me mirará tembloroso. Pero enjugará con el delantal la lágrima que descenderá por su barba, y sabrá perdonarme. Porque entenderá que vengo agotada de trabajar para mantenerlo, mientras él se ha pasado la tarde planchando la ropa delante de la televisión o relajándose con el aspirador. Y así la suave rutina renacerá en seguida de nuestro amor sin fin, y mi amo de casa planchará otra vez mis braguitas mientras yo compongo sinfonías, escribo libros, planto un árbol y hasta invento la electricidad.

20-III-09, Clara Sanchis Mira, lavanguardia